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65ª EDICIÓN DEL FESTIVAL DE CANNES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Mud’, un precioso retrato adolescente

Todo respira en la película de Jeff Nichols, que el público ha ovacionado La coreana 'The taste of money' es una tontería supuestamente crítica

Carlos Boyero
El director Jeff Nichols y los actores Jacob Lofland y Tye Sheridan, en la presentación de 'Mud' en Cannes.
El director Jeff Nichols y los actores Jacob Lofland y Tye Sheridan, en la presentación de 'Mud' en Cannes. ANNE-CHRISTINE POUJOULAT (AFP)

No recuerdo exactamente la fecha, tal vez hayan pasado 20 años, pero la impresión que me causó, y que se renueva cada vez que vuelvo a visitarla, es perdurable. Ocurrió en la última jornada de un festival de Cannes que hasta ese momento era grisáceo. Esa película se titulaba Leolo, era poesía en carne viva, lacerante, hermosa y desgarrada, imposible de describir aunque te removiera el corazón y el cerebro. La habían programado cuando una parte considerable del público y de los medios de comunicación estaban haciendo las maletas o se habían largado ya de Cannes, e imagino que los que quedábamos nos movíamos en estado de agotamiento extremo, ya que estar doce días viendo películas desde la mañana a la noche y con la obligación de hablar de ellas es algo que anula forzosamente la lucidez. Y si ese cine ha sido mediocre, espeso o infame, el castigo mental es absoluto. Pero la aventura íntima de aquel niño insomne y de su enloquecida familia representó un subidón inolvidable cuando te sentías hastiado de una catarata de imágenes y de sonidos que te habían amodorrado durante dos semanas, cuando no creías que apareciera un milagro que despejarar ese involuntario embrutecimiento.

Y he tenido una sensación parecida en este olvidable edición de Cannes al ver Mud, el último título que ofrecía la sección oficial. Puede ocurrir que cuando me vuelva a encontrar con ella en Madrid y en condiciones normales, el entusiasmo que me ha creado no sea el mismo, pero estaba tan sediento de que apareciera una película que me arañara la sensibilidad, que en el caso de que solo sea un espejismo lo agradezco con la misma intensidad que si fuera real.

Mud la dirige Jeff Nichols, un director de 33 años que ya había demostrado en la perturbadora Take shelter, una descripción terrible y compasiva de la esquizofrenia, de estar en compañía de monstruos que solo puedes ver tú, que te alejan de todo lo que amas, necesitas o te da cobijo, que era alguien con voz propia y una capacidad expresiva a la altura de los grandes creadores del cine norteamericano. En esta ocasión hace un retrato conmovedor de la adolescencia, de sus incertidumbres, deseos, miedos, urgencia de mitos, pureza, tortura, retorcimiento. Son dos críos que se han puesto la obligatoria máscara de dureza, uno huérfano, el otro con los padres a punto de divorcio. Viven en casas prefabricadas al borde de un río. Huyen cotidianamente a una isla. Allí está su héroe, un asesino, un hombre misterioso que se ha escondido allí y sobrevive como puede, un Robinson Crusoe al que ha herido el amor.

Nichols describe admirablemente la fascinación de estos chavales hacia el peligro desconocido, esos caminos iniciáticos en los que la confusión va acompañada de valentia, en los que los desengaños y las ilusiones se viven con intensidad en sus luces y en sus sombras. Su cámara se mueve con la sencilla complejidad de los clásicos, los actores, jóvenes y viejos, transmiten matices y autenticidad, todo respira en esta preciosa película. Y el público la ha ovacionado. Dudo que el jurado haga lo mismo. Está en la tradición del gran cine norteamericano. O sea, palabras mayores.

Tener la obligación de citar el culebrón coreano que ha antecedido a Mud me provoca demasiada fatiga. Se titula The taste of money y la dirige Im Sang-Soo, un habitual de los festivales. Es una tontería supuestamente crítica sobre una familia de la oligarquía coreana cuyos miembros pasan la existencia haciéndose putadas para lograr el poder. Es como Dallas, Dinastía, o esos infames culebrones sudamericanos de la sobremesa pero en asiático y con pretensiones artísticas. Cine de autor según los criterios artísticos del internacionalista Cannes. Que no falten jamás variadas muestras del trascendente cine asiático y africano. Con la condición, por supuesto, de que todas ellas estén coproducidas o producidas íntegramente por capital francés.

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