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La forja de Rafael Azcona

Todos los escritos, sus primeros trabajos, del mítico guionista para ‘La codorniz’ aparecen en tres tomos

Juan Cruz
Dibujo-chiste de Rafael Azcona para 'La codorniz'.
Dibujo-chiste de Rafael Azcona para 'La codorniz'.

Cuando murió Rafael Azcona, el 24 de marzo de 2008, el cineasta José Luis García Sánchez fue instruido por Susi Youdelman, la viuda del guionista, para que alertara a los numerosos amigos del autor de Los ilusos. Así anunció García Sánchez la definitiva ausencia: “Tenías un amigo que se llamaba Rafael”.

Los amigos no se han resignado a la ausencia, y otros, a los que conoció más cerca de sus últimos tiempos, se han unido a aquellos para perpetuar la memoria de la faceta a la que Azcona le dedicó muchísimo tiempo y mucha escritura, aunque de eso casi no hablaba en las reuniones habituales que tenía en la tertulia en la que desmintió, casi cada semana, su misantropía.

A veces hablaba ahí, de lo que había escrito o de lo que había dibujado, pero jamás se hizo centro de esas conversaciones ni eso ni de su vida de posguerra, cuando empezaba a arañar la escritura cinematográfica y subsistía como poeta en cafés, donde por escribir versos le daban agua gratis, o como colaborador fijo de La codorniz, adonde llegó por Antonio Mingote.

Julián Lacalle, un joven logroñés de 36 años, medio siglo menos que los que ahora tendría el escritor de Los muertos no se tocan, nene, ha rebuscado en ese enorme material literario y gráfico que Azcona aportó a la revista más audaz para el lector más inteligente desde 1952 a 1956. Y todo aquello sobre lo que el autor arrojó la sombra de su timidez durante más de medio siglo sale ahora a la luz en una editorial que también se radica en Logroño, la patria chica del artista. La editorial que dirige Lacalle se llama Pepita de Calabazas, cumple ahora 5.000 días y se llama así en homenaje a un memorable diálogo de José Luis Cuerda en Amanece, que no es poco.

Serán tres volúmenes, y ahora aparece el primero, titulado ¿Por qué nos gustan las guapas? Los siguientes serán ¿Son de alguna utilidad los cuñados? y Repelencias. En todos hay dibujos, viñetas y collages, aquellas peculiares interpretaciones que de la naturaleza humana hizo Azcona también en su escritura.

Azcona decía, de broma, cuando le preguntaban si hacía vacaciones. “¿Vacaciones? ¡Si ya me fui de Logroño!”. Pues a Logroño ha vuelto. Allí ruedan películas con sus textos, en su ciudad le han puesto su nombre a la biblioteca y allí le reeditan la producción gracias a la que vivió en los tiempos del agua gratis. Julián Lacalle cuenta cómo fue: “Habiendo nacido en Logroño se puede decir que nuestro encuentro con la obra de Azcona era inevitable”.

Él leyó los guiones (El verdugo, La escopeta nacional, El bosque animado), pero “no sabía nada de quién estaba detrás de aquellos guiones”. Fue la lectura de Los muertos no se tocan, nene la que convirtió el conocimiento “en flechazo” y el principio de la búsqueda del autor. La revista Calle Mayor reeditó en Logroño los poemas de Azcona. En 1991 Rafael empieza a reescribir su narrativa y tiempo después, con la editorial de Lacalle ya en funcionamiento, el propio Azcona le presentó Memorias de un señor bajito.

“Él es único. Eso está claro”, dice Lacalle. “Una parte de su literatura, la más particular, la más profunda, está muy arraigada en la manera de contar de la tierra donde vivimos. Sus querencias por el absurdo, por la anécdota grotesca, nos son muy familiares”. En ¿Por qué nos gustan las guapas?, cree Lacalle, “está la forja de un escritor”. Es la primera obra de Azcona, en cierto modo. “Es como una de esas flores que salen entre las grietas del cemento”, dice Lacalle. “Es una muestra de los mecanismos de supervivencia mental que la gente tuvo que aprender a manejar para hacer soportable una sociedad invivible en muchos aspectos”.

Azcona lo hizo casi jugando, para sobrevivir. Ahora se puede leer su primera escritura, dice el joven editor de su pueblo, como la expresión de “unas ganas incontenibles de libertad”.

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