Intervenidos y pobres. Pero dignos
Guindos había venido terrible del Ecofin. Con esa intuición que caracteriza a los fantasmas, yo sabía que iba a pasar algo importante
i es que era imposible, presidente, que me batí como un jabato, que si me hubieras visto, oye, a brazo partido, que tú no me pones más de 32 condiciones, que bueno soy yo para las peleas, le dije al Schäuble ese, que se aprovecha, claro, porque a ver quién le dice que le esperas en la calle…
Guindos había venido terrible del Ecofin. Con esa intuición que caracteriza a los fantasmas, yo sabía que iba a pasar algo importante. Invité a Por Consiguiente, a Azorín y a Om. Que le veía preocupado al presidente…
—… Bueno, Luis, ya, pero cuéntame bien las cosas…
—No, si te las cuento, sí. Pero es que entre la Merkel, que a estas alturas no querrás que te hable de la Merkel…
—No, no, no hace falta… Y eso que era amiga, la muy…
—Pero luego estaban Monti y Draghi, lo dos Marios, que son como Fernández y Fernández, oye, que ya me dio muy mala espina aquello que nos contaste de Palermo, que había unos señores al fondo, vestidos de negro, que dije yo estos son los de este chico que lleva Hacienda, cómo se llama…
—Luis…
—¡Ah, sí, Montoro! Pues eso, que me dije estos son los hombres de negro, pero no, que luego me fijé, y llevaban unas gafas negras negras, y les salía como un bulto hacia la cintura, y cada vez que uno de los Marios iba a decir algo les miraban y uno de ellos levantaba el dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo. Tate, me dije, por haberles ganado la Eurocopa…
—Si ya te dije yo que aquello no podía ser nada bueno…
—Y luego la de Finlandia, oye, una que se llama Jutta, ya me contarás, llamándose Jutta, una mierda de país, cinco millones de habitantes y venga a dar la murga. Pues Finlandia exige, pues Finlandia no sé qué… Ya le dije, que con ese país que tienen que se te congelan las calicachas y las calicorvas, que qué hacía hablando con los mayores…
—Bien, Luis, bien, que sepan lo que es un caballero español…
—Pues no veas al holandés, el amigo Jan que le dicen, oye, una cara de bueno el tío, y un perro de presa, que si los bancos españoles, que si los préstamos… Anda y vete a dar un paseo en bici, le dije… a bike ride, vamos.
—Ya, ¿y entonces?
—Que sí, que sueltan la pasta pero que nos fríen a condiciones. Para no cansarte. Que no nos van a dejar ni tomarnos unos churros sin pedirles permiso…
—¿Y tan grave es?
—Peor.
Y empezó a detallar las exigencias, que aquello era de interminable como el Mahábharata, pero en económico, que a Rajoy le iba cambiando el color de un verde pradera a un verde pistacho, para acabar en una rica paleta de ocres. Guindos no paraba.
—… Y además, oye, el peor de todos, que me faltaba por contarte, el Juncker ese, que le tengo un gato, que como me lo encuentre en un descampado, fíjate, presidente, un tío de Luxemburgo, medio millón de nada, un poco más que Murcia, y hay que verle lo chulo que es, que encima, cuando me iba, va y me dice: ¿qué tenías que explicarme dos veces, Windows? Que ya sabes cómo me sienta que me llamen Windows, presidente, que yo es que un día me pierdo y lo rajo…
Miré hacia un lado y allí estaba Azorín lanzando ganchos de izquierda y derecha, que le oía resoplar: “Déjamelo a mí, déjamelo a mí…”. Le pedí un poco de tranquilidad. O te vas a tu cuarto, le dije. “Es que me hierve la sangre, ese malandrín…”. Pues ya sabes, tuve que explicarle, un poco de moderación.
—Quieto, Luis, quieto, dijo Soraya Sáenz de Santamaría, que había entrado en ese momento porque el presidente había convocado gabinete de crisis mientras Guindos hablaba de Juncker.
—La cosa es a ver cómo les contamos esto a los ciudadanos, dijo Rajoy con un hilillo de voz. O no se lo contamos.
—Bueno, todo, todo tampoco hay por qué contarlo, pero así las cosas más gordas… Es que se van a dar cuenta, que a ti te suben el IVA trece puntos y dices, hombre, aquí ha pasado algo, sugirió Margallo.
