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Siete horas de Wagner… sí. Perón, no

La versión recortada de ‘El Anillo del nibelungo’ triunfa en el Teatro Colón, pero el público abuchea una puesta en escena con referencias al Che, al peronismo y a las abuelas de la Plaza de Mayo

Francisco Peregil
Una escena de 'Sigfrido'
Una escena de 'Sigfrido'

El espectáculo era de por sí extraordinario y polémico. Pero se volvió más polémico en los minutos finales. El Teatro Colón de Buenos Aires estrenó ayer una versión recortada de las cuatro óperas que componen El anillo del nibelungo, de Richard Wagner. La obra, expresamente creada para el teatro porteño y bautizada como Colón-Ring, había generado gran expectación por saber cómo acogería un público de tradición wagneriana lo que muchos podrían considerar un sacrilegio. El tijeretazo al libreto, a cargo del compositor alemán Cord Garben, dejaba en 7 horas las más de 14 que dura la tetralogía. En lugar de racionar la obra a lo largo de cuatro jornadas, como suele hacerse con la versión íntegra, el público entraría a las dos y media de la tarde, descansaría en tres intervalos y saldría a las once y cuarto de la noche. La amputación gozaba del permiso y la colaboración de la biznieta del músico Katharina Wagner, quien firmó el contrato como directora de escena. Pero cuando apenas faltaba un mes para el estreno, Wagner pegó un portazo digno de las mejores espantás flamencas. La dirección del Colón recurrió entonces a la argentina afincada en España y miembro de la Fura del Baus, Valentina Carrasco, para que intentara salvar el proyecto.

'Sigfrido'
'Sigfrido'

Y el proyecto se salvó ayer con grandes ovaciones. El público aplaudió de buena gana la primera ópera amputada, El oro del Rin. En los únicos momentos donde la gente parecía incómoda o algo tensa fue en los descansos, a la hora de hacerse un hueco en las colas donde se repartía canapés. Concluida la Walkira, tras más de tres horas sentados, los espectadores que ocupaban las primeras filas y padecían la desgracia de no saber alemán ejercitaban poderosamente el cuello tratando de mirar sin perder detalle a las ninfas del Rin y a los subtítulos situados en lo alto del escenario. Tras cinco horas de ópera y siete de permanencia en el teatro, el Sigfrido levantó más ovaciones que ninguna de las piezas anteriores. “El público este no entiende mucho”, comentaba la alemana Paedschke Brigilda, quien se había desplazado desde Berlín con un grupo de 25 wagnerianos. “La única cantante que se salva es Linda Watson (Brunilda)”. En mitad de la función, una orquesta fue reemplazada por otra. Pero Linda Watson continuaba cantando tras cinco horas, como si acabara de llegar al escenario.

Algunos extranjeros tal vez se perdían los guiños que Valentina Carrasco le había hecho a la historia reciente de Argentina. En vez de lingotes, el oro del Rin estaba representado por bebés, en clara alusión a los niños robados durante la dictadura argentina (1976-1983). El dios Wotan, con parche en el ojo, aparecía ataviado con el traje militar de cualquier dictador latinoamericano. El corresponsal para Suramérica de la radio alemana ARD, Julio Segador, comentaba que algunas de las personas mayores a las que entrevistó se quejaban de esas alusiones a la dictadura. Pero las imágenes más polémicas aún estaban por llegar.

Valentina Carrasco había advertido que la mejor versión, sin duda, era la íntegra. Pero esta otra permitía disfrutar de otra manera. “La magia de no salir del teatro es como convivir, como respirar esta atmósfera wagneriana de cuento de hadas todo el tiempo. (…) Buenos Aires es una ciudad muy wagneriana. Hay wagnerianos de toda la vida, un poco como pasa en Barcelona. Y esa gente se despeina cuando oyen hablar de esto. Pero es que en realidad le están dando muy poco crédito a Wagner. No se preocupen, que a Wagner no lo puedo matar ni yo, ni Katharina Wagner, ni nadie”, había advertido durante una entrevista con este periódico.

La gente se metió de lleno con sus trajes y sus corbatas en las siete horas de traiciones, espadas que solo una persona podía arrancar de un tronco, pócimas mágicas, enanos, gigantes y dioses. Muy pocos temieron por la integridad de Wagner. “Yo venía con curiosidad por saber cuánto tiempo iba a ser capaz de aguantar”, comentaba un político del Ayuntamiento de Buenos Aires durante el último descanso, tras siete horas en el teatro. “Y ahora estoy encantado de seguir aquí. No sé qué pensarán los críticos. Ellos que hagan su trabajo, que yo me ocuparé de seguir disfrutando”.

'El ocaso de los dioses'
'El ocaso de los dioses'

Y llegó El ocaso de los dioses, la última ópera de la tetralogía. Cuando, víctima de una traición, moría Sigfrido, el héroe “más puro” a tenor de lo que señalaba su esposa Brunilda, sobre un telón semitransparente aparecieron vídeos de Teresa de Calcuta, del Che Guevara, las abuelas de la Plaza de Mayo y del 17 de octubre de 1945. Ese fue el día en que decenas de miles de pobres acudieron a la Plaza de Mayo para pedir la liberación de Juan Domingo Perón, apresado por varios compañeros militares. Sigfrido yacía al fondo, la música solemne de Wagner envolvía el Colón y el público callaba. Antes del final, el oro regresaba al Rin y decenas de niños corrían alegres hacia los brazos de sus padres, que se quedaban en silencio sobre el escenario mirando al patio de butacas. La metáfora con el reencuentro de los 107 nietos de la dictadura recuperados hasta ahora por las Abuelas saltaba a la vista. El público callaba.

Y al bajar el telón, después de nueve horas y cuarto en el teatro, el Colón se rindió ante esta versión recortada de la tetralogía. Decenas de personas en el patio de butaca aplaudieron en pie entre gritos de bravo, bravo, bravo. Los mayores aplausos se los llevaron el director de la orquesta, el austriaco Ricardo Paternostro, y sobre todo, la cantante Linda Watson. Pocas veces se tiene la oportunidad de disfrutar de una cantante de ese talento a lo largo de tantas horas. Los aplausos no cesaban. Pero cuando subió al escenario la directora de escena, una parte del público empezó a abuchearla. “Son los oligarcas de siempre”, se quejaba Gustavo Perelló, crítico musical de El día de la Plata. “En el Colón la gente que entiende de música suele venir a los pisos de arriba, los más baratos. Y las butacas de la platea la ocupan los oligarcas de toda la vida, que no entienden nada de música. Si bien es verdad que esta puesta en escena está demasiado politizada, ellos pitan porque son antiperonistas. Y no soportan ver esas imágenes del 17 de octubre”.

'El ocaso de los dioses'
'El ocaso de los dioses'

El crítico de la agencia oficial Télam destacó todas las ausencias de forma y contenido en la obra. Pero subrayó que Cord Garben supo mantener el “espíritu grandilocuente de Wagner”. Y sin colar “una sola nota agregada sobre la partitura”. “Los puentes musicales entre los segmentos se conciliaron con compases de la propia obra”, indicaba la agencia.

La próxima y ya única función del Colón-Ring se podrá ver el viernes. A partir de entonces, quien pretenda disfrutar de ella tendrá que esperar a verla por televisión el próximo año, cuando se conmemore el bicentenario del nacimiento de Richard Wagner.

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Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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