La sirenita y la Bestia
Pocos directores contemporáneos como Jacques Audiard aúnan con tal radicalidad el tratamiento cinematográfico de la mente y del físico, la psicología y la naturaleza corpórea, lo que se piensa y lo que se siente. El francés, que en las sensacionales De latir mi corazón se ha parado y Un profeta ya había experimentado cómo mostrar tal dicotomía, lo eleva a la máxima expresión en la arriesgadísima, brutal y esperanzadora De óxido y hueso, fábula de amor y horror de ambientación insólita, alrededor de una pareja en principio alejada de cualquier tipo de compatibilidad: una bióloga cuidadora de orcas en un acuario para niños y un portero de discoteca de pasado boxístico. Una película que, aun asentada en el aquí y en el ahora, en el drama de a pie de calle, tiene mucho de cuento; de cuento para adultos donde no es difícil ver a una Bella muy especial (sin piernas) y una Bestia muy carnal, a una sirena de los nuevos tiempos y a un príncipe sin mucho seso.
Con su habitual potencia visual, y la ayuda de su inseparable músico Alexandre Desplat, siempre extraordinario, siempre diferente a todos sus colegas, siempre distinto incluso a sí mismo, Audiard capta con su cámara la traducción atmosférica de ese sentimiento de ilusión que pulula por todo el relato, a pesar de la tragedia reinante, a través de constantes rayos de luz que atraviesan el plano como rendijas que abren sus mentes y sus cuerpos hacia un horizonte mejor. La creación de sensaciones en el espectador gracias al uso de instrumentos puramente cinematográficos (ralentís, juegos con el sonido, con la luz…) es constante en el cine de Audiard y aquí son de todo tipo y condición, aglutinando una extraña poesía de la violencia y el amor. El director francés conmueve con sus peleas, con sus polvos, con sus llantos.
'De óxido y hueso'
Dirección: Jacques Audiard.
Intérpretes: Marion Cotillard, Matthias Schoenaerts, Armand Verdure, Céline Sallette.
Género: drama. Francia, 2012.
Duración: 120 minutos.
De óxido y hueso no es una película fácil: por sus formas y por su temática. Pero en su complejidad está su radicalidad; en sus ganas de agradar no agradando, valga la paradoja. Y, como suele ser habitual en su obra, Audiard vuelve a tocar los insólitos modos de ganarse la vida que tienen algunos en una sociedad masacrada por el ultracapitalismo; aquí, los soplones contratados por los gerentes de las empresas (no por los dueños), que espían de forma ilegal a los trabajadores con el fin de mantener sus números, su prestigio y su culo en los lugares más altos.
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