Michael Jackson reina en Venecia
'Bad 25', el documental de Spike Lee sobre su amigo el rey del pop, está más cerca del tributo melómano que del producto promocional
Era un documental esperado y no ha defraudado. De hecho su inclusión en la sección oficial (aunque estuviera fuera de competición) ya daba a entender que no estábamos ante un producto meramente promocional sino a algo más cercano al tributo melómano. A la batuta de Bad 25, Spike Lee, colega de Jackson, director excepcional en algunas ocasiones (y plomazo en otras) y amante de la música en general y del Rey del pop en particular.
Precisamente hoy se celebra el 25 aniversario de la salida de Bad, el album de Jackson que llegaba con la joroba de ser el primer trabajo del artista después del celebérrimoThriller. Con la excusa de la efeméride (una percha esplendida, por qué no decirlo) Lee se pone la bata de forense –con perdón por la palabreja- para diseccionar el núcleo de Jacko, su motor creativo y las células grises (empezando por Quincy Jones) que se apretujaron a su alrededor para crear un disco que pudiera rivalizar con el citado Thriller. De sus bocas, y muchas veces de sus miradas, sale un retrato (casi papiroflexia) que a base de pliegues y dobleces trata de explicar como se trabajaba con el tipo que cambio la historia de la música de un zarpazo.
Naturalmente, el bisturí de Lee goza de pulso firme e incluso hay que agradecerle su nulo afán de protagonismo consciente de que la historia puede ser contada a coro sin necesidad de un narrador que vaya allanando el camino. El afroamericano, un señor de perpetuo ceño fruncido, ha reunido a un elenco de lujo para hilvanar su precioso discurso, muy alejado de los dimes y diretes que caracterizaron la historia de Jackson y que dejaban su música a un lado. Martin Scorsese (con su montadora de siempre, la legendaria Thelma Schoonmaker), Quincy Jones, Mariah Carey, Sheryl Crow, Justin Bieber, Kanye West y el equipo habitual de producción del cantante, trazan un relato emotivo (y esplendido en su afán por descubrir detalles con los que tirar del hilo) que encaja perfectamente en el alma didáctica del filme, interesado únicamente en la música, no en los entresijos morbosos que convirtieron al artista en pasto de los caníbales.
Sólo así, esquivando el ruido de fondo, podía salirle a Lee un documental tan pulido, tan silencioso en sus méritos (hasta el punto de incluir apenas un par de actuaciones de Jackson en su metraje) y tan esforzado en su voluntad de (re)colocar al cantante en el Olimpo de los creadores con mayúsculas. El final, probablemente el único resquicio que el realizador otorga a la emotividad, es –aun así- una bonita declaración de intenciones que le quita a Jackson el disfraz de freak y le devuelve la humanidad que nunca debió perder. Hay lágrimas, algunas furtivas y otras al descubierto, que ilustran al amigo que muchos perdieron.
Había vida más allá de helicópteros persiguiendo ambulancias, de los trapos sucios y de su –muy publicitado- excentricismo: el documental la ha encontrado y le ha puesto un foco y una alfombra roja. Han pasado 25 años desde el lanzamiento de Bad pero la música del tipo que se escondía detras de Jackson sigue siendo una gozada. Lee lo sabe, y los demás también.
Babelia
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