_
_
_
_
PURO TEATRO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los peligros de la certeza

Éxito de 'Dubte', de John Patrick Shanley, que en cine protagonizaron Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman, y en el Poliorama de Barcelona interpretan, espléndidamente, Rosa Maria Sardà y Ramon Madaula

Marcos Ordóñez
Rosa Maria Sardà (de espaldas), Ramon Madaula y Mar Ulldemolins, en una escena de 'Dubte'.
Rosa Maria Sardà (de espaldas), Ramon Madaula y Mar Ulldemolins, en una escena de 'Dubte'.Foto: David Ruano

1 Dubte (Doubt), de John Patrick Shanley, estrenada en el Poliorama barcelonés, en impecable versión catalana de Joan Sallent y con óptima dirección de Silvia Munt, transcurre en el Bronx (Nueva York), a comienzos de los años sesenta. La hermana Aloysius (Rosa Maria Sardà), madre superiora del colegio St. Nicholas, es la bestia negra de la función, una monja católica que parece calvinista: cree que todo el mundo es culpable, y si no lo es acabará siéndolo. Y que el bien solo existe para batir al mal con sus propias armas. “En la lucha contra el mal”, afirma, “a menudo nos alejamos de Dios”. La hermana Aloysius, pues, podría ser una perfecta directora de la CIA, o del KGB, o de cualquier máquina totalitaria sustentada en la sospecha. Al colegio St. Nicholas llega un joven sacerdote, el padre Flynn (Ramon Madaula), la versión aggiornata de Bing Crosby en Siguiendo mi camino, que pronto se gana las simpatías de los chavales, especialmente de Donald Muller, el único niño negro de la escuela, y de la hermana James (Mar Ulldemolins), una joven monja cálida, optimista, que adora la enseñanza y adora a los niños.

A simple vista, el enfrentamiento entre la hermana Aloysius y el padre Flynn parece claro: trentismo contra Vaticano II. Para la temible madre superiora (Mother Superior Jumps the Gun!, como diría Lennon), el padre Flynn es el conflicto, aunque ve conflictos en todas partes: es tan vieja guardia que casi se le antoja herético que los niños canten Frosty, the Snowman en la fiesta de Navidad. Podría haber otros motivos más o menos claros. Celos de la popularidad de Flynn, por ejemplo. Y ansia de someterle, porque todo se ha de hacer a su antojo: ya la hemos visto socavando la buena fe y el entusiasmo de la hermana James porque “no inspira bastante respeto” al alumnado. Una tarde, la monjita cree advertir en Donald una conducta inusual al volver de un encuentro con Flynn en la sacristía. Ingenuamente, comunica su extrañeza a la superiora, que va a instilar en ella el virus de la sospecha con la habilidad de un maestro de marionetas: de ahí a la acusación de pederastia mediará un paso.

John Patrick Shanley sabe que no puede convertir a la hermana Aloysius en la bruja de Blancanieves porque Flynn ganaría el partido por goleada, así que le reparte unas cuantas virtudes: es una mujer fuerte, harta de la supremacía masculina en la Iglesia; tiene mundo y olfato, porque tardó en tomar los hábitos, y un sentido del humor, glacial y sardónico, nada desdeñable. Rosa Maria Sardà no desaprovecha ni uno solo de esos anzuelos temperamentales y logra que nos hagamos la pregunta fundamental: “Sí, desde luego la superiora es un bicho, pero ¿y si tuviera razón?”. Lo que no tiene son pruebas. Ni testigos. Pero tiene, dice ella, la certeza de que Flynn ha cometido un acto de pederastia. Certeza que es prima hermana de la fe: creer en lo que no vemos. ¿Cree realmente que Flynn es culpable o necesita que lo sea, como el trío de las Azores necesitó que hubiera armas de destrucción masiva en Irak? Da igual: en nombre de esa certeza se manchará las manos y cometerá un pecado de consideración.

