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Sombras y luces al anochecer

Beach House se erigieron en reyes de la penumbra mientras caía la noche sobre el Fórum

Actuación de Saint Etienne.
Actuación de Saint Etienne.GIANLUCA BATTISTA

Justo en ese momento en que no se sabe si es más de día que de noche, cuando todo es claroscuro y las sombras ganan terreno a la luz, salieron Beach House a escena. Que ni pintado. Escenario en contraluz recortando las siluetas de los tres músicos que ocupaban la escena y Wild sonando como primera entrega. Era la actuación más esperada de la última jornada diurna del Primavera Sound , festival que según sus organizadores ha producido 120.000 visitas en sus tres días del Fórum, cantidad que asciende a 150.000 si se cuentan las asistencia a los actos realizados en el casco urbano de Barcelona. Palabras mayores.

Como el dream pop de Beach House, etiqueta que quiere denotar lo vaporoso de la música del dúo de Baltimore. La multitud situada frente al escenario ya levitó con su segundo tema, el excelente Norway, que dio paso a Other People. Era sólo el comienzo de una banda a la que el festival ha visto crecer, situándola en escenarios cada vez más grandes. Con su propia escenografía ambientando el concierto, Beach House dejaron claro que su momento de popularidad resulta óptimo y que podían haber actuado en el escenario principal, donde la ausencia de Björk convirtió en cabezas de cartel a Saint Etienne. El grupo británico ofreció un concierto aseado abierto con Like a motorway, pieza a la que siguieron Popular y Burn out car. Pop bailable, más que nunca tras su último disco, electrónico y bonito que no pareció suficiente para la inmensidad del espacio que justo la víspera atiborraron The Cure y sus tres horas de concierto por momentos inacabable.

Antes del concierto de Beach House , Alberto Guijarro, uno de los directores del Primavera Sound, realizó balance y valoró de manera positiva los actos realizados fuera del Fórum, en salas y muy especialmente en el Arco del Triunfo y en el parque de la Ciutadella, y dio dos noticias, como siempre en estos casos, una buena y una mala. La buena: el festival, visto el resultado de actuaciones cono la de Afrocubism, ha acabado de convencerse de que los límites estilísticos sobre lo que el público puede y quiere ver son más amplios que los estrictamente encerrados en las fronteras de la música alternativa.

La noticia, mala, bastante mala, es que el Auditori no tiene garantizada la continuidad el año que viene. Según indicó Guijarro, la empresa que lo explota no puede confirmar a la organización del Primavera la disponibilidad del espacio hasta seis meses antes del festival, lo que hace del todo inviable una programación por falta material de tiempo. Es una lástima que este espacio, uno de los aspectos diferenciales del Primavera Sound por la programación que en él podían ubicar, se pierda.

Por lo que hace al arranque la fueron las bandas nacionales las que dejaron el pabellón en alto. Por ejemplo fue el caso de Senior i El Cor Brutal, una banda de “valenciana”, que es como ellos mismos llaman a su “americana” hecha en Valencia, de donde son naturales. Decir que es una de las escasas bandas nacionales que suenan a rock sin mimetismos exagerados, es situar de entrada a un grupo cuyo líder, Miguel Angel Landete es un letrista aventajado. Sus canciones, en ocasiones tiernas, otras ásperas y reivindicativas, siempre bien construidas y con intención que se manifiesta de entrada por un fino sentido del humor, tiene ese alma propia de los artistas que necesitan la música para explicarse. En el Primavera rindieron homenaje a sus admirados rockeros norteamericanos, Tots els ianquis que vull y estrenaron una nueva canción, El cel de les illes Caiman, presentada gráficamente como respuesta a la intención de los mandamases económicos de llevarse por delante hasta a nuestras mascotas, luego de hacer lo propio con nuestras madres, hermana e hijas

También tuvo tono reivindicativo la actuación de Lisabö, otra banda a la que el festival ha visto crecer poco a poco. De ocupar escenarios periféricos en horarios de banda nacional, el grupo de Irún actuó ayer en uno de los escenarios centrales y con el sol ya descansando. Y además con nutrida presencia de público. El grupo formó como sexteto –dos baterías, tres guitarras y bajo- y su sonido despeinó una vez más. Decir que hacen hardcore en euskera es quedarse cortos, ya que el idioma apenas se entiende y el hardcore puede tener tantos pelajes que es una palabra tan imprecisa como perro - ¿bulldog?, ¿pekinés?-. El caso es que la intensidad con la que tocan Lisabö los diferencia del resto, al recrear una tormenta imperfecta y apasionada en la que los músicos se curvan sobre instrumentos que en ocasiones desenchufan accidentalmente mientras los micros caen empujados por un golpe inopinado. Torbellino, ciertamente. No es de extrañar que su último disco haya sido saludado por diversas publicaciones de música nacionales como uno de los mejores del pasado año. Ah, y lo de la reivindicación se centró en convocar al público a una manifestación que tiene lugar hoy mismo a propósito de los detenidos del 29 M.

Las actuaciones internacionales de la primera franja de la tarde no tuvieron excesiva historia. Sandro Perry con su improbable mezcla entre Arthur Rusell y Steely Dan dejó en el aire que su pop elaborado y meticuloso, con arreglos muy originales y desarrollos interpretados, funciona mucho mejor en disco. Y no es sólo porque el carisma y él tienen la misma relación que las vasectomías y la pintura del Renacimiento. Por su parte, Veronica Falls quedó en muy buen lugar dentro del apartado de banda mejor de los últimos cuatro meses. Su pop de guitarras con anclaje en los ochenta resultó tan divertido como pasajero e insustancial. Bonitas melodías al servicio de algo que sonó tan efímero como ese fondo de catálogo de las centenares de bandas que han pasado por este y otros festivales y de las que nunca jamás nadie volvió a preguntar nada. El año que viene habrá más.

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