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CRÓNICAS SINVERGÜENZAS

Un día en la tierra del profeta

Es una estrella del futbol, pero en Fuentealbilla, su pueblo natal, Andrés Iniesta es uno más Ha doblado una película y hace vino: “lo normal”

Daniel Verdú
Un turista pasea por delante del bar de la familia de Andrés Iniesta en Fuentealbilla.
Un turista pasea por delante del bar de la familia de Andrés Iniesta en Fuentealbilla.LUIS SEVILLANO

Cuando el despertador suena a una hora en la que no debería programarse jamás, piensas en tu jefe y luego en el responsable de cine de la sección, que anda en alguna playa de vacaciones y te ha colocado el marrón. Lunes: viaje en coche hasta Albacete para crónica desvergonzada. Tres horazas. 40 grados. Caravana de furgonetas, periodistas del corazón (todo bien con ellos, no vayan a mosquearse), photocall... Pero ojo, el viaje es a Fuentealbilla, la tierra del profeta. Y eso lo cambia todo. Un pueblo de 2.000 habitantes que casi nadie conocía hasta que Andrés Iniesta empezó a decir a todas horas aquello de “¡Viva Fuentealbilla!”. Un Mundial y dos Eurocopas después, este árido paraje manchego rodeado de viñas es lo más famoso que ha alumbrado la provincia de Albacete desde los Miguelitos de La Roda.

El futbolista ha prestado su voz a Piratas, película de animación en la que interpreta a un corsario albino (se estrena el 17 de agosto). El reclamo para la romería promocional, claro, es Iniesta. Y para Iniesta el aliciente es promocionar sus bodegas, donde se celebra el happening en cuestión. Así que mientras atiende a algunos medios, se entretiene al resto con una cata de vinos y un aperitivo surtido de delicioso chorizo y lomo. El peligroso solapamiento, por cierto, está a punto de dejar a EL PAÍS sin charla con el futbolista, que atiende rodeado de barricas de vino con su nombre.

Impresiona ver al mito del Mundial de cerca, en su tierra. En plenas vacaciones (hasta el lunes), luce bermudas, camiseta, bronceado (suavecito) y a Pere Guardiola —sí, hermano de Pep y representante del jugador— pegado a él para todo.

—Oiga, ¿no le habrán asignado este personaje por lo del color de su piel?

—No, la peli ya estaba hecha. Yo me he adaptado a él, no ha sido al revés.

La broma, como era de esperar, no funciona.

—¿Y le ha costado meterse en su piel para el doblaje?

—Tiene valores con los que me identifico mucho. Es muy leal a su capitán y al grupo. Tiene mucho sentido de equipo. Y también es tímido.

“Aquí estoy en mi hábitat, en el campo, entre las viñas”, dice el jugador

Se ha dicho tanto que suena a dichosa muletilla. Pero de tan normal, este hombre parece un extraterrestre. Excepto cuando se calza las botas para hacer lo imposible, todo sucede en su vida guiado por la sencillez de la lógica. Un paseo lo demuestra. Su casa de Fuentealbilla está al lado de la plaza del pueblo. Grande, pero nada ostentosa. En la fachada lucen los escudos del Barça y de España con el número de su dorsal en cada equipo y su apellido esculpido en granito. Es su casa, ¿no? Pues lo pone. También normal. Los volantes de las tejas son blaugrana. Y la calle, como es su calle, pues se llama como él. Solo unas cámaras de seguridad delatan que ahí vive alguien que podría no ser, en realidad, tan normal.

A 30 metros está el bar de su familia engalanado con banderas y fotos suyas en la selección. Ninguna del Barça. Quizá por la Eurocopa. Y porque debe haber más de un madridista por aquí. “Este pueblo antes era 100% del Real Madrid. Pero con Andrés la cosa cambió. Todos los niños son del Barça, ahora debemos estar al 50%”, explica su primo sentado en la terraza de uno de los bares. A los dos colegas que le acompañan les delata una sonrisa un poco merengue. En tres segundos, lo confirman. “Pero nos alegramos cuando gana el Barça, por Andrés. Se lo merece todo”.

Iniesta se pasa aquí 15 o 20 días al año. Centenares de personas se desvían en verano para ver si se topan con él. “Mira ese entrando en el portal. Se parece a Iniesta. ¡Coño, si es Iniesta!”, descubre un periodista esa mañana. Así de fácil es encontrárselo. Algunos días, decenas de personas aguardan en la puerta de su casa. Cuentan en el pueblo que siempre sale, saluda y firma autógrafos a todo el que se lo pide.

“Este pueblo era 100% del Madrid. Con Andrés cambió”, cuenta su primo

“Aquí me siento muy tranquilo. Quitando el primer día, que siempre es de recibimiento y viene mucha gente a la que se lo agradezco mucho. Estoy en mi hábitat: en el campo, entre las viñas... Todo muy normal. La mayoría me ve como a uno más del pueblo. Aunque es cierto que desde que me fui ha venido a vivir gente de fuera y para ellos quizá sí que verme es diferente”.

Quizá en el pueblo no. Pero todos los periodistas, incluido el que suscribe, se quedan de piedra cuando le ven. El gol del Mundial le hizo leyenda. A su humilde manera, lo reconoce. “Indudablemente de cara al exterior es distinto. Es un momento muy importante para todos, pude dar felicidad y cosas inolvidables y la gente intenta agradecértelo”.

—¿Se quedó, como Messi, con la espina de Liga y Champions?

—Tenemos la sensación de que en esas competiciones nos quedamos a muy poco de volver a tener la gloria máxima. Un equipo no puede ganarlo todo cada año. Eso nos tiene que hacer más fuertes para conseguirlo este.

—¿Motiva más la derrota?

—Más que motivar, tienes el reto de ganar a los que han sido campeones. En este caso el Real Madrid y el Chelsea.

Pero ha levantado la Eurocopa y se ha casado. Y con eso volvió a ser portada de todos los diarios deportivos y revistas del corazón. Había más gente fuera que dentro de la boda. Otro estaría hasta el gorro. O se encararía con los periodistas, o les pegaría un tiro con una escopeta de perdigones, como Maradona, que la gente es muy pesada. Él no. “No se trata de que me sorprenda o no la expectación. Yo me caso y la gente es la que intenta responder. Solo agradezco el respeto que me tienen a mí, a mi mujer y a mi familia. Casarse y ver que un montón de gente está esperando en la calle para felicitarnos y alegrarse con nosotros es lo más grande que te puede pasar”. Todo muy normal.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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