Compasión por el hombre moderno
El escritor inglés L. P. Hartley mezcla nostalgia, nobleza y cruda realidad en 'El empleado' Es una historia que crece ante el enfrentamiento de varios dilemas morales
El empleado
L. P. Hartley
Traducción de Mariano Peyrou
Pre-Textos. Valencia, 2012
Quizá no sean estos tiempos que vivimos propicios para una historia romántica, pero sin duda lo son para dar cabida a la inteligencia y a la sensibilidad. Esta que comentamos es la historia de un hombre de clase baja cuyo oficio es el de chófer de alquiler que vive acorde con la frase de Molière que encabeza el libro: “Trop de perversité règne au siècle où nous sommes, et je veux me tirer du commerce des hommes”. Leadbitter es un hombre soltero, de costumbres tradicionales, que cultiva la imagen de empleado de confianza que trabaja por su cuenta con la dedicación y perseverancia con que un mayordomo cultiva la suya. Sin embargo, no es un hombre comprometido con una familia, como un mayordomo tradicional lo es con aquella a la que sirve sino que, por el contrario, trabaja para una serie de clientes que requieren sus servicios de manera regular. Su porte, su apariencia, sus maneras son una parte de su capital. La otra es el automóvil que ha adquirido con esfuerzo y que aún debe. Hace un tiempo se separó de una mujer con la que mantenía relaciones y desde entonces vive solo, sin familia y, en su circunspección, prácticamente sin amigos.
Ernestine, Lady Franklin, es una joven mujer que ha enviudado recientemente de un marido de excelente familia y bastante mayor que ella. Es un alma simple a la que una sustanciosa herencia le permite vivir apartada de las inconveniencias de la vida cotidiana. Ella se dedica a visitar catedrales, la gran pasión de su marido, como forma de compensación a la mala conciencia de no haberlo amado debidamente. Por lo demás, vive bastante aislada, lo que preocupa a sus amigas que desean devolverla a la vida social. Para sus visitas a las catedrales, contrata los servicios de Leadbitter y entre ambos acaba estableciéndose una suerte de complicidad, siempre sobre una distancia personal insalvable. Un día, Ernestine, en un arrebato de empatía, le entrega un cheque extra con el que Leadbitter puede terminar de pagar su automóvil y esto le hace sentirse dueño de sí mismo. “El yo es un chantajista que nunca está satisfecho con lo que se le paga”, dice ella a modo de disculpa, pues cuando le entrega el cheque queda liberada de sí, de su yo encerrado entre las cuatro paredes de su casa. Luego, desaparece de la vida de Leadbitter.
Un día, Leadbitter recoge en su coche a Hughie, un pintor mediocre del círculo de amistades de Ernestine, y a su amante Constance, y descubre, sin buscarlo, que Hughie planea casarse con Lady Franklin, por su dinero, pero piensa seguir manteniendo su relación amorosa con Constance. Con extrema sutileza, Hartley hace reaparecer el recuerdo de Clarice, expareja de Leadbitter, porque, tras el interés emotivo que le causa su reaparición, se encuentra la figura de la propia Lady Klein, aunque Leadbitter ni se da cuenta de ello. El lado emocional de Leadbitter, siempre contenido, empieza a asomar a partir del inevitable conflicto que le plantea el conocimiento de los planes de la pareja Hughie-Constance y acaba mostrándose plenamente cuando se le estropea su coche y compra uno nuevo, lo que supone un revulsivo de todo orden en su vida. Un coche que actuará, según Mario Praz, como deus ex machina. Y, como se decía en un conocido concurso televisivo español: hasta aquí puedo contar.
L(eslie) P(oles) Hartley (1895-1972) es un novelista inglés amigo de Aldous Huxley y contemporáneo de Angus Wilson, Ivy Compton-Burnett e, incluso, Graham Greene. En él —y en esta novela en concreto— se percibe la influencia de Henry James. Pertenece, pues, a una escuela tradicional de sólida raigambre cuyo inmediato antecesor es E. M. Forster. Es autor de la famosa trilogía The shrimp and the anemone y, para el lector español, de la espléndida novela El mensajero (Pre-Textos, 2004), llevada al cine por el gran Joseph Losey en 1970 con el mismo título.
Desde un cierto punto de vista, esta novela tiene un punto emocional romántico, pero pertenece a ese momento que el mismo Hartley señala como el que sustituye la fascinación por el héroe por la compasión con que contemplamos las más de las veces al individuo moderno. Nada de romanticismo, pues, sino una mezcla de nostalgia y realidad cruda que, sin embargo, deja un claro espacio a una suerte de nobleza de actitud, aún presente en tiempos de crisis de los viejos valores, de la sombra de los ideales caballerescos. La distancia social entre Leadbitter y Lady Franklin no admite la idealización de la historia de Lady Chatterley, ni siquiera en los términos en que, en cierto modo, el propio Hartley admite en la relación que establecen Lady Marian Trimingham y el capataz Ted Burgess en El mensajero. Pero el formidable personaje de Leadbitter —y también los demás que componen la trama— harán disfrutar hondamente al lector gracias a la sutileza magistral de ese magnífico escritor que fue L. P. Hartley.
Babelia
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