Portishead, orgullo generacional
La banda de Bristol ofrece un concierto memorable en Barcelona al tiempo que demuestra su grandeza en reivindicar su pasado sin dejar de mirar al futuro
En el universo de la música popular existen dos formas de convertirse en una banda relevante. Una es a través de la constatación de la realidad, de ser un artista perfectamente contextualizado, en sincronía con su tiempo. De ser The Clash, en fin. La otra se alcanza creando una realidad propia, un universo singular, personal y solo transferible a los más mediocres, pero suficientemente importante como para obligar a la siempre tozuda realidad a claudicar ante él. De ser Portishead, pues. Periodistas y poetas. Figurativos y abstractos. Y ahí estamos hoy, algo confundidos porque la manera de operar ha mutado hacia la ensoñación y la abierta negación de la realidad, tanto ajena como propia. El escapismo. Nadie te cuenta lo que pasa, a nadie le pasa nada suficientemente interesante como para ser contado, pero todos sueñan con ovejas metálicas y submarinos amarillos. Eso también lo hago yo, si le doy una calada a eso que huele tan bien, gracias.
Y aquí estamos esta noche, en el Poble Espanyol, escuchando cómo Beth Gibbons se rompe en dos interpretando Roads, primer tema de los bises de un concierto que no necesita ser histórico porque ha sido memorable, del que nadie discutirá su duración -90 minutos, lo único estándar de la velada- porque es un concierto que lleva sucediendo en muchas cabezas desde hace casi 20 años y suena hoy igual de moderno, actual y radical que entonces. Nadie en este mundo es capaz de interpretar un hit de 1994 como Sour times –hoy más cerca que nunca de esa deliciosa perversión que es el tango británico- y lograr que resulte emocionante sin apelar a la nostalgia. Solo Portishead son capaces de mirar atrás mirándote a los ojos y sin obligarte a observar tu biografía desde el retrovisor. Cualquier tiempo pasado fue igual de bueno y de malo que éste. Pero ninguna noche va a ser como la de hoy.
La tarde arrancaba con unos Cuchillo actuando ante un público más pendiente de elegir entre sol y sombra. Morosos como son, los barceloneses cumplen con su papel de abrelatas, adhiriendo a más de uno a su causa, pero aún pendientes de descubrir qué animal llevan bajo la chistera. Tras ellos, Thought Forms confirman que, aunque Portishead sean quienes hayan escogido a las bandas que actúan hoy, también es cierto que puedes enamorarte de alguien cuyos gustos son diametralmente opuestos a los tuyos. De hecho, el sexo es mucho mejor cuando, en vez de concentrarte en que el techo necesita otra capa de pintura, lo haces en esos discos de Dire Straits que tiene tu partenaire.
Muy distinto es el caso de Jon Hopkins, quien acompañado de King Creosete, ofrece su folk pastoral con revuelto de setas mágicas, totalmente desconectado de cualquier realidad, pero ciertamente anclado a la verdad del talento y la emoción (lugares comunes r’us). El público parece estar más pendiente de qué cenar, o qué whatsapp contestar primero, algo que no sucederá una hora más tarde, cuando sobre el escenario, Beth, Geoff y Adrian se queden solos para interpretar Wandering star, convenciéndonos de los estúpida y patética que ha sido siempre la idea de los unplugged. El tiempo se para de neuvo y ellos lo adelantan por la izquierda.
En aquel momento, a medio camino de un show que desde el minuto uno de Silence advirtió que iba a ser complicado de olvidar, la sensación de estar viendo algo que resultaría a la vez hoy, ayer y, desafortunadamente, mañana ya se había arraigado. Con Gibbons pegada con Loctitite al micro pero inexplicablemente sexy, Utley lanzando pinceladas y escondiendo la mano y Barrows dirigiendo el sexteto sobre el escenario desde el patio trasero del mismo, Portishead desgranan un repertorio impecable que, si de algo peca, es de obviar en exceso su infravalorado segundo álbum (no suenan ni All mine, ni siquiera Only you). Al final, Gibbons baja a abrazarse con las primeras filas, en un ejercicio que en manos de cualquier otro podría parecer un baño de multitudes, pero que en ella se antoja un sincero agradecimiento -o un ejercicio prescrito por el médico- por estar ahí. Por seguir estando ahí, después de tanto tiempo y tan pocas cosas.
El único anclaje con los 90 llega a través del tratamiento de las imágenes que se proyectan, que aunque arranca algunos aplausos durante Machine gun, cuando aparecen fotogramas de disturbios en el centro de Barcelona, recuerda en demasiadas ocasiones al trabajo David Carson al frente de Raygun, ejemplo de icono de los 90 difícilmente reivindicable, todo lo contrario que Portishead, esa banda que nos durará varias vidas, las mismas que tardaremos en olvidar los primeros acordes de The rip esta noche. Unos engordan, ellos crecen. Unos se hacen mayores, ellos se hacen grandes.
Babelia
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