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Narrativa caribeña a ritmo femenino

Las escritoras Josefina Báez, Mayra Santos-Febres y Lilian Pallares visitan Madrid Sus ideas progresistas se salen de los cánones de la cultura latina más arraigada Asisten al II Congreso Internacional sobre el Caribe, en Madrid

La colombiana Lilian Pallares (abajo, sentada), la puertorriqueña Mayra Santos-Febres (arriba a la izquierda) y la dominicana Josefina Báez.
La colombiana Lilian Pallares (abajo, sentada), la puertorriqueña Mayra Santos-Febres (arriba a la izquierda) y la dominicana Josefina Báez.BERNARDO PÉREZ

“Yo vengo de una larga tradición de mujeres escritoras: Rosario Ferré, Giannina Braschi, Ana Lydia Vega” comienza a explicar la autora puertorriqueña Mayra Santos-Febres. El boom del cuento caribeño escrito por mujeres ocurre en la década de los 80. Por lo menos allí es donde lo sitúan Cristina Bravo, Evangelina Soltero, Paloma Jiménez y Juana Martínez, cuatro profesoras de la Universidad Complutense de Madrid embarcadas en la épica tarea de recompilar todos los cuentos escritos por mujeres antillanas.

Desde comienzos de siglo ya se había dejado sentir la fortaleza de estas mujeres cuyo reto no es solo aprender a contar una buena historia, sino también evitar la etiqueta que suele dar a la mujer caribe. “La gente espera que nos dediquemos a parir. Que tengamos cinco, seis o siete hijos. Tiene que ser una familia numerosa en todo caso. Se sorprenden cuando digo que no quiero hijos” dice la poeta colombiana Lilian Pallares. No quieren que se les obligue a ser una sola cosa: “¿Por qué hay escoger entre ser madre, esposa o escritora? ¿Por qué no todo al tiempo?”, se preguntan Pallares, Santos-Febres y la performer dominicana Josefina Báez.

Reunidas en la terraza de la Casa de América con motivo del II Congreso Internacional sobre el Caribe, las tres artistas hablan sobre el Caribe desde la voz narrativa de la mujer. Una voz fuerte pero siempre femenina, que se expresa con precisión y un ingenio envidiable. Ellas narran la realidad de su pueblo con la misma naturalidad con que se mueven, y hasta el momento ningún tema ha tenido las espinas suficientes como para dejarlo de lado.

Al preguntarles por su concepción del Caribe Mayra Santos-Febres se adelanta a Pallares y a su amiga Josefina Báez, y responde: “el Caribe es la misma vaina pero en otra clave”. Para los que no nacimos con esa clave descifrada el mundo Caribe está rodeado de misticismo. Idealizamos los colores, nos fascinamos con el vaivén del movimiento y tendemos a verlo todo con los ojos del realismo mágico. “Pero las posibilidades del Caribe son tan inmensas –resalta Josefina-, que esa magia se queda corta”. Con esa frase la dominicana describió la región y la narrativa que la cuenta.

La tierra golpeada por ese mar, especialmente en el caso de las islas, es un punto de convergencia entre la cultura indígena, hispana, africana, francesa, yanqui, inglesa y holandesa. “Pensar el Caribe en términos de pureza es un sinsentido” afirma Santos-Febres. Esta multiplicidad exclusiva de aquel lugar ha creado una cultura, un lenguaje y una historia que exige ser pensada de manera reticular. Santos-Febres hace patente la particularidad de esta concepción de la historia y del tiempo con la imagen del árbol: “Los caribeños creemos que en el centro del mundo hay un árbol sagrado. La forma de las raíces nos permite pensar en la pluralidad de nuestro pasado, y las ramas que crecen en todas las direcciones son una visión de nuestro futuro”. Un futuro que, al igual que los orígenes de esta región, tiene de suyo el tema de la migración.

