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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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El fraile de Tánger

Diego A. Manrique

A mediados de los noventa, tuve la fortuna de conocer a Paul Bowles. Una productora de televisión concibió un programa de viajes y cultura; el piloto se rodó en Tánger y me correspondió entrevistar a Bowles. El autor de El cielo protector aguantó una hora bajo los focos, sentado en un sillón incómodo, respondiendo en castellano a preguntas tópicas sobre Tánger y los beats, la colonia bohemia, las visitas de los Rolling Stones y demás obviedades.

Se me quedaron grabados dos comentarios fuera de cámara. El primero, un aviso sobre el mayún, “fue lo que acabó con mi mujer”. Estaba en lo cierto: ese dulce de hachís es “una bomba atómica para los sentidos”. Lo segundo parecía una broma: “Lo que sé sobre la música marroquí lo aprendí con el libro de un cura español”. Hasta que leí Historia de Tánger (Almuzara, 2009). El cronista, Leopoldo Ceballos, conecta a Bowles con el padre Patrocinio García Barriuso: “Resulta curioso constatar que dos hombres tan distintos —uno representaba al Tánger más liberal y promiscuo, mientras otro pertenecía al sector más conservador de la ciudad— coincidieran en su interés por la música del país y desarrollaran estudios de gran relevancia sobre el tema”.

García Barriuso (1909-1997) investigó en el Protectorado, con libros y abundantes artículos en la revista de los franciscanos, Mauritania. Le interesaba el derecho matrimonial, la libertad de cultos y, como obsesión personal, la música marroquí, desde la refinada a la popular. Lo que le sitúa en la cadena de circunstancias que provocaron la visita de Brian Jones a Joujouka. O Yahyuca, como prefiere transcribirlo García Barriuso.

El viaje de Brian forma parte del folclor de la contracultura. Se cuenta minuciosamente en Rolling Stones: los viejos dioses nunca mueren, de Stephen Davis (Ma Non Troppo, 2001). En julio de 1968, el rey destronado de los Stones se plantó en Yahyuca, con su novia Suki y un ingeniero con micrófonos y un magnetófono Uher. De cicerone, Brion Gysim, amigo de Paul Bowles y gran pícaro del underground.

El objetivo era grabar los ritos paganos de aquel pueblo del Rif. Dos días alucinados que generaron unas cintas que, manipuladas en Londres, se publicaron, cuando Brian ya había fallecido, como Brian Jones presents the pipes of pan at Jajouka. Y colocaron en órbita a los músicos de Yahyuca. Eran, en la feliz ocurrencia de William S. Burroughs, “una banda de rock 'n' roll con 4.000 años de edad”.

A partir del disco, Timothy Leary, Ornette Coleman y otros muchos hicieron la peregrinación hasta Yahyuca. Los ya conocidos como Master Musicians of Jajouka grabaron con Bill Laswell o con los Stones al completo, en el memorable Continental drift, del álbum Steel wheels. Jagger y compañía convocaron a los rifeños en el Palacio Ben Abou de Tánger, visitando también a Paul Bowles.

Y retorno al padre García Barriuso. En 2001, se hizo una reedición facsímil de su La música hispano-musulmana en Marruecos. Gracias al Instituto Cervantes, localizo una copia: un tomo inmenso, con abundantes ejemplos musicales, fotos y dibujos. Apabullante erudición.

Efectivamente, allí se habla de los gaiteros (y tamborileros) de Yahyuca. El padre Prudencio destacaba las similitudes entre algunos aires que tocan y las muñeiras gallegas. Advierte que ni siquiera en Yahyuca estaban inmunes a los terremotos políticos: “¡hasta tocan, mejor dicho, maltratan el Cara al sol!”.

Conviene apuntar que La música hispano-musulmana en Marruecos fue editado, en 1941, por el Instituto General Franco. La eterna paradoja del colonialismo: los militares africanistas despreciaban a los nativos pero terminaron admirando algunos aspectos de su cultura. El Instituto, con edificio propio en Tetuán, formaba parte de la ofensiva diplomática del régimen franquista; ignorado por las democracias beligerantes, buscaba ganarse amigos en el mundo árabe. De paso, también se intimidaba a los españoles: hasta 1956, Franco se presentaba en público con los feroces guerreros de la Guardia Mora.

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