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Apoteosis musical y rechazo escénico en Bayreuth

El director alemán Christian Thielemann da brillo al arranque del festival wagneriano

La soprano Adrianne Pieczonka, en el ensayo general de 'El holandés errante' en Bayreuth.
La soprano Adrianne Pieczonka, en el ensayo general de 'El holandés errante' en Bayreuth.Daniel Karmann (EFE)

En más de una ocasión ha defendido en sus ensayos Rüdiger Safranski la conveniencia de que se mantengan algunos principios básicos del Romanticismo en los tiempos actuales. Es un pensamiento que sale a flote cada vez que se programa una obra tan romántica como El holandés errante, de Wagner. Más aún, si es en Bayreuth, con una nueva producción escénica, e inaugurando el festival. ¿Es preferible una recreación de los mitos románticos tal cual, o una lectura que incida en lo que queda de ellos en la actualidad? Complicada cuestión en la que cualquier sugerencia no está nunca de más. La única nueva producción de esta edición contaba a priori con la garantía de un director musical de campanillas y con un equipo escénico nuevo en la plaza. La apuesta era sabrosona, qué duda cabe. Bien es verdad que el festival wagneriano por antonomasia anda este año con cierta mentalidad de vísperas, pues no en vano el próximo 2013 se cumple el segundo centenario del nacimiento del compositor, lo cual no impide que para las festividades que se avecinan se quiera llegar con la sensación de los deberes bien hechos. En ese contexto es elogiable que se haya cerrado el ciclo de tres nuevas producciones de las óperas románticas, que se haya consolidado en cuatro años consecutivos la experiencia de ópera para niños y que se realice una histórica exposición sobre la música silenciada en Bayreuth hasta 1945, con la represión sobre los judíos y otros temas paralelos. Como en Bayreuth siempre salta algún tema de gran alcance mediático, este año se lleva la palma el tatuaje, en una segunda capa de piel, con símbolos nazis de Eugeny Nikitin, bajo-barítono ruso que iba a encarnar la figura del Holandés. La dirección artística no quiere líos en este terreno y sustituyó sin más rodeos al cantante. Lo que no se va en lágrimas se va en suspiros. Qué sofoco.

Es ya un tópico afirmar el desafío que supone para un director de escena la posibilidad de meter dos barcos en escena en El holandés. Las preocupaciones del joven Jan Philipp Gloger —su primera ópera, Las bodas de Fígaro, fue en 2010— van por otros derroteros. Le preocupa dar una imagen del Holandés que no esté excesivamente en función de Senta. El tema marino no está en sus prioridades. La inmensidad del océano se sustituye por una instalación tecnológica bastante inquietante, por cierto. Las perspectivas de los mitos y leyendas del Romanticismo al pie de la letra se difuminan. La dialéctica entre el mundo real y el mundo fantasmal de la tripulación del Holandés aflora en una confrontación conceptual entre el aire y el fuego, que desemboca, a grandes rasgos, en un retrato consumista de la sociedad actual frente a la posibilidad de un cambio en la fantasmal. La dirección de actores y coros es magnífica. El sentido del humor brilla más que los aspectos dramáticos. La pirueta final de integración en un objeto de consumo de la tragedia final del Holandés y Senta, gracias a una foto oportunista, es demoledora. Hay buenas intenciones y buen teatro, pero se renuncia al misterio y la leyenda. Tan discutible como atractivo. Lo que decía Safranski pero quizá un poco banalizado, infantilizado, en las soluciones. El público abucheó, en líneas generales, este planteamiento escénico, aunque tuvo sus defensores.

El Romanticismo de pura ley viene del foso. Christian Thielemann hace una lectura magistral de la partitura. Apasionada, fogosa, sutil en los detalles, con una tensión extrema. Desde las versiones de los años cincuenta con Hans Knappertsbusch dudo que se haya escuchado en Bayreuth algo semejante con esta obra tan erizada de dificultades. Thielemann es el rey wagneriano en Bayreuth. El 22 de mayo de 2013 —día del 200º aniversario del nacimiento de Wagner— dirigirá el concierto de cumpleaños en la Festspielhaus. En julio volverá con Rienzi al Oberfrankenhalle de Bayreuth en un ciclo previo al festival con las tres óperas de juventud anteriores a El holandés. Thielemann posee ese fuego que materializa ese estilo literario de “rojo de sangre en las velas, negro el mástil”. Lleva el barco de la orquesta con seguridad y entrega. El público enloqueció con su visión musical.

El elenco vocal se mantuvo a un nivel más que aceptable. Samuel Youn salvó la papeleta de la sustitución y agradeció al público de rodillas su comprensión y reconocimiento. Le falta un poco de chispa o de coraje en la construcción de su personaje, pero su vena profesional es encomiable. Adrianne Pieczonka fue la gran triunfadora del apartado vocal. Su retrato de Senta fue arrollador. Franz-Josef Selig, Michael König, Benjamin Bruns y Christa Mayer completaron un reparto calurosamente recibido en su totalidad por el respetable. Diez minutos de aclamaciones —con la salvedad de lo escénico— pusieron el punto final a una velada que llevó a las inmediaciones del teatro a centenares de curiosos para ver a personajes de la cultura y la política alemanas.

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