El placer de ser tú
En los últimos 10 años, casi todo ha tendido a la desaparición, desde la física con la nanotecnología, desde la informática con los bitsy desde la moral con la sinvergonzonería. Pero lo que fue “sin” (sin cafeína, sin alcohol, sin azúcar, sin vergüenza) ha llegado a convertirse en cero: cero en calorías, cero en democracia y cero en realidad. Lo real ha sido reemplazado por la invisibilidad y ha llegado el momento de una reacción genérica.
La vida no se desarrolla en las pantallas ni el corazón palpita bajo el orden digital. Todo el ejército de desempleados como efecto de la crisis y la sustitución del ordenador (“espíritu ordenador”) va dando la vuelta hacia una humanidad cuya cultura abomina de este sumidero donde pereceremos todos.
Lo que fue “sin” (sin cafeína, sin alcohol, sin azúcar, sin vergüenza) se ha hecho cero: cero en calorías, cero en democracia y cero en realidad
La Red está muy bien, la globalización parece un milagro pero la Humanidad echa de menos abrazar carnes, rehacerse en su labor de hacer cosas con las manos y entenderlas con el ruido del corazón.
Sin tanto rollo poético, esta viene a ser la tesis de Chris Anderson (The long tail) que acaba de publicar Makers. The long tail llamaba la atención sobre el hecho de que la facturación de mil editoriales pequeñas (tan bonitas en toda España) llegaba a alcanzar casi la cifra de los sellos gigantes.
¿Una follie? Pues no. La gente se complace con la edición esmerada. Ama el libro que parece elegido para él y compuesto con el mimo que lo mima.
De igual modo, Chris Anderson traslada esta “impresión” a las demás cosas. Su libro enseguida se hace simpático y convincente, convincente y simpático evocando el general deseo infantil de hacer cosas con las manos. Un muñeco de plastilina, una pelota de papel o un lego. Nada de máquinas inasequibles de por medio.
La materia recobra así su prestigio natural tras haberla perdido en el vértigo invisible del computador. No se trata, en fin, de volver atrás sino de progresar sin cerrar los ojos.
Toda afición a tejer, modular, construir o crear, propia de los seres humanos, se traduce hoy, cada vez más y como reacción placentera, en las conductas de los emprendedores.
Estos makers componen ya una sociedad de millones en Estados Unidos y pueden ser parte de los 60.000 nuevos empresarios autónomos españoles que nacieron en los últimos meses.
La Red les ayuda a idear novedades y a difundirlas. La Red les ayuda en la financiación de sus proyectos gracias a otros emprendedores y la Red les impulsa a mejorar sus productos mediante un “código abierto” a la muchedumbre. Porque ya no se trata de ser un genio único y morir herido por la proeza. El futuro será colectivo o no será.
Los puestos de trabajo que se pierden en la industria no los absorbe ya la agricultura reducida ni la electrónica productiva sino otra industria nacida de múltiples y pequeños emprendedores. Aquellos que mejoran el sillín de la mountain bike, los que procuran zanahorias de Zaire, los que venden zapatillas ergonómicas y perfumadas o, como ya se ve, nos ofrecen clementinas, jamones exquisitos o películas que nunca podríamos encontrar en El Corte Inglés.
Son aquellos emprendedores que nos tratan como particulares y escogen aquellos productos que nos harían especialmente felices.
Esta cultura de la oferta que pareció selectiva e individualista en los noventa ha cambiado para ser barata, perfectiva y humanista. No vende productos como Caprabo a bajo precio sino que oferta lo que jamás ofertará Caprabo. Esta nueva entrega de productor a consumidor, de la producción a la difusión obtiene, de un lado, el mayor provecho de la comunicación online y el posible gozo humano de una amorosa línea de consumo.
Hace casi 30 años dos profesores del MIT, Michael Piore y Charles Sabel, predijeron esta transición en The second industrial divide. Ahora estamos no solo divididos por el gusto sino truncados por esta Gran Crisis de mierda que nos lleva aglomerados al vertedero. Pero ahí hay que ver —incluso— la salvación: el vertedero es ya el abono de unos brotes que el Gobierno horizontal no ve pero que la sociedad levanta, como crecientes jardines verticales, ante el acartonado rostro del Poder.
Babelia
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