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La política de autor rige en el Lido

Arranca el festival de Venecia, el más antiguo del calendario, entre las dudas por el relevo en la dirección y una legión de pesos pesados del cine estadounidense

Foto: atlas | Vídeo: claudio onorati (efe) / atlas
Toni García

A rey muerto, rey puesto. Finiquitada la época de Marco Müller (un hombre que, para bien y para mal, ha dejado su huella —profunda— en este festival), ya emigrado este en busca de pastos más verdes, el paisaje se dibuja distinto. El exiliado promete, cual Marco Antonio, derrotar a la mismísima Mostra desde su nuevo trono en el festival de cine de Roma. Sabido es que Müller es un señor de extensa agenda y grandes habilidades entre bambalinas y por ello no es extraño que su marcha a la capital haya puesto a temblar a más de uno en la ciudad de los canales, empezando por el nuevo responsable del certamen veneciano, Alberto Barbera. Su predecesor se fue además dejándole un regalo envenenado: la mejor Mostra de la última década, con grandes estrellas y mejor cine.

Barbera se enfrenta pues a una sombra que le cubre de pies a cabeza y que puede acabar engulléndole a poco que las cosas se le tuerzan. Por si todo esto fuera poco se enfrenta a una paradoja: debe cruzar los dedos para que su criatura funcione y esperar que la de Müller no sea el bombazo que muchos esperan. Roma, que —no hace tanto— Müller calificó de festival “risible”, puede que no dé tanta risa gracias a él. Cosas de la vida, se supone.

Barbera se presenta a revista con un festival equilibrado, que bebe copiosamente del cine de autor y donde —por encima de todo lo demás— destaca The master, de Paul Thomas Anderson, la gran apuesta de la Mostra, que le costó sangre y sudores conseguir y que llega del otro lado del Atlántico con críticas que la consideran una maravilla, hermética y compleja, pero una maravilla.

Pisarán el Lido Robert Redford, Philip Seymour Hoffman, Joaquin Phoenix, Michael Shannon, Winona Ryder, Spike Lee, Brian de Palma o Javier Bardem. Ninguna estrella de esas que lucen las adolescentes en sus carpetas, pero mucha solidez y oficio. Los amantes del cine tendrán oportunidad de irse a casa con los últimos trabajos de Kim Ki-Duk, Takeshi Kitano, Ulrich Seidl, Terrence Malick, Susanne Bier, Olivier Assayas o Henry-Alex Rubin, en una amalgama que cubre muchas acepciones cinéfilas en una programación camaleónica, como mínimo, donde puede encontrarse desde un documental sobre Michael Jackson (Bad 25, firmado por el mencionado Lee) a una copia restaurada de La puerta del cielo, la obra maestra de Michael Cimino.

Venecia es este año un enigma cuya ecuación se resolverá en 10 días y que —como acostumbra a pasar— dejará a unos contentos y a otros con la ceja en alto. El festival ha cancelado el proyecto del nuevo Palazzo del Cinema (largamente acariciado) y parece que los terrenos que iban a ser usados con ese propósito podrían ahora servir para edificar viviendas. Un vuelco raro ciertamente, pero que se veía venir.

La perpetua lucha del certamen italiano con el festival de Toronto ha hecho mella en la cantidad de celebridades que acuden a la cita veneciana y al número de periodistas que la cubren, así que la Mostra necesita encontrar la clave para seguir siendo importante en un panorama cinematográfico que —a excepción de Cannes— tiende a inclinarse hacía el hemisferio norte.

La misión no es sencilla y desde luego las maniobras romanas no se lo van a poner fácil, pero Venecia no será un adversario pasivo. En este año, que huele a transición, ya han empezado a advertirse cambios: menos películas, más espacios para periodistas y mejoras en las infraestructuras. La apuesta no se perfilará hasta que Barbera tenga claro a qué está jugando, mientras tanto puede presumir de estrenar dos de las películas más gordas del año (las de los mencionados Paul Thomas Anderson y Terrence Malick) y de contar con un público fiel, que no entiende de nombres sino de cine.

Y la Mostra, no nos engañemos, vive de eso.

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