El Nuevo Orden se mantuvo con aseo
La banda de Manchester inauguró el Sónar nocturno con un concierto apañado
Cuando las expectativas ante un acontecimiento son bajas, este sólo puede resultar satisfactorio. O un fiasco de tal calibre que jamás se olvida. La presencia de New Order en el Sónar no podía quedarse entre dos aguas, y habida cuenta de los recuerdos que la banda de Manchester había dejado en la memoria de los aficionados barceloneses en sus últimas actuaciones, muy mal había de ir su nuevo concierto para no ser como mínimo aseado. Y así fue. El grupo que hermanó la música de baile con las guitarras y el post punk allá cuando se iniciaban los ochenta, saldó su concierto con un ramillete de éxitos, una forma de interpretarlos que no pareció funcionarial y una sensación general que dejó patente que hay canciones por las que el tiempo pasa mejor que sobre aquellos que las compusieron.
El concierto de New Order inauguró las noches del Sónar gracias a que la marca patrocinadora del festival organizó un concurso al que debió responder una multitud, porque frente al escenario Club se citaron no menos de 10.000 personas a las que habría que sumar los acreditados. En suma, mucha gente con notable dominio local, algo bastante insólito en el Sónar. Con muy poco retraso sobre el horario previsto, el quinteto apareció en escena con discreción, la mayoría con atuendo oscuro y ninguna prenda que recordase aquel lastimoso chándal que el ahora ausente Peter Hook lució en uno de sus últimas actuaciones en Barcelona. Sin apenas saludar, la instrumental Elegia abrió el concierto, que ya desde su inicio mostró un sonido poco definido, casi estruendoso y desde luego ensordecedor. Ni tan siquiera el desarrollo del espectáculo arregló el desaguisado, probablemente amplificado por las dimensiones. Todo y eso, quede constancia, en ese mismo hangar ha habido otras actuaciones que han sonado bien.
Pero la tralla que brotaba del equipo parecía sólo espolear a la multitud, dispuesta a valorar el premio conseguido por trasegar cervezas. Con Crystal el respetable comenzó a entrar en calor, y poco después con Regret habría el primer momento para la memoria, recordando aquellos tiempos, quizás en Ibiza, en los que todo parecía estar en el mundo para ser devorado con espíritu acelerado y sin pensar en el mañana. Ceremony y Age of consent adentraron al público en el recital, mientras las proyecciones en las pantallas que cercaban el recinto ofrecían un espectáculo de imágenes no especialmente imaginativo aunque resultón. La imaginación de New Order no se centró desde luego en el entorno estético, todo y que un hangar como el del Sónar nocturno parece pedir a gritos un tratamiento que no convierta al escenario en un habitáculo para insectos.
Pero para hacer pensar al público en otra cosa estaba la violencia del sonido, que trituraba las palabras de Bernard Sumner hasta convertir sus letras en una papilla informe. Isolation, pieza que Sumner dijo que no tocaban desde hacía 10 años, marcó uno de los momentos del concierto, que teniendo en cuenta del origen de la banda, Manchester, tuvo su momento futbolero. Sumner dijo que la selección española había derrotado a Irlanda y, como la respuesta del público no fue lo explosiva que él hubiese imaginado, pensó que no se le había entendido. Un papel en el que escribió 4-0 fue mostrado al personal, que siguió dándole vueltas a la relación que podía establecerse entre la música de baile y el baile al que España había sometido a Irlanda.
La parte final del concierto exprimió la faceta más bullanguera de New Order, con Sumner dando botes en escena, no se sabe si por estar muy contento de tener tanta gente delante o porque de verdad volver a tocar canciones como The perfect kiss le sigue alterado el ritmo cardiaco. La verdad es que desde el punto de vista estético no parecían muy edificantes sus brincos, pero la alegría jamás debería ser reprochable. Con Blue monday, tema entre temas, éxito entre éxitos, pasaporte a la posteridad de sus autores, Sumner siguió saltando, actividad que sólo una forma física que no pareció excelente pudo refrenar.
Con el concierto embalado hacia el final, Transmission recordó los orígenes remotos de la banda, remachados con la inmortal Love will tear us apart, tocada con velocidad fiestera pero lejana al kalimotxo mix con que la destrozaron en el infausto concierto que marcó su punto más bajo en Barcelona. Y sí, en el Sónar los New Order mantuvieron el tipo y en su caso es más cierto que nunca recordar que se trata de una banda de la que ya solo se puede esperar conciertos apañados. Todo lo demás ya forma parte de la historia, de una historia de la que no parece que se puedan escribir más capítulos brillantes. Su nuevo orden ya ha sido superado por los alumnos aventajados del nuevo pop sintético.
Babelia
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