Ramon Madaula consigue que nos preguntemos: “Sí, parece un buen tipo, pero ¿y si tiene doble fondo?”. O sea, que nos dedicamos a escrutarle, víctimas del virus: cualquier detalle, cualquier frase con doble lectura puede inclinar un poco, basta con un poco, la balanza. Yo creí advertir una zona de sombra en su dibujo del personaje, un toque sibilino en sus sermones y una peligrosidad latente que podía ser santa ira a punto de estallar o algo más indefinible pero igualmente inquietante (los párpados a media asta, el repentino fruncimiento de los labios) que me hizo pensar en el joven Mitchum.

Mar Ulldemolins tiene la luz que requiere la hermana James, y Nora Navas es una señora Muller doliente y lúcida

Dubte es una función formidablemente repartida, porque también Mar Ulldemolins tiene la luz y la combinación de fragilidad y fortaleza que requiere la hermana James, y Nora Navas es una señora Muller humillada y digna, doliente y lúcida, dispuesta a todo por su hijo, en la línea de la madre que interpretó en Pa negre. Prefiere el silencio al castigo, y comprendemos muy bien sus motivos: el lógico miedo a la exclusión racista, la violenta respuesta de un marido brutal. Excelente mano a mano con la Sardà: de lo mejor de la función. No me convence demasiado, en cambio, la severa escenografía de Carlos Alfaro, a lo Diálogos de carmelitas, con esa gran cruz casi fosfórica que palidece a medida que avanza la historia, y la iluminación excesivamente tenebrista de Kiko Planas: salvo en Sola en la oscuridad, la falta de luz en el teatro tiende a propiciar alguna que otra cabezada, por muy buena que sea la función.

2 He visto, también bajo el marchamo del Grec, La señorita Julia (Romea), dirigida por Josep Maria Mestres, y À la ville de Barcelona (Grec/Anfiteatro) bajo la batuta de Joan Ollé. La primera es una excelente puesta del clásico de Strindberg, muy bien interpretada por Julio Manrique, Cristina Genebat y Mireia Aixalà, y una muestra de morro superlativo por parte de Patrick Marber, que redujo la pieza y la ambientó en la Inglaterra del 45, después de la victoria laborista, la retituló After miss Julie y la firmó como si fuera suya. La segunda, Á la ville de Barcelona, es una revista satírico-elegiaca, interpretada por un elenco tan amplio como entusiasta (Joan Anguera, Ivan Benet, Paula Blanco, Oriol Genís, Laura Guiteras, Enric Majó, Victória Pagés y Jordi Vidal), con música en directo de Lisboa Zentral Café y un torrente de textos propios y ajenos. Es un espectáculo desordenado, que requiere tijera, que alterna chistes fáciles y brillantes, perfiles sobados y certerísimos, estupendas constelaciones poéticas (el monólogo de Copito de Nieve, la letanía de los cines desaparecidos) y dos sketches críticos que hubiera podido firmar el mejor Boadella: la relación de costes abusivos (desde el precio de una sangría en las Ramblas hasta el referéndum de Hereu) “cantada” a la manera de los niños de San Ildefonso y, broche de oro, el “Ángelus de Millet”, en el que se mima el famoso cuadro y se enumera, con fulminante eficacia, la lista de notables invitados a la boda, en el Palau, de la hija del prohombre catalán. Ambas funciones, como Dubte, se merecen volver en temporada. Hasta septiembre.

Dubte, de John Patrick Shanley. Traducción de Joan Sallent. Dirección de Sílvia Munt. Teatro Poliorama. Barcelona. Hasta el 29 de julio. www.teatrepoliorama.com.

Senyoreta Júlia, de Patrick Marber, a partir de la obra de August Strindberg. Traducción de Cristina Genebat. Dirección de Josep Maria Mestres. Teatro Romea. Barcelona. Hasta el 29 de julio. www.teatreromea.com.

Festival Grec 2012.

El próximo artículo de la sección Puro teatro, de Marcos Ordóñez, se publicará en Babelia en septiembre.

Bulevares periféricos

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_