Esperanza, Pons, Matas ¿y Cascos?
Pues aquí pone coivhllllltcicccc, dijo Willows muy segura. (Y sí, contestó por lo bajito la ayudante, hay un cierto tufo…)
El pasmo fue general.
—¿Cómo ha dicho?, le preguntaban al traductor.
—coivhllllltcicccc. Lo juro por mi madre, que ha dicho eso…
—A ver, Catherine, a ver, no es posible que diga eso… Déjame a mí otra vez… ¡Ah!, es que no son letras, que son unas rayaduras…
Así que de allí no íbamos a sacar nada. Grisson y Willows se disculparon:
—Lo sentimos, pero tenemos que volver a Las Vegas, que nos esperan para el estreno de un casino de míster Adelson… Es precioso, parece el templo de Angkor por un lado y el de Buckingham por otro… A lo mejor traen uno a España, nos han dicho, con la Basílica de El Pilar y la Cibeles o La Pedrera, que están en dudas…
—Adiós, buenas tardes, dijo la hija de Willows, que estaba muy bien educada.
Menos mal que había una solución…
—Estoy aquí, soy Horatio Caine y quietesito to'el mundo, ¿eh?, qu'el que se menee pierde la chola…
Es que llevaba tantos años en Miami que parecía que había venido ayer del barrio La Víbora de la Habana.
—Ya tú sabes, asere, es cosa de mirar con cuidadito…
El comandante se lo explicó a Mariano.
—Es que también ha venido al mismo seminario… Pero en días distintos, que se llevan a matar.
—Pues tampoco en persona está mal este Horatio, dijo Dolores de Cospedal…
Horatio sacó de la funda de las gafas —que no le servían de nada, porque siempre las llevaba puestas— un artilugio desconocido.
—Éste es el último regalo que me hizo el pobre Jobs, Steve Jobs, ya sabes, un microscopio chévere, mijito, mil veces mejor que los que usan en Las Vegas esos vejestorios…
Diez minutos estuvo repasando el cuchillo, que aún seguía clavado en la pared. Lo miraba por arriba y por abajo. Se giró un poco hacia el respetable, solo un poco, para poder mirar a todos por encima del hombro. Y con las gafas de sol, claro.
—Imposible encontrar nada, brothers, que ya lo han estropeado los de Las Vegas. Unos manazas. Además, aquí huele fatal. Y ahora me voy pitando que tengo una guerrita de bandas en Miami…
Rajoy no podía más y tomó el mando. Yo todavía no quería intervenir, que ahora ya íbamos llegando donde yo quería.
—Comandante, los nuestros. Traiga a los mejores agentes y a la tarea. De aquí no sale nadie hasta que se sepa quien ha intentado matarme. ¡Quiero que se localice inmediatamente al autor frustrado…
—¡¡¡Afortunadamente!!!, gritaron a coro todos los presentes…
—… del marianocidio!
—Verá usted presidente, tengo dos opciones. Uno es el detective privado que ya investigó con éxito la muerte de un gato del presidente Aznar…
—De eso nada, quita, quita…
—Entonces llamo a C-169. Es tan secreto que solo le llamamos C-169. Por dos razones: una, que impresiona más. La otra es que ya no nos acordamos de cómo se llama. Es el mejor, y además está hoy aquí porque se saca unas pesetillas sirviendo las croquetas del catering, porque como sabe…
—… Lo de los recortes y la bajada de sueldo de los funcionarios, sí, lo sé.
—¡A las órdenes de su excelencia, mi presidente! Ya me ha contado el comandante cuál es mi tarea. No quedará defraudado, señor. Y aquí le dejo mi tarjeta, Sinnombre's, Reparaciones y Mantenimiento del Hogar y Negocio, por si tiene alguna chapucilla en La Moncloa, que supongo que ya sabe que con esto…
—… de los recortes, sí. ¡¡¡¡Averigüe de una puñetera vez quién me tiró el maldito cuchillo!!!!
Lo primero que hizo fue arrancar el cuchillo de la pared.
—Si es que mucha tecnología, pero no están a lo que hay que estar. Que si no sacan todo el cuchillo a ver cómo van a leer en la hoja lo que pone. A ver, que lo apunto. Se quitó el lápiz de la oreja, mojó la punta y escribió en una libretilla que había comprado en un chino: Cuchillería El Oso y el Madroño, Madrid.
