Herta Müller no puede olvidar
La Nobel repasa su vida bajo la dictadura de Ceausescu en una muestra en el CCCB "Con el miedo no se pierde la fantasía”, afirma
Quizá sea el recuerdo del resplandor de la nieve del lager, donde estuvo cinco años recluida su madre; o quizá se deba a la luz en los interrogatorios a los que la sometió la Securitate de Ceausescu. O por el dolor ya eterno del frío clavándose como agujas en los ojos en el camión que permitía su emigración definitiva a Alemania. Sea por lo imaginado o por lo vivido, la premio Nobel de Literatura de 2009 Herta Müller no quiere que la fotografíen con flases. No confía en la luz. Tampoco en la lengua, como hizo saber ayer en una conferencia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), ciudad donde hoy cierra su estancia con un coloquio. Tras su paso, quedan dolorosos jirones de vida en una exposición dedicada a su vida y su obra en el CCCB, auspiciada por el Goethe Institute.
Vestida de negro, con una media melena que apunta con sus astas al interlocutor y más de un mohín al final de sus respuestas, la dura tristeza de Müller embiste con el lenguaje, desde el mismo título de la conferencia: El idioma como patria. “Ese epígrafe no es mío: la lengua no es una patria, nunca lo es; las lenguas no causan las catástrofes… Un escritor cubano hablará la misma lengua que sus carceleros pero esa lengua habrá dejado de ser su patria”.
En el transcurso de una perorata que resultó tan inquietante y profunda como su prosa, la Nobel tuvo palabras también para España: “Olvido es una palabra muy complicada. ¿Quién debe hacerlo? ¿La víctima? Esta lo necesita para seguir. ¿El verdugo? ¿Para justificarse? Debe ser un proceso colectivo y es difícil. Si no se aborda bien acaba rebrotando, como ha sucedido en España”.
No es gratuita la preocupación de la escritora por la memoria. Ni por el lenguaje. Van ligados a su vida. Nada en ella es gratuito, ni su nombre: Herta, le dijo su abuela, era el de la mejor amiga de su madre en el campo de trabajos forzados en Rusia, adonde llegó en enero de 1945 para un confinamiento de cinco años como una más de los 85.000 rumanos de la minoría alemana que fueron obligados así a reparar su pecado colectivo. Su madre siempre le echó la culpa a la nieve, que delató su escondrijo bajo tierra al encajar sus pisadas. La metáfora en casa fue “la traición de la nieve”, como recordaba la Nobel en la conferencia, ante la proyección de sus collages de palabras.
Müller afirma que no sabe dónde está la frontera entre olvido y recuerdo ni qué deben hacer los ciudadanos con la memoria histórica. Su obra, su vida, es fiel reflejo de ello. En los relatos de En tierras bajas (su primer libro, de 1982, editado en España, como el resto de su obra, en Siruela; Bromera, en catalán) aparecen los rumanos de habla alemana que como su padre participaron en la SS. También, las deportaciones a Ucrania.
“Escribo en alemán”, dijo, “pero la lengua rumana va también conmigo y cada lengua tiene una mirada distinta sobre el mundo; la rumana es dura y vulgar pero tiene una dimensión metafórica que no poesee la alemana; envidio a los autores de escritura de cristal pero yo sólo puedo tocar la realidad haciendo uso de las metáforas”. Esa capacidad metafórica se muestra en los primeros poemas que publica en la prensa en 1972 esa jovencita, que en una de las fotos de la muestra del CCCB se la contempla como a una chica de piernas largas entre sus padres. En otra imagen, aparece el progenitor, ufano soldado del duro Regimiento número dos de la 10ª División Panzer SS Frundsberg del Reich.
“Mis preferencias por escribir prosa o lírica son intuitivas. Cuando iba hacia los interrogatorios de la Securitate solía recitarme poesías, me daban fuerza… El miedo a la muerte no elimina nuestros sentimientos; con el miedo no se pierde la fantasía, sino que ella y tú misma te vuelves un poco más loca, los ojos se te hacen más grandes… Lo he vivido; la poesía es más pragmática para sobrevivir, te da más tranquilidad; por eso el amor desmesurado por la poesía en las dictaduras”.
En la exposición se repasan sus heroicidades bajo una de las más feroces tiranías, la de Ceausescu. Fueron años de militancia en grupos de acción como Banat. Rápidamente despertó las suspicacias del aparato rumano. En una carta de 1985 incluida en la muestra se alerta sobre una chica que escribe de manera “discriminatoria, moral y religiosamente indecente”. Una “autora de embustes a la que se le llama la atención”. Tras El hombre es un gran faisán en el mundo (1986), el acoso de los interrogatorios, el cerco a sus amistades, escuchas y censura de sus textos la colocan al borde del abismo. Y la obligan en marzo de 1987 a buscar desesperadamemte un permiso de salida que le costó 8.000 marcos al gobierno alemán y otros tantos a su familia en sobornos.
Esto le supuso cruzar la frontera con una caja con sus pertenencia que no podía sobrepasar los 70 kilos. El resto de sus cosas tuvo que malvenderlas en almoneda a precios tasados oficialmente, como recuerdan en el CCCB fotos tomadas con el que era entonces su marido.
Tres volúmenes con 914 páginas son la memoria oficial en Rumanía de Herta Müller: las cifras del “expediente Cristina”, que le dedicó la Securitate. “Algunos exmiembros bromearon cuando me dieron el Nobel hace tres años al decir que merecían la mitad del premio por haber contribuido a crear las obsesiones de mi mundo literario... No, no volveré a Rumanía, para ellos no soy rumana, sino alguien de una minoría; además, no es una democracia consolidada y existe una corrupción escalofriante; tampoco veo la necesidad de vivir donde se nace”.
Hoy, de los 1.500 habitantes de Nitchidorf, donde nació Müller en 1953, apenas quedan una veintena de alemanes. En su última novela, Todo lo que tengo lo llevo conmigo, el protagonista, a su regreso del lager ruso, confiesa: “En mis tesoros pone: NO SALGO DE ALLÍ”. Müller tampoco parece poder salir de ese triángulo formado por el papel de su padre, la represión a su madre y la persecución que sufrió ella. Para su propio mal. Para bien de la literatura.
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