Von Freeman, la alargada sombra del jazz
Saxofonista decano de la escena musical de Chicago
Fama y fortuna son conceptos alejados de la trayectoria natural del jazzman. Hay quienes saben exprimir sus recursos, moverse con los flecos de las modas que atañen al género o ser un eterno equilibrista entre lo popular y lo intelectual para mantenerse cerca del gran público. Otros, simplemente, quieren tocar música.
En las estrechas y muy concurridas autopistas del jazz, el héroe no es el que más llama la atención, sino el que se mantiene fiel a sí mismo y a su arte, aquel que solo mira al frente en su constante forcejeo con el indómito mundo de la improvisación. El eterno impulso de llegar más allá siempre es algo íntimo y personal. El auténtico músico de jazz sabe que las metas las pone uno mismo, y que estas deben estar en movimiento. En este juego, alcanzarlas es perder; y ganar, mantenerse siempre en el camino.
Von Freeman (Chicago, 1923), saxofonista decano de la escena de Chicago, representa mejor que nadie esa figura, ya casi mítica, del jazzman libre de impurezas. Su saxo sonó durante generaciones, junto a grandes nombres y a sencillos trabajadores de la música. Cualquiera dispuesto a subir a un escenario de la ciudad del viento pudo haberse topado con él; “Chicago es una ciudad difícil de abandonar”, dijo en más de una ocasión. Y sí, lo es.
Freeman, como muchos otros, se negó a admitir la indiscutida hegemonía jazzística de Nueva York y decidió permanecer siempre al abrigo de su Chicago natal. Su ambición iba más allá de grabar discos y girar por el mundo, aunque pudo haberlo hecho en muchas ocasiones. “Hay más grandes músicos por aquí. Viven y mueren aquí y nadie les conoce fuera de la ciudad, pero hay más que en ningún otro lugar”.
El saxofonista comenzó su carrera a principios de los años cuarenta junto a Horace Henderson (hermano, a su vez, del gran Fletcher Henderson). En la segunda mitad de la década tocó regularmente junto a sus hermanos George y Bruz en el Pershing Lounge, acompañando a grandes solistas de paso entre los cuales estuvieron tres de los puntales de su estilo: Coleman Hawkins, Lester Young y Charlie Parker. La mezcla del tono musculoso de Hawkins, la elasticidad del fraseo de Young y la fluidez narrativa de Parker fue la base sobre la que Freeman desarrolló uno de los estilos más originales de su época, terriblemente avanzado y moderno.
¿Por qué entonces su nombre no está destacado en las enciclopedias? Una vez más, porque Freeman solo quería tocar; grabar no era una prioridad para él.
Fue el fabuloso saxofonista Rahsaan Roland Kirk quien se encargó de animarle a registrar su primer disco, Doin’ it right now, en 1972. Freeman ya tenía 50 años, lo que no evitó que el álbum, producido por el propio Kirk, fuese una pequeña joya oculta del jazz. Resultaba difícil considerarle un precursor a esas alturas, aunque sus improvisaciones angulosas, su caprichoso sentido del tiempo y una entonación que a veces rozaba el desafine descubrieron al mundo a un solista muy personal.
A lo largo de su vida, Freeman tocó con todos, desde Sun Ra a Otis Rush, Jason Moran o Steve Coleman (que siempre le ha mencionado como una gran influencia). Dio trabajo a pianistas debutantes que estaban destinados a ser muy grandes (Ahmad Jamal, Andrew Hill, Muhal Richard Abrams…) y tuvo un hijo —Chico Freeman— que emergió a finales de los setenta como uno de los grandes saxofonistas de la época. Y todo lo hizo, como quien dice, sin salir de Chicago y sin dejar de tocar en directo, al menos, cinco noches a la semana.
Von Freeman falleció el 11 de agosto, con 88 años, en su amada ciudad. A día de hoy, sigue siendo una voz original e influyente, un ejemplo de pureza, compromiso y libertad. “No me preocupan el dinero ni la fama, porque no gano casi nada y no soy famoso. Soy libre”.
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