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Karl Lagerfeld se suma a los vientos de cambio

El diseñador recrea un parque eólico en París para rejuvenecer a Chanel

Foto: atlas | Vídeo: Patrick Kovarik (AFP) / Atlas
Eugenia de la Torriente

La escena muestra a Karl Lagerfeld veraneando en Saint Tropez. Toma una hoja y sus pinturas de colores y empieza a bosquejar la colección primavera / verano 2013 de Chanel. Hace calor y el septuagenario diseñador sueña con aire y brisa. Corte al Grand Palais, en París, ayer por la mañana. 13 falsas turbinas flanquean una pasarela que simula el efecto de un panel solar. Si Lagerfeld quiere viento, Chanel le construye un parque eólico. Así es como funcionan las cosas en la firma de lujo más poderosa del mundo.

“No estoy tratando de hablar de ecología”, aclaraba Lagerfeld, “sino de volumen y ligereza. Los materiales son frescos y he eliminado todos los códigos de Chanel: ni una cadena, ni una camelia”. Soplan vientos de cambio y Chanel no quiere quedarse atrás. Cuando todo parece centrado en las dos casas que se han renovado con sus nuevos directores creativos, rejuvenecer es la obsesión.

Lagerfeld se convirtió en uno de los grandes ausentes en el estreno de Hedi Slimane en Saint Laurent. Lo que no deja de ser curioso ya que él fue uno de sus primeros y más entusiastas valedores: nunca faltó a sus desfiles en Dior Homme y adelgazó para entrar en sus trajes. Ayer, vestido con chaqueta de Dior por Kris Van Assche, quitaba importancia al asunto. “No he visto nada de anoche. Nunca miro otros desfiles antes del mío y tampoco acudo a ellos. A las presentaciones de ropa para hombre voy como cliente”. Slimane no hace más que perder simpatías. La otra ausencia destacada fue la de Cathy Horyn, crítica de The New York Times, a la que el diseñador vetó por una absurda trifulca.

Los desfiles de Chanel son siempre una demostración de poder. Con un ejército de modelos marchando entre los molinos, el de ayer no fue una excepción. Y la grandilocuencia de la puesta en escena tuvo su reflejo en la colección con un enorme bolso hula hoop, gigantescas perlas, zapatos de monstruosas plataformas (es urgente revisar el calzado en esta casa) y sombreros de exagerada ala de plástico.

En los años 60, el plástico para vestir tenía un valor vanguardista, pero medio siglo después ha perdido vocación de ruptura. Excepto, quizá, en el caso de Amaya Arzuaga. En sus manos el plástico recupera su carácter experimental. Para su quinto desfile en París, la única española presente en esta semana de la moda lo utilizó como oposición a lo orgánico. Esta clase de dialécticas están en la esencia del estilo de la burgalesa, que esta vez quiso explorar el valor de la curva femenina frente al círculo geométrico. Con colores importados de Gary Hume, se alejó de los territorios oscuros que a menudo prefiere. Es la clase de riesgo que París agradece porque le permite seguir sintiéndose joven.

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