—Esperanza, ha sido Esperanza, dijo Mariano…
—Pero cómo puedes decir eso, Mariano, con lo que yo te quiero y te admiro…
—Un segundo, que no he acabado. Madrid… y dice que tiene sucursal en… No sé, no se lee bien que se han desfigurado las letras al entrar en el muro… O dice Val… encia o dice Bal… eares, que la primera letra no se lee bien.
—Lo dicho, insistía por lo bajinis Mariano, Esperanza… y Camps, y lo estoy viendo, Jaume Matas, que no me pueden ni ver…
—No tuve más remedio que intervenir porque aquello se nos iba de las manos y había que centrar el tiro, que ya veía a los presidentes autonómicos con muy mala cara, que además Montoro los estaba espeluchando a los chinos.
—Tres con las que saques, le estaba diciendo a Juan Vicente Herrera, mientras Patxi López y Artur Mas hablaban de sus cosas identitarias y Monago, Fernández y Griñán coincidían en las lamentaciones:
—Oye, Griñán, y cuando los de IU te piden lo de la expropiación de pisos de más de 60 metros, ¿tú qué les dices?
Intervine, pues.
—Presidente, no te líes. Fíjate en el nombre, en las palabras del nombre. Lo de las sucursales te lo cuento luego…
Había sobrado mi intervención, porque Sin nombre (C-169) estaba diciendo en ese momento…
—Por cierto esto tiene una peste a Cabrales…
—¿Fernández, el nuevo?
—¡Imposible, presidente, si yo estaba casi a tu lado!, se defendió el presidente asturiano.
—Entonces… ¡Cascos, ha sido Cascos!, gritó Mariano.
El comandante organizó rápidamente a la seguridad de la casa.
—Hay que localizarle. Como sea. Y ojo que puede ser peligroso, que lo mismo te tira una caña como si fueras un salmón que te dispara un tiro como si fueras un conejo.
Dos horas llevaban ya de búsqueda por todo el complejo, sin el menor éxito, cuando tuve que volver a intervenir.
—¿Te acuerdas de qué pasó con el efecto 2000?
—¡En el búnker, está en el búnker!
Trató de huir pero fue rápidamente reducido. Aprovechando una de las visitas guiadas que se montaron desde la gran idea del ministro de Defensa, Cascos se había introducido en el recinto y con una careta verde que se traía ya preparada, se hacía pasar por uno de los funcionarios de los del búnker.
—¡¡¡Asturias es mía, mía!!! ¡¡¡Mariano, traidor!!!, gritaba mientras le metían en un taxi y le daban al taxista la dirección de Oviedo, que Rajoy prefirió no montar escándalos y clausurar la Conferencia.
—Que se vaya para casa, pero que me lo vigile alguien, que ha estado a punto de desgraciarme, y bueno está lo bueno…
Me preguntó de las sucursales. Se lo conté, que un fantasma personal no le oculta nada al presidente.
—Verás, te lo cuento, pero tú tranquilo, que no te suba la tensión… Lo de Valencia y Baleares es que Esteban González Pons y Jaume Matas estaban entre los camareros, perfectamente camuflados.
—¿Esteban también?
—¿Tú le has nombrado algo? Pues entonces.
—Y Jaume, hombre, bueno, la verdad… ¿Así que fueron ellos los de las bromitas pesadas?
—Iban creciendo en envergadura hasta acabar con una mascletá que había preparado Pons… Pero los dos discutieron que si tú, que si yo, pues anda que Nóos… Y en esas estaban cuando lo del cuchillo.
—Ya, lo del oso no hace falta que me lo expliques…
—¿No me preguntas por el madroño…?
—Esperanza…
—No, si yo no digo nada, pero a ver de dónde han salido los fondos para comprar ese cuchillo, y quién lo adquirió en Madrid… que lo mismo hay algún contrato por ahí de adjudicación de navajas de regalo entre el Bigotes y la susodicha cuchillería… Y si se acerca Sin nombre a la tienda, a lo mejor le cuentan que un día apareció por allí un tipo con un mechón blanco que iba en coche oficial… Vamos, solo por decir…
—Pues mira, tengo por aquí la tarjeta… ¿Oiga, está Sin nombre?
Mañana, siguiente capítulo: ¡A Fátima!, gritó Mariano enfervorizado
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