En los límites del desasosiego
'The perfect american' es una ópera, valga la redundancia, profundamente americana
Un estreno mundial siempre impone, aunque en esta ocasión se jugaba sobre seguro. Al público de Madrid no le es extraña la música de Philip Glass. Ya en 1984 se representó su emblemática obra Einstein on the beach, con puesta en escena de Robert Wilson, semanas antes de que Leonard Bernstein visitase el Real con la Filarmónica de Viena en un memorable Festival de Otoño. En la temporada 1998-99 del coliseo de la plaza de Oriente el tandem Glass-Wilson volvió con O corvo branco. La familiaridad con el minimalismo de antaño y con la posterior evolución en la manera de orquestar casi obsesiva de Glass eran bazas a favor del público que hacían presagiar una buena acogida ayer de la ópera, como así sucedió.
The perfect american es una ópera, valga la redundancia, profundamente americana. Habla de Walt Disney, un mito del siglo XX. Y lo hace con amplitud de miras. La manera de “recitar cantando”, a lo siglo XXI, de Glass en su tratamiento de las voces impulsa, sin posibilidad de resistencia, a una concentración en los valores textuales. La orquesta subraya y crea atmósferas inquietantes en todo momento, pero el punto de partida viene de lo que se está diciendo con la palabra cantada. Se partía de una novela de Peter Stephan Jungk, editada en español recientemente en Turner. Al convertirse en libreto de ópera por Rudy Wurlitzer pierde en complejidad. Es más, hay situaciones que se esquematizan e incluso se banalizan, pero esto es casi inevitable en una manifestación artística de síntesis como es la ópera. Lo que se canta, o se dice, es inteligible y está todo en el libro de partida. El orden de las escenas no es el mismo: una consecuencia de las exigencias del guión. En esta ocasión la lectura de la novela, antes o después de la representación, es altamente recomendable.
La orquesta y la puesta en escena crean, pues, la atmósfera ambiental. Dennis Russell Davies es un director avezado en el lenguaje musical de Glass y saca un excepcional rendimiento de la orquesta. El lado complejo y hasta atormentado de los personajes, y la perplejidad de algunas situaciones, prenden en el espectador hasta límites de desasosiego. El carácter repetitivo de la música no perjudica la tensión emocional. Al contrario. Se produce una sensación casi hipnótica que favorece la ambivalencia, o hace salir con más fuerza el lado contradictorio de los personajes, con sus grandezas y miserias, pero en ningún momento definidas demagógicamente. El elenco vocal se integra a las mil maravillas en este concepto textual-musical y también el grupo de actores The Improbable Skills Ensemble. Se impone la sensación de equipo, de trabajo bien hecho.
La puesta en escena no tiene un protagonismo excesivo, pero sí está llena de detalles que ayudan a comprender la evolución del mito de Disney, tanto en el aspecto personal como en el empresarial o sociológico. Desde los sentimientos melancólicos del protagonista a través de los recuerdos de su villa natal, hasta el clima onírico, casi surrealista, que le persigue en forma de pesadillas en determinados momentos. La dialéctica entre sueño y realidad está siempre presente. La vinculación con la “american way of life” es evidente en momentos fundamentales, clarificando con precisión qué es lo qué se está contando y en qué condiciones ocurre. Esta humildad creativa de las soluciones teatrales añade fantasía a la realización.
THE PERFECT AMERICAN
De Philip Glass, con libreto de Rudy Wurlitzer a partir de un texto de Peter Stephan Jungk. Estreno mundial. Director musical: Dennis Russell Davies. Director de escena: Phelim McDermott. Con Christopher Purves, David Pittsinger, Donald Kaasch, Janis Nelly y Marie McLaughlin, entre otros. Teatro Real, 23 de enero
Con todo ello, el espectáculo se deja ver con interés. La elección de Glass para tratar musicalmente el tema de Disney me parece muy apropiada. Surgió para Nueva York y al final se han quedado con la propuesta Madrid y Londres. El mundo es un pañuelo, lo miremos por donde lo miremos. O como se dice en uno de los momentos más inquietantes de la ópera, “Treta o trato”. Ustedes me entienden
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