Música en los huesos
Un documento extraordinario. Lo localizas en la Red bajo títulos como Soviet anti-rock sentiment. De verdadero nombre Sombras en una acera, se trata de un corto de propaganda de finales de los cincuenta, concebido por funcionarios soviéticos para alejar a los jóvenes de la contaminación cultural del capitalismo, cuya cabeza de playa era –creían ellos y no estaban desacertados- el odioso rock and roll.
Comienza en una calle moscovita. Policías de paisano vigilan los alrededores de los grandes almacenes GUM, atentos al mercado negro. Detienen a unos chicos que terminan en la comisaría. Uno tras otro van soltando su excusas: “yo fui un Joven Pionero, hice trabajo voluntario, me dan muchas propinas”. Son amonestados severamente: si siguen por ese camino, se perderán la oportunidad de colaborar en la Construcción del Comunismo, con sus pantanos y sus cosechas monumentales. Ellos se arrepienten y se comprometen a denunciar públicamente su desviacionismo.
Dos puntualizaciones. No suena el peligroso rock and roll; a cambio, se escucha una música de baile genérica. Se ven las sombras de los bailarines pero, para evitar dar ideas, la cámara no muestra a los stilyagi (los “modernos” de aquella sociedad) en acción. Otro detalle: si se fijan, los delincuentes están vendiendo discos. Discos flexibles.
Son los famosos roentgenizdat. Grabaciones occidentales copiadas sobre placas usadas de rayos X. Urge reconocer que detrás había ingenio técnico: se atribuye el invento a un estudiante de medicina melómano, aunque hay una pista húngara (la radio estatal de Budapest hacía grabaciones sobre esas placas, incluso a glorias nacionales como Bela Bartok). Su uso estaba tan extendido en la URSS que, hacia 1959, la milicia organizó patrullas específicas para localizar a sus fabricantes y distribuidores. Usaron también tácticas disuasorias, como poner en circulación falsos roentgenizdat que, tras una ráfaga musical, lanzaban una catarata de insultos y amenazas a los usuarios. Curioso: la ocurrencia sería imitada por Madonna –medio siglo después- para combatir la difusión ilegal de sus nuevas canciones.
Coloquialmente, los discos de rayos X eran conocidos como huesos o costillas. Contenían una canción, a veces con el título escrito a mano; según leyenda, los originales entraban a través de puertos como Riga o Leningrado. Los contrabandistas solían ser marineros de países neutrales, como Suecia o Finlandia. La demanda, inicialmente limitada al jazz, se multiplicó con la eclosión del rock and roll y, ya en los sesenta, el beat de Liverpool.
Había que pagar alrededor de un rublo, un gasto importante para los aficionados, que además sabían que se desgastaban rápidamente. Los discos legales de vinilo costaban cinco rublos y ofrecían un tema por cada cara pero, naturalmente, la oferta estatal no incluía la música del enemigo. Los medios vetaban la palabra “rock” y los grupos locales no podían cantar en inglés.
Sí, claro que hubo conjuntos soviéticos. Fueron armados por ingenieros y manitas que fabricaban guitarras eléctricas. Para las pastillas, recurrían a los micrófonos de los teléfonos públicos, lo que explica la frustración de los ciudadanos honrados de la URSS: nunca podían llamar desde la calle. Hay aquí una lección tal vez aplicable a los que ahora piensan en medidas punitivas para recortar el acceso a las descargas gratuitas: cuando hay un deseo, se encuentra un camino. Cuando se genera dinero, siempre habrá listillos dispuestos a facilitarlo, aunque se arriesguen –como ocurría en la URSS- a pasar siete años encerrados.
Pero era difícil pararlo. Muchos komsomoles –integrantes de la organización juvenil del Partido- gustaban de la música occidental y se intercambiaban los roentgenizdat. Que circularon hasta finales de los sesenta, cuando se popularizaron las casetes y las cintas de bobina, origen de los llamados magnitizdat. Hoy, inevitablemente, las costillas musicales han ascendido a piezas codiciadas por coleccionistas. Y, como manda el capitalismo, también hay piratas que elaboran discos sobre rayos X al viejo estilo, para satisfacer al mercado hip, como si fueran artefactos vintage.
Babelia
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