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Sónar homenajea al rap instrumental

The Roots, Nicolas Jaar o Diamond Version despiden la 19ª edición del festival electrónico barcelonés, que ha superado las expectativas

Daniel Verdú
Actuación de The Roots, ayer por la noche en el Sónar.
Actuación de The Roots, ayer por la noche en el Sónar.MASSIMILIANO MINOCRI

Resulta que el festival de las máquinas y los dj por excelencia ha traído este año a una banda de hip-hop como cabeza de cartel. Pero además, Sónar ha llamado a la única del mundo que no cuenta con nadie detrás de unos platos ni construye su música sobre beats electrónicos que pudieran justificar la elección. Pero esa es la gracia. Los grandes avances musicales de los últimos años no siempre tienen que ver con la tecnología. Y los logros en ese campo de The Roots, la banda de rap instrumental por excelencia, están fuera de discusión.

Por eso abrieron ayer la noche final del festival que, lo crean o no en estos tiempos que corren, ha vuelto a superar su récord de asistencia, colocándose en 98.000 visitantes entre los tres días (la edición anterior fueron 79.500).

Al público le costó llenar ese escenario a primera hora. Era temprano y el hip-hop no tira tanto en España, aunque se trate de esta joya del género. Una banda de alto compromiso político (Questlove, su carismático batería, es un apoyo fiel de Barack Obama). Su último álbum (Undun) reconstruye en orden inverso el último día en la vida de un criminal de poca monta, tipo The Wire, y ha sido aclamado como una cima del género. Pero sobre el escenario no tocaron ni un tema de ese trabajo. Demasiado conceptual. Fue un concierto pensado para festival: grandes clásicos (The fire, Mellow my man, You got me), homenaje a los Beastie Boys con Paul Revere y versiones casi a modo de sample orgánico como Jungle Boogie.

Por la tarde, el festival se despidió de su versión diurna en una tarde de experimentos. Verán. Un japonés menudo, cubierto con la capucha de la sudadera, sube al escenario y levanta al aire un tubo fluorescente azul con fuerza. De fondo, eslóganes de compañías financieras, campañas políticas y engatusadoras marcas de todo tipo atraviesan una pantalla de leds. El encapuchado empieza a sacarle al tubo de cristal un sonido agudo, tocándolo como una guitarra, con toda la furia punk del mundo y convirtiendo la electricidad en estridencia.

Detrás, las dos grandes referencias de la música electrónica alemana más experimental, Byetone y Alva Noto (fundadores del sello Raster Noton) fulminan la paz y la armonía hedonista de estos días con un apabullante revisión del techno más áspero, serial y agresivo de hoy en día. Los tres forman el proyecto Diamond Version + Atsuhiro Ito y fueron ayer, en la última jornada de Sónar, quizá la más selecta en su versión de tarde, una de las cumbres del día en el festival.

Pero Byetone y Alva Noto son alemanes y no entiendes de lamentos artísticos ni laborales. Su música remite a la dureza de una cadena de montaje enloquecida, salvaje, hackeada. A radiales, martillos y sierras construyendo sin descanso un absurdo mundo de hormigón y hierro. Después de una etapa mucho más experimental, y quizá empujado por Byetone, Alva Noto se ha lanzado también a la profundidad de la percusión que convierte su rigor serial en algo parecido a una música de resistencia, de contestación a la tomadura de pelo generalizada que nos ha conducido al colapso (también en la música). Un sonido que por algún motivo más psicológico que físico, te empuja a bailar sin ser música de baile.

A Nicolas Jaar, que ayer por la tarde se plantó en el patio central del Sónar de Día con Darkside, su nuevo proyecto musical, le sucede algo parecido. Ayer volvió a enseñar lo sencillo que resulta para algunos superdotados provocar que la gente mueva el cuerpo casi saltándose las órdenes individuales de su cerebro. Subió al escenario acompañado de un guitarra con el que hizo lo que mejor sabe hacer: una electrónica con ritmo jazz, suave, elegante, que no tira de obviedades emocionales para que la gente sienta ese placer tan primario al moverse con las frecuencias sonoras. Principio y fin, en suma, de este festival.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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