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‘IN MEMORIAM’
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Francisco Sebastián, el matiz del paisaje

El artista valenciano fue uno de los grandes paisajistas del último siglo, con una pintura muy personal

Francisco Sebastián.
Francisco Sebastián.JESÚS CÍSCAR

Francisco Sebastián Rodríguez, que falleció el 10 de enero a los 92 años, fue uno de los paisajistas valencianos más interesantes del último siglo, con una pintura muy personal y estilizada, de gran sobriedad. Aunque unos años más joven, pertenecía a esa gran generación encabezada por Genaro Lahuerta, con el que mantuvo una intensa relación, y formada por nombres tan significativos como Francisco Lozano, Joan Baptista Porcar o Pedro de Valencia. Se formó en las escuelas de Artes y Oficios y en la de Bellas Artes de San Carlos, en las que más adelante desempeñaría diversos cargos de gestión y dirección, finalizando su largo periplo académico como catedrático interino de Colorido y Composición en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos. Asimismo, fue elegido académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos.

Francisco Sebastián (Valencia, 1920) era un hombre muy próximo y amable, siempre atento con los que le rodeaban, con una gran humanidad. Hablaba ponderando las palabras, acompañando sus ideas con una sonrisa, y llenando su conversación con anécdotas que entresacaba de su prodigiosa memoria, que mantuvo muy lúcida hasta al final. Su manera de ser, perfeccionista y puntillosa, pero al mismo tiempo modesta y discreta, se reflejaba en su pintura, siempre tan contenida y, al mismo tiempo, hermosa. Sus paisajes de la Albufera de Valencia, del Saler, de la Patacona, de las casas cuevas de Paterna, o de la isla de Lanzarote, atesoran una energía sorprendente, como si cada pincelada contuviese su porción justa de luz. Francisco Sebastián hablaba del “matiz”, del matiz de las cosas, y decía que pintar consistía en captar aquel elemento, tan abstracto pero tan básico, que posee y define cada uno de los componentes de la obra. Buscaba capturar aquella energía y aquella luz, y trasladarlos al lienzo, sin histrionismos. Por eso, sus paisajes son tan sorprendentemente seráficos, como pasados por un filtro mate, sin grandes contrastes, pero trabajando siempre los puntos de fuga, con amplias y conseguidas perspectivas. Sus cuadros, además de belleza, proyectan armonía, con todos aquellos ocres, grises azulados, rosados y violetas.

Hace un año tuve la ocasión de entrevistarlo para las páginas de EL PAÍS. Seguía frente al caballete, con aquella voluntad que le había caracterizado toda la vida, y trasladaba los cuadros de un lado a otro de su estudio con una sorprendente energía y vitalidad. Recuerdo que frente a un paisaje de la Albufera tapó con la mano una de las estacas que surgían del agua, y que estaba en primer plano de la composición, para que observase el efecto que se producía sin ella: “Todo el secreto del cuadro radica ahí”, me dijo sonriendo y mostrando la estaca, “en esta larga pincelada blanca, que lo equilibra, sin ella el cuadro está descompensado”.

Debería haber sido mucho más conocido. “Valencia es como es”, me dijo aquel día, y no quiso ir más lejos, con aquella elegancia que mantuvo siempre. Pero sin duda así es: Valencia es como es, ingrata con sus hijos más valiosos, y eso quizá explica que este pintor no se haya prodigado más, no haya tenido más apoyos, más estímulos y ayudas que lo hayan promocionado fuera de nuestras fronteras. Tampoco buscó la fama ni la celebridad, aunque al final de su vida gozó de popularidad, siendo nombrado el año pasado Hijo Predilecto de la Ciudad de Valencia y realizándose una amplia exposición retrospectiva de su obra.

Durante la entrevista también me habló de sus hijos, todos ellos con vocaciones artísticas (Francisco Sebastián Nicolau es un artista muy conocido), y de algunos de sus nietos, que desarrollan la creatividad por diversos caminos, desde la poesía hasta la música pop. Pensé que era una familia de artistas, pero no me atreví a formularlo abiertamente, por miedo a caer en el estereotipo. Francisco Sebastián tuvo una vida larga y feliz, y fue muy querido por los suyos y por todos cuanto lo conocieron. Y se mantuvo hasta el final fiel a sí mismo y a su pintura.

Martí Domínguez es profesor titular de Periodismo de la Universitat de València.

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