"No es que no entendamos nada, es que no hay nada que entender"
El músico barcelonés Quimi Portet presenta su octavo disco, 'Oh my love' El álbum tiene un deje triste poco habitual en su carrera
Quimi Portet se ríe. Tanto que las lágrimas le corren por las mejillas. Su proverbial sentido del humor brota incluso cuando más enfadado está. Y está enfadado. Lo muestra sin ambages en su octavo elepé, un disco tranquilo, de marcado acento acústico y de belleza serena en el que su autor, productor y mezclador enseña las uñas mediante letras cuyo sentido no precisa de segundas lecturas. Un disco alegre y a la vez triste y crepuscular en cuya portada posa un chimpancé quizás como irónico tributo a la inteligencia que los hombres no hemos sabido mostrar en nuestra vida en común.
Pregunta: El disco tiene un deje triste que no resulta muy habitual en su carrera
Respuesta: Me gusta la broma pero no quiero ser esclavo. Soy consciente de que me puedo convertir en una caricatura si insisto demasiado en los lugares en los que me siento cómodo. La emotividad humana es muy compleja, yo no puedo renunciar a la ironía, me tendrían que hospitalizar, pero también quiero llamar la atención sobre esa parte triste y melancólica que encuentro en la vida, en sus lamentables paradojas. Cuando estaba con Manolo la visceralidad, las ansias, el empuje juvenil y todo eso te permitían avanzar sin hacerte ni una sola pregunta. La complejidad del mundo se va haciendo cada vez más nítida con los años: no es que no entiendas nada, es que no hay nada que entender.
P: Me llama la atención Sunny day, una canción sobre un tema alegre como la playa que usted canta apelando a la melancolía y a la tristeza acompañado por piano, instrumento que no había usado antes.
R: Fue un descubrimiento para mí mismo. La primea vez que la oí mezclada me dejó muy triste, es una letra tipo Trinca pero por una conjunción de sonoridades tiene un tono muy melancólico, de añoranza. La tristeza es un sentimiento que une mucho a la gente. No me quiero rendir a ella, ni a la melancolía ni al desánimo porque soy un tío de naturaleza optimista y me lo sigo pasando bomba, pero tampoco quiero frivolizar sobre la tristeza, el paso del tiempo, el amor, sobre esa cantidad de cosas que nos hemos perdido pensando que no nos perdíamos nada.
P: O sea que el tono de la canción vendría servido más por la melodía, la instrumentación y la voz que por las propias palabras.
R: Saltarse los límites que nos imponen las palabras está permitido al humor y a la música, y me refiero a la música cuando calla el cantante, no bromeo. La música sin voz te permite ir muy lejos en la intención de pellizcar la emoción humana. Por eso me quejo de las palabras en Putes paraules. Hay más gente que lo hace; por ejemplo Joan M. Oliver en Me sobren paraules, y muy bien por cierto. Es así, las palabras nos ponen un límite, sobre todo cuando se trata de emociones. Mira que los poetas se lo han currado, pobrecillos, lo han intentado con toda la ilusión del mundo, pero mira, llega un rumano con un violín y todo el mundo se pone a llorar. Lloramos en Bambi no porque muere la madre, sino porque suena un violín.
P: ¿Y por eso escribe las letras al final, cuando la canción ya está acabada?, ¿porque mandan los sonidos?
R: Siempre es la música la que me dicta de qué hablar en una canción. Puedo estar tres meses con el disco acabado musicalmente y las letras aún en “vikingo”, como una muleta fonética que sustituye a unos textos aún sin componer. Y llega un instante en el que los paisajes sonoros que he compuesto me inspiran algo que me pone en marcha y ese momento es brutal. Hay un momento, hablo de mí en el estudio, en el que de repente todo cuadra.
P: ¿Hay algo superior a ese momento en la vida de un músico?
R: Lamento contestar que no. Admiro de la música que llegue muy rápido a las emociones: escritores, poetas y cineastas han de mover muchas cosas para emocionar a una persona. Sin embargo los músicos lo tenemos muy a mano. Es curioso. Por eso resulta brutal ese instante en el que todo cuadra y la intención de la letra toma forma sugerida por las texturas sonoras de la canción ya compuesta. Antes componía rápido, era proverbial mi facilidad para escribir letras. Ahora me cuesta cada día más.
P: Los sonidos del disco tienen un acento más acústico que eléctrico. ¿Qué le mueve a usar una guitarra acústica o una eléctrica?
R: He descubierto otra cosa con el tiempo. El estudio es un espacio silencioso muy hermoso, se está muy a gusto, me encuentro muy bien en él. Cualquier sonido queda allí subrayado por la solemnidad del silencio que reina. Por eso suelo trabajar con acústicas, hacen menos ruido. Pero en los escenarios me pasa lo contrario, tengo la sensación de que allí he de hacer ruido. Así que para el directo replanteamos la canciones. Las tocamos de otra manera. No estoy para sutilezas en el directo, es otro mundo. En directo muchas de las nuevas canciones las tocaremos de otra manera.
P: Usted habla con frecuencia del oficio. ¿Qué es para usted?
R: Hablo de él de manera arcaica. He sido aprendiz, no he estudiado música, ni tan siquiera un minuto de catalán, idioma que yo pensaba que era una cosa que se hablaba en mi casa para comer canelones. Fuimos autodidactas, no había otra manera de tocar la guitarra habiendo nacido en 1957. Yo empecé en una tuna, me gustaban los Stones, pero lo que tenía a mano para aprender los rudimentos del oficio era una tuna. Antes todos empezábamos como aprendices, eras aprendiz, en todos los oficios los había y así aprendías el oficio, los oficios.
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