De ‘after-hours’ con Eurípides
El festival de teatro de Mérida acoge un cóctel inédito La representación de ‘Bacantes’ se junta con la música en directo de Matthew Herbert El británico es uno de los productores de electrónica más influyentes
Sexo, vino y música electrónica compuesta y tocada en directo por el dj Matthew Herbert. El potente y embriagador cóctel se sirve en Mérida desde anoche y hasta el domingo. Y no precisamente en una discoteca o un pub. El telón de fondo es el impresionante y bimilenario teatro romano de la capital extremeña, que acoge estos días la 58ª edición de su Festival de Teatro Clásico. La insólita asociación entre tragedia griega y beats la sirve Eurípides, con su obra Bacantes,que indaga en el mito del letal enfrentamiento entre Dioniso, el tramposo dios del vino, y el tebano Penteo, un despótico monarca ciego en su ofuscación por caminar sin tropiezos por la recta senda de la moral consuetudinaria.
Rodeado de sus fieles bacantes, las mujeres que se consagran a los ritos dionisíacos de alcohol y lujuria, el dios, hijo de Zeus y una humana cuya muerte desea enfervorecidamente vengar, es poseedor de la llave que abre las puertas hacia lo trascendental. La catapulta que lanza a ese estado de sublimación es el arte de la música, a cuyo ritmo danzan frenéticamente las seguidoras de la deidad, inmersas en el estado narcótico al que este las induce.
La electrónica, con sus drogas de diseño y subsiguientes bailes desaforados, tiene mucho que ver con aquellas bacanales
“Leyendo las palabras de Eurípides se me venía todo el tiempo a la mente la noche y la fiesta”, explica Domingo Cruz, el actor que interpreta a Penteo, además de ser el cerebro detrás de esta hibridación de una obra clásica con música moderna. La electrónica, con sus drogas de diseño y subsiguientes bailes desaforados, tiene mucho que ver con aquellas bacanales donde las mujeres desinhibían, en un paréntesis de la rutina, sus modales y sus afectos.
Apuntalada “en la energía y en la sensación más que en el texto”, como señala el actor Críspulo Cabezas, quien da vida a Dioniso, la pieza pretende inflamar las emociones a través de la fusión sensual de la visión de los cuerpos en magnético movimiento de los intérpretes con las melodías creadas por Herbert. Estas, casi omnipresentes durante la hora y media de representación, han sido compuestas, a excepción de la percusión, a base de sonidos realizados por los actores, a quienes el dj grabó frotándose, golpeándose y profiriendo gemidos de dolor o placer.
“Es un híbrido entre la experiencia humana y la electrónica”, explica el músico británico. Esa mezcla entra por los oídos unas veces como una suerte de murmullo oscuro y extático, otras como un ritmo punzante y entumecedor.
Aunque su sentido de lo musical le impele a evitar lo pregrabado para moverse hacia lo orgánico (hace un año registró el ciclo de la vida de un cerdo, desde su nacimiento hasta el matadero y posterior degustación en la mesa para convertirlo en un disco titulado One pig), el uso de la piel como material artístico por parte de Herbert demuestra en esta Bacantes un verdadero esfuerzo de inmersión en las profundidades de la creación; una incursión en pos de lo esencial. Surgida de un trabajo de meses, durante los que Herbert desde Inglaterra y el equipo en España intercambiaron imágenes y sonidos a través de Internet, la música no convergió con la representación y su contexto en el teatro romano hasta el día antes del estreno, durante el ensayo general. “La forma me resulta ahora mucho más clara”, aseguraba Herbert tras la primera toma de contacto, “así como el sentido de tensión, porque tratar de mantenerla durante 90 minutos es difícil”.
Frente al proscenio donde permanecerá apostado con su mesa de mezclas durante todas las funciones el compositor, nombre clave de la electrónica de las dos últimas décadas, una sexualidad enajenada, guiada por la furia de una desnudez casi animal, domina los instintos de un elenco subyugado, incluso en el caso de los dos protagonistas, a las pulsiones femeninas. “La gente que lo ve no se queda con una idea muy clara de lo que ha visto”, cuenta Cabezas, “es una apuesta arriesgada, muy potente, pero hay que venir con una idea virgen”. Flotando sobre la concepción de la propuesta, pende la proverbial dicotomía nietzscheana de lo apolíneo frente a lo dionisíaco, la contraposición del equilibrio y el caos, de la serenidad y el ímpetu.
En la adaptación del texto de Eurípides que ha realizado Carlos Álvarez Ossorio, existen algunas diferencias con el original: “La dramaturgia y el concepto del texto no es la historia del coro asiático, sino la del coro de ciudadanos tebanos que aparece fuera de escena en el texto de Eurípides, quienes son hipnotizados por Dioniso”. Junto a la contemporaneidad de la música, el también director de la pieza aprecia igualmente signos de actualidad en las palabras plasmadas por el dramaturgo griego, cuya creación se estrenó después de su muerte, en el 405 antes de Cristo. “Se habla del enfrentamiento de fuerzas de manipulación: por un lado está Penteo, que quiere mantener las cosas como están. En el otro está Dioniso, que lleva un mensaje de amor pero no deja de ser un terrorista. Y en medio queda el pueblo, al que se usa como moneda de cambio y tiene que sufrir las consecuencias”.
Con el imponente coliseo emeritense como telón de fondo, este espectáculo de lucha de contrarios se licúa en un todo en el que nada parece dejar grumo. Y eso a pesar de las obvias ironías que lo rodean, y que Herbert destapa con elocuencia: “Es una obra griega, en un teatro romano, en una ciudad española, con un músico inglés. Es como un hijo bastardo”. Pero agitado en su justa medida, el brebaje combina bien. Y no deja resaca.
Como promotor de la idea, tal vez Cruz sea quien más desasosiego debiera sentir ante la reacción de unos espectadores acostumbrados a ver versiones más canónicas de los textos clásicos. “Me gustaría que el público teatral tuviese una experiencia musical, y que el público musical tuviese una experiencia teatral profunda”, suspira. Viendo confluir los elementos de la función, cabe preguntarse qué habría pensado un togado patricio de esta vuelta de tuerca euripidiana del siglo XXI. Matthew Herbert saca su propia conclusión sobre lo que significa esta inédita propuesta. “La arquitectura hace buena parte del trabajo. A eso yo le añado una atmósfera, y creo que el resultado da lugar a algo inquietante. Una sensación en cierto modo fantasmagórica y a la vez hermosa”.
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