Atentos a esta cara para los Oscar
John Hawkes pone rostro a ‘Las sesiones’ Candidato a los Globos de Oro, su nombre suena para la estatuilla al mejor actor
Si alguien puede compararse, incluso físicamente, a Sean Penn en ese planeta llamado Actores, ese es John Hawkes. Y los demás, a ver desde la barrera. Penn es siete meses más joven, y probablemente por eso Hawkes (Alexandria, Minnesota, 1959) cite como su referencia a un dios de otra generación, Robert Duvall. Pero todo el que haya estado atento al cine estadounidense de los últimos 15 años habrá visto crecer a Hawkes desde La tormenta perfecta y Tú, yo y todos los demás a la serie Deadwood, American gangster, su candidatura al Oscar al mejor secundario con Winter’s bone y su terrorífico personaje en Martha Marcy May Marlene para acabar —por ahora, que lleva más de 100 apariciones en cine y televisión y ya ha rodado otro puñado más, con estrenos próximos como Lincoln— con Las sesiones, su primer protagonista. Y qué personaje: Mark O’Brien, periodista y poeta, parapléjico por culpa de una polio infantil, que no pudo vivir alejado más que algunas horas de su pulmón de acero, que a los 36 años decidió perder la virginidad y para ello buscó una terapeuta sexual (encarnada por Helen Hunt). O’Brien (1949-1999) existió de verdad, al igual que la chica y que el cura —hilarante William H. Macy— sobrepasado por las dudas de este creyente.
Premio del público en Sundance y San Sebastián (donde se hizo esta entrevista), Las sesiones llega fuerte a los Oscar empujada por las candidaturas a su pareja protagonista en los Globos de Oro y los Independent Spirit.
Y en medio de la ola un calmado Hawkes, al que esa fama le hace sonreír. “¿Que cómo lo he hecho? Trucos de magia. Toda mi carrera ha ido de la comedia al drama, de héroes a villanos, de la luz a las sombras. Nunca he tenido un patrón que enseñar, algo por lo que me encasillara la gente. Solo he buscado en estos 20 años las mejores historias que me ofrecieran. Y así ha ido: a veces sale bien y no es tu culpa, y otras sale fatal y sí es tu culpa”.
En Las sesiones O’Brien solo movía la cabeza, un reto interpretativo que inmediatamente empuja al espectador a rememorar La escafandra y la mariposa y Mar adentro. Hawkes se lamenta: “Ay, no he visto ninguna. Ya sé, ya sé [con tono compungido]. Pero es que en los últimos tiempos he trabajado mucho y mis ratos libres los dedico a mi banda y a mi música. Es que no he visto ni Mi pie izquierdo. Tengo que mejorar como espectador. Pido perdón. En mi caso, el reto tenía varios niveles. Intenté no pensar en mi cara, evitar la tentación de gesticular y recordar que Mark era un ser humano. Que la cámara hiciera su trabajo. Crearlo como otro personaje más, aunque en cambio no se parece en nada a todo lo que he hecho: aparezco en el 90% de la película, y en la mayor parte del metraje solo se ve mi cabeza girada 90 grados. Al final todo eso reduce a confiar en la técnica desarrollada con los años”.
Su Mark es un tipo muy naíf, pura bondad. ¿En ningún momento pensó en darle alguna nota discordante? “¿Has conocido a Ben Lewin [el director del filme]? Es otro superviviente de la polio infantil, que se mueve con problemas con las muletas, con gran sentido del humor, incluso sarcástico, pero siempre amable. Desde que leí el guion y conocí a Lewin supe que el humor era la base del personaje, que debía evitar el melodrama y la lástima, que tenía que llegar al gran público. Y para eso, el mejor regalo envenenado son las risas”.
Nunca nadie lo ha tenido tan fácil para tener sexo con Helen Hunt. “Era un trabajo difícil que alguien tenía que hacer”, responde entre carcajadas. “Pero es cierto. Se lo hace todo. Helen y yo decidimos no vernos mucho hasta el plató. Cuando rodamos la primera sesión sexual con toda su incomodidad y la sensación de sentirnos violentos, era verdad”.
Con tanto reconocimiento, ¿siente que escala en Hollywood? “No hablamos de dinero, ¿verdad? Sino de fama”. Sí, así es. “Si logro ser invisible en la multitud, si me convierto en una persona más entre la gente, estaré haciendo mi trabajo bien. Podré observar y tomar notas, sin que nadie se vuelva a mi paso. Además, soy reservado y no me gusta salir a cenar con amigos y que me señalen. Es incómodo para todos. Lo más importante: en los últimos años creo que he convencido al público con mi trabajo porque nadie sabía quién era. Bueno, sí: era mi personaje. No quiero ser desagradecido, pero si pudiera mantener el anonimato… En fin, mi familia está orgullosa y el resto son divagaciones de artistilla”.
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