En esta cultura, en la que lo único constante es el cambio, la voz de la mujer ocupa un lugar central. “Desde fuera suele tildarse de machista –dice la puertorriqueña-, pero en realidad el patriarcado en la zona es muy débil. Los hombres emigraban a otras ciudades e incluso a otros países en busca de trabajo y la que quedaba para sacar el país adelante era la mujer. Muchos iban a parar a la cárcel y era la madre quien se quedaba a cargo de la familia y de la economía de la casa". Ella llevaba las cuentas y al mismo tiempo era protagonista de la oralidad que ha sido siempre fundamento del Caribe.

“En países como Puerto Rico –afirman las cuatro profesoras de la universidad madrileña-, el brillo femenino llegó incluso a opacar a los hombres. Ellas son más innovadoras, más provocadoras y más osadas. Han cogido carrera y ahora van por delante de los hombres”.

De entre el abanico de posibilidades, como les gusta describirlo a las tres artistas caribeñas, las raíces africanas suelen resaltar en la narrativa femenina. Algunos cuentos están impregnados de la magia de la santería y muchos otros se narran a partir de la creencia vudú. La música también va entretejida en este tipo de escritura. Varias historias de la reconocida autora puertorriqueña Ana Lydia Vega van al ritmo de un bolero y cuentan al mundo y a los hombres desde la perspectiva de una mujer que se ha adueñado de su cuerpo.

En “Letra para salsa y tres soneos por encargo” escribe Vega: "En la De Diego fiebra la fiesta patronal de nalgas. Rotundas en sus pantis super-look, imponentes en perfil de falda tubo, insurgentes bajo el fascismo de la faja, abismales, olímpicas, nucleares, surcan las aceras riopedrenses como invencibles aeronaves nacionales".

La voz de la narradora caribeña se mueve entre “el humor negro, la ironía y la parodia”, dice Bravo emocionada. Con el ingenio del que hace alarde Vega en la cita anterior, se burlan de sí mismas y se apropian de la imagen que se tiene de ellas.

Echan mano de los recursos del lenguaje poético para despoetizarlo. Un lenguaje que, a pesar de estar ahora impreso, jamás ha olvidado la oralidad. Los cuentos hablan la historia, la dibujan con palabras que hacen la mezcla cultural tan patente como el color de piel de las narradoras. Si la expresión lo requiere se pasa indiscriminadamente del español al inglés e incluso al francés. Todos esos idiomas les pertenecen y ellas ejercen su derecho a combinarlos. De allí surge una composición que en el caso de Báez ella se la ha apropiado como dominicanish, título además de una de sus obras.

En el momento de narrar, se dan la libertad de, para utilizar la expresión de Pallares, “jugar con el lenguaje como conchas” para contar historias unas veces inspiradas en las charlas de los vecinos y otras para dar voz a quienes no la tienen. “Para contar los silencios” como dijo Santos-Febres. Para escribir de lo que no se habla.

Son historias reales unas veces con matices de tristeza y otras con un tono de alegría. Hablan sobre la migración, la prostitución, la sexualidad, la religión, la historia y la danza. Relatan el Caribe evitando a toda costa la generalización y el encasillamiento porque ello les implicaría contradecirse.

Entre todas ellas hay un vínculo que no repara en la envidia. Se ayudan entre sí, se leen unas a otras y se invitan a los congresos que se organizan. “La idea es crear una visión plural –explica Santos-Febres-, si te enamoras de tu propia negritud te convierten en una pieza de museo. Te paran ahí y comienzan a tomarte fotos.” Lo de ellas es la complicidad y el apoyo.

“Cuando se habla de escritores hombres siempre se dice siempre el escritor. Pero si alude a una mujer la expresión es siempre las escritoras. Nunca se abandona la pluralidad”, recalca Santos-Febres. En vez de ir contra la corriente intentado cambiar la imagen que se tiene de ellas, las escritoras caribeñas prefieren apropiársela y convertirla en fortaleza. Esa es la opción por la que se han decantado siempre.

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