—¿Y Cristóbal? Yo creo que esto es cosa tuya, Cristóbal…
—No tenemos dinero.
—No, ya, si ya lo sé, pero además podías contarles tú esto de los recortes…
—No tenemos dinero.
—Ya, Cristóbal, ya pero lo de la presentación…
—Bueno, yo, si así el presidente dispónelo, siempre en disposición del cometido cumplir.
—No sé, chico, es que cada vez hablas más raro…
—Bueno, problema no a lo mejor es.
—¿Y tú, Sorayita, hija, no eres la portavoz?
—Bueno, sí, pero verás, pero yo es que tengo que ir elaborando todos esos decretos y no me va a dar tiempo, que luego no querrás que esté todo manga por hombro. Mira, ahora ya estoy con lo del IVA, que me he traído aquí a un propio, a ver apunta: “El Impuesto sobre el Valor Añadido…”
—¡¡¡Este es tu momento, Mariano!!!, dijo Arriola desde la puerta de entrada, que siempre estaba en los gabinetes de crisis pero hoy había llegado tarde…
—… Es que Celia estaba imposible, se disculpó…
—No, si ya sabemos, ya, ¿pero de qué es el momento, Pedro?
—De que muestres a toda España tu enorme estatura de político inconmensurable, como los aquí presentes no paramos de decirte…
—Yo, en realidad, dijo el presidente, soy más bien poca cosa, que tampoco hay que exagerar.
—Mariano, tú como Churchill en los momentos difíciles. Recuerda. Pueblo británico: sangre, sudor y lágrimas.
—Bueno, británico…
—Era un ejemplo, Mariano…
—No, y lo de la sangre, pues no sé, que tampoco uno es un héroe…
—Mira, tú sales ahí con unas cuantas frases que te escribimos aquí en un periquete, y les dejas a todos rendidos a tus pies. De entrada, ya sabes: la herencia recibida. Y lo dices muchas veces: la herencia recibida por aquí, usted qué me dice si me dejó una herencia que ya ya, si no hubiéramos recibido esa herencia… En fin, lo de siempre. Que fíjate el resultado que nos ha dado…
—Yo tenía por si a peor unas frases iban las cosas, que a lo mejor interesan…
—A ver, Cristóbal, a ver…
—Por ejemplo, para esa paga que vamos a quitar en Navidad a los funcionarios podemos decir que es un “retraimiento”.
—Esa es buena, sí. Estás hecho un tío, Cristóbal, le jalearon los asistentes.
—Pero no tenemos dinero.
—A ver, Mariano, deja a Montoro, que yo he venido escribiendo algunas cosas en el coche, dijo Arriola. Anotadlas que ya las iremos usando: a mí tampoco me gustan, pero hay lo que hay, y usted qué quiere que haga, actuamos por necesidad, no se puede decir que por trabajar más se deteriora el servicio, hay que arrimar el hombro…
Y así estuvo un rato.
—Claro, eso lo dices aquí, pero a ver con qué cara salgo y les suelto yo esto de las pensiones… Que me van a llamar de todo… Me da vergüenza…
—Venga Mariano, si es lo que vienes haciendo desde hace años, a ver si ahora a estas alturas te vas a volver un estrecho…
—Ya, pero es que me lo tienen muy oído…
—Es igual, tú puedes con todo, campeón, le animaba Arenas…
—Te podemos poner Invictus…, sugería Cañete.
—O Gladiator, oye, que hasta te das un aire a Russell Crowe, decía arrobada Soraya…
Por Consiguiente se moría de la risa. Las va a pasar guapas el pringao, le oía decir… Azorín estaba muy nervioso. Qué poco espíritu, oye, que yo ahora salía ahí y les decía a todos: qué, si queréis más, os dejo sin paga de verano, y os meto un puro a cada uno que os vais a enterar… De fondo se oía una risita nerviosa, así como jijí. Yo miraba a Om, que estaba haciendo yoga. Justo en ese momento tenía la cabeza hacia abajo y era imposible saber si había dicho algo.
—Es el inicio del Urdhva Prasarita Ekapadasana, me dijo. Que hay que ver cómo son en Europa, jijí, jijí, jijí, jijí…
Y Om sonrió plácidamente.
Mañana, siguiente capítulo: Arriola, el de las grandes ideas.
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