Good luck!
Hoy estamos ya acostumbrados a ver los grandes momentos de nuestros deportes favoritos en televisión, repetidos una y mil veces. De modo que cuando el cine trata de representarlos artificialmente en toda su intensidad emocional, sentimos frecuentemente una cierta decepción: nos parecen poco auténticos. Como nunca veo partidos de fútbol, el que aparece en Evasión o victoria de John Huston, con Pelé y compañía, me resulta de lo más apasionante, pero mis amigos futboleros me han desengañado: tiene que ver poco con la realidad, ningún partido es así. Comprendo su objeción escéptica, porque a mí me pasa tres cuartos de lo mismo en muchas películas que pretenden recrear carreras de caballos. Los corceles protagonistas remontan desventajas imposibles para luego ganar cómodamente, cuando el jinete no se cae y luego vuelve a montarse pero en el caballo equivocado como Harpo en Los hermanos Marx en las carreras. Todo muy entretenido, aunque dolorosamente irreal. Quizá Seabiscuit sea una de las pocas que se salva de estas objeciones resabiadas…
Por eso he disfrutado tanto, como muchos otros aficionados al turf, con la excelente serie Luck protagonizada por Dustin Hoffman, cuya primera y única temporada acaba de terminar en nuestras cadenas. Además de contar con un elenco de magníficos intérpretes, de esos que en las series americanas e inglesas nunca suelen faltar pero que en esta destacan especialmente (entre ellas el exjockey campeón Gary Stevens, al que tantas veces vi ganar en carne mortal), ofrece una versión realista de las carreras. No sólo están bien filmadas, sino que el argumento de los episodios no se enreda en un rosario de amaños, trampas y dopajes -como suele pasar- para mostrar en cambio las rivalidades y alegrías de la pugna hípica tal como debe ser. Las ilusiones agridulces de los pequeños propietarios, los orgullos y desengaños de los jóvenes jinetes…o de los veteranos, la necesaria dureza de los preparadores y el misterioso e inconfundible amor al purasangre. También está presente la pasión por el juego, cierto, pero en sus justas proporciones y no faltan los gángsters, aunque dedicados a intentar apropiarse de los beneficios de los hipódromos y no a falsificar carreras.
Esta serie tan adictiva (al menos para algunos de nosotros, que bostezamos con Perdidos e incluso con Mad men) ha sido suspendida -al menos tal es el pretexto oficial- porque tres caballos murieron en accidente durante su rodaje. Coincide esta supresión con cierto vocerío que pide nada menos que la abolición del Grand National, la célebre carrera de obstáculos celebrada en Aintree, porque en la edición de este año han muerto en accidente dos caballos, entre ellos el favorito Synchronised. Desde hace años, los saltos del National vienen rebajándose y aliviándose, lo cual no impide que sigan ocurriendo accidentes mortales (que también pueden suceder en carreras lisas, como yo he visto tantas veces). Y es que a los caballos de carreras suele pasarles como a los humanos, que se mueren haciendo cosas: nosotros cayéndonos de un andamio, jugando al fútbol o saliendo en coche de vacaciones y ellos corriendo, saltando o hasta acalorados al cubrir una yegua. Pero cuando no hagan nada para no correr riesgos, los caballos no se morirán de uno en uno sino todos de golpe: ya no se les utiliza para el transporte o la guerra y apenas para labores agrícolas, pero además no sirven como animales de compañía. De modo que en cuando desaparezcan de los deportes y las películas, serán dulcemente borrados de la faz de la tierra.
Es la eutanasia para la especie criada por el hombre, la misma solución que se propone para los toros bravos, la compasión exterminadora. No lloremos por ellos: con tantos benefactores como hay en el mundo antes o después nos tocará a nosotros…
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.