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Héroes de una tradición centenaria

Los islamistas ponen en peligro la conservación de los manuscritos,

Abdelkader Haidara, hace años, en su biblioteca de Tombuctú
Abdelkader Haidara, hace años, en su biblioteca de Tombuctú

“Creo que soy el último escribiente profesional de Tombuctú”. Boubacar Sadeck, de 38 años, habla con nostalgia del oficio que ejerció durante más de una década en la legendaria ciudad del Sahel. Se dedicaba a copiar a mano, por encargo y con la mejor caligrafía, los antiguos manuscritos, la mayoría de los siglos, escritos en árabe o en lenguas africanas, pero siempre con alfabeto árabe.

 “Con las fotocopiadoras, los microfilms, surgió una fuerte competencia porque muchos clientes optaron por lo fácil y barato, pero los recientes sucesos nos han dado la puntilla a los escribientes”, prosigue Sadek al teléfono desde Bamako, donde en abril se refugió con toda su familia. Un mes antes, tres grupos armados, dos de ellos terroristas, se habían apoderado del norte de Malí, incluida Tombuctú.

De su época de esplendor se conservan en Tombuctú y sus alrededores entre 180.000 y 300.000 manuscritos

De su época de esplendor se conservan en Tombuctú y sus alrededores entre 180.000 y 300.000 manuscritos, según las estimaciones, sobre todo en casas particulares aunque desde los ochenta han abierto algunas bibliotecas públicas y privadas subvencionadas.

Los tuaregs radicales de Ansar Dine y la rama magrebí de Al Qaeda, que controlan la ciudad de 55.000 habitantes, están empeñados desde el verano en derribar los mausoleos erigidos para venerar a los 333 santones que allí residieron ¿Destruirán también los manuscritos?

Abdelkader Haidara, de 47 años, que heredó en 1981 de su familia la biblioteca Mamma Haidara en Tombuctú, con 9.000 volúmenes, confía en que no suceda. Los islamistas “no han dado ninguna indicación de que querían acabar con los manuscritos y eso que muchos de esos legajos no hablan de religión sino de ciencias, gramática, historia, etcétera”, explica al teléfono desde Bamako, donde también se ha refugiado.

Cerca de 9.000 obras reagrupadas en el Fondo Katí fueron escritas por musulmanes expulsados de la península Ibérica a finales del siglo XV y narran la vida de ciudades como Toledo, Córdoba etcétera. El Fondo Katí se fue constituyendo gracias, en parte, a ayudas públicas españolas.

“Pero la llegada de los islamistas conlleva otros problemas”, asegura Haidara. “Todo el trabajo de catalogación, restauración, digitalización que hicimos durante años ha quedado paralizado”, se lamenta. “Las bibliotecas están cerradas y nadie puede investigar”, prosigue. “Puede incluso que se acabe desbaratando nuestra labor porque la gente esconde, por prudencia, sus manuscritos y no siempre en lugares adecuados para su preservación”.

Lejos están los tiempos en que, por cuenta del Centro del Centro de Documentación e Investigación Ahmed Baba, una institución pública maliense, Haidara recorría la región de Tombuctú en búsqueda de manuscritos que salvar que compraba a sus dueños. “Los manuscritos históricos eran los que más se cotizaban”, recuerda.

Llegó a pagar hasta 150.000 francos CFA (228 euros) por un manuscrito, una cantidad ingente en aquella paupérrima región, aunque algunos campesinos preferían que les diese ganado y no dinero a cambio de su incunable. Haidara se vanagloria de haber rescatado más de 10.000 manuscritos.

Sadeck, el escribiente, no ocultó los manuscritos por temor a la ira islamista, sino que se llevó con él medio centenar de libros antiguos en su huida de 850 kilómetros, por carreteras no asfaltadas, de Tombuctú a Bamako. El Artesano escribiente de manuscritos del siglo XVI, como reza su tarjeta de visita, sigue trabajando en Bamako, pero ahora por amor al arte.

“Antes había extranjeros adinerados que me encargaban copias —tardaba, por ejemplo, tres meses en reproducir un manuscrito de 500 páginas— para llevárselos a sus casas, pero ya no vienen a Tombuctú ni tampoco a Bamako”, recuerda Sadeck. “Me hubiese gustado fundar una escuela para enseñar la caligrafía a niños y mujeres”, continúa imparable. “Las mujeres querían aprenderla para decorar sus hogares colgando, por ejemplo, poemas en las paredes”.

Sadeck evoca ese tiempo “hace siglos, en que medio millar de escribientes trabajaban en Tombuctú y se ganaban bien la vida”. “Ahora no queda ni uno”, sentencia. “Yo era el último y no tengo a nadie a quien enseñar”.

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