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CRÍTICA 'EL HOMBRE DE LAS SOMBRAS'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El buen mal

Con tan solo tres largometrajes, el francés Pascal Laugier ha logrado construir un sorprendente discurso creativo, sustentado en una secreta coherencia —y no en la reiteración de clichés de estilo, ni en redundancias temáticas— que, además, acredita su identidad autoral como un enigma fascinante. Si su debut, El internado (2004), parecía enmarcarle en un neogótico con saludables infiltraciones giallo —la película podía ser el improbable cruce entre Los otros (2001) y Suspiria (1977), al tiempo que anticipaba El orfanato (2007)—, Martyrs (2008), su segundo trabajo, se levantaba sobre la paradoja de trazar un discurso metafísico partiendo de la imaginería brutal del nuevo gore francés. El hombre de las sombras, coproducción francoamericanocanadiense y oficial tarjeta de presentación en los mercados globales, podría haber sido su claudicación ante las exigencias del mercado, pero es todo lo contrario: una película insólita, ambiciosa y sorprendente que aporta las claves para descifrar el conjunto de su obra, la pieza que faltaba para entender de qué va realmente su cine.

El hombre de las sombras

Dirección: Pascal Laugier.
Intérpretes: Jessica Biel, Jodelle Ferland, Stephen McHattie, Samantha Ferris, William B. Davis.
Género: terror. Estados Unidos, 2012.
Duración: 106 minutos.

En sus manos, el género es, en el fondo, una falsa pista, un instrumento —manejado, eso sí, con loable virtuosismo— tan idóneo como el melodrama para explorar los claroscuros del universo femenino. Laugier no es un director de películas de terror, sino un orfebre de las películas de mujeres —¿el Cukor del miedo?—, que, en El hombre de las sombras, pone sus cartas boca arriba. Partiendo del arquetipo del hombre del saco, el cineasta explora el bajo vientre de una comunidad aislada y acaba formulando perturbadoras preguntas sobre las ambigüedades y los daños colaterales de las buenas obras. La utilización dramática del espacio para generar inquietud y el gesto sádico de dejar al espectador sin asideros durante un buen tramo del relato hacen que uno experimente El hombre de las sombras como eficaz, contundente película de terror: el soberbio giro final es que, de hecho, no lo es.

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