El oráculo de la tristeza
Que Cristiano Ronaldo se declare triste, preocupa mucho a los madridistas pero alegra, al menos circunstancialmente, a los culés.
La cuestión de fondo, en ambos casos, es que tristes estamos todos y no solo por unos días o por unas jornadas de Liga, sino a lo largo del estado consuetudinario donde leemos los periódicos, vemos los telediarios y sacamos cuentas sobre el porvenir.
Porque desde un punto a otro del terreno de juego, han venido a enturbiarse las ganas de jugar. Ni la rentrée cultural nos parece lo divertida que fuera ni los hechos onomásticos que para el futuro se anuncian alborozan el corazón. Una ancha y hosca manta gris se ha extendido gradualmente durante estos años de la Gran Crisis sobre el alma entera de la población. La única acción que podría aliviarnos sería el improbable aligeramiento de esta lona aciaga, ya sea en lo laboral, en lo profesional, en lo mítico o en lo cultural.
En las leyendas, la tristeza del héroe sobreviene siempre de manera súbita, tan impronosticable como injusta. Y la tristeza de Ronaldo se exhibe incluso ofensiva y demoledora para la actual población que vive amargada en una de las etapas más ásperas e injustas de su biografía.
Porque la tristeza no es ya un estado de uno u otro individuo, una maldita adversidad personal, sino que reina como el lado más repugnante de las cosas o como si, en efecto, las cosas mostraran, abatidas, su panza más nauseabunda y fosca.
¿Darle la vuelta a la situación? Tras casi cinco años de depresión, la enfermedad ha ido haciéndose cada vez más profunda, compleja y desalentadora. No hay alegría para gastar, pero tampoco para ahorrar ni tampoco para el punto cero de la compra. Muy característico de esta crisis ha sido su capacidad no solo para derrocar los corazones más vivaces sino los grupos sociales y aún sus modestas distracciones de júbilo.
A casi cada paso exultante llega la venenosa memoria del luto. Y a casi cada movimiento de superación sigue el nuevo peso hacia el hundimiento perpetuo.
¿Por qué iba a estar alegre Cristiano o Tristiano, como ya se le llama? El llanto del ductor recae sobre la muchedumbre como una corrosiva lluvia de gas y silicio que, como dice Ridley Scott en Prometheus, no promete para la especie nada que no sea su insoluble oscuridad.
No sabemos, no confiamos, no esperamos. El efecto de la Gran Crisis afecta al saber sin presupuesto, a la sanidad sin medicinas, al mejorado porvenir sin fundamentos. Ni siquiera la religión ha osado pronunciar algunas palabras de esperanza, puesto que ella misma, en crisis, se suma a la tristeza general, al vicio y al desasimiento.
Si ese guapo y rico delantero del Real Madrid no hubiera proclamado que se encontraba triste, su palabra debía haber sido obtenida forzadamente del oráculo. ¿O será ya él mismo el oráculo que proclama el momento de la desolación?
Dentro del reino del fútbol, instancia cenital de la evasión o la pasión colectivas, no podía ser Messi quien pronunciara esas palabras puesto que su tristeza es ya consustancial.
Nadie diferente, ni políticos, economistas o intelectuales, podrían expresar con una contundencia superior el Imperio Astral de la Tristeza. Las guerras en el Tercer Mundo son tan despiadadas como aburridas y tristes, las tasas de interés aquí son crueles y tristes, las cifras de paro son lóbregas, desmesuradas y tristes.
Del malestar en la cultura, un siglo atrás, a la tristeza en la cultura. Del pesar de los corazones particulares a las toneladas de déficit social que, como gigantescos pecados mortales, conducen a unos exorbitados diluvios de millones. Lluvias de acero y de gases tóxicos que preparan nuestra salud envejecida para vivir su agonía sin término y al fútbol para representar el llanto de nuestra infancia (madridista) enfangada en el campo.
Babelia
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