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CRÍTICA
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Espíritu de lucha

En 'Aire de Dylan', Enrique Vila-Matas explora nuevas rutas y da un giro a su obra narrativa. Lo hace, además, sin abandonar las habituales reflexiones sobre la literatura

Jordi Gracia
'Perdido en sus pensamientos'.
'Perdido en sus pensamientos'.CARL PURCELL (HULTON ARCHIVE)

A Vila-Matas nunca se le ha escapado el reproche tácito de algunos de sus lectores más fieles. Pedían, me parece, el final del ciclo narrativo que había desplegado en un buen número de sus últimas novelas, como Doctor Pasavento o París nunca se acaba, porque el hilo empezaba a enredarse en un manierismo involuntario y autoimitativo, como si la maquinaria de la creación estuviese agotando su capacidad de sorprender y embaucar felizmente a los lectores. Yo creo que lo sabía muy bien, y por eso el experimento que ha ensayado con esta novela tiene otros mimbres y recursos, aunque siga girando en torno a un tema mayor, que es de Vila-Matas, por supuesto, pero es también de la literatura de la modernidad: la gestación del escritor, la identidad de la escritura, el afán de la originalidad, la búsqueda de la voz propia.

'Aire de Dylan'

Enrique Vila-Matas

Seix Barral. Barcelona, 2012

235 páginas. 19,50 euros (electrónico: 13,99)

Esta novela configura un giro o un cambio de dirección atractivo y lleno de pistas, de anzuelos, de caminos equívocos, de insinuaciones que se cumplen y se desmienten. Pero la clave de todo me parece que consiste en haber pasado de los espejismos del azar y las casualidades, de las ficciones ofrecidas como realidades positivas al juego de espejos, al laberinto que refleja varias identidades para hablar de una sola, como siempre: Enrique Vila-Matas. Y esta perspectiva creo que es la que atrapará sobre todo a quien es ya lector de Vila-Matas y ansía verlo navegar con nueva novela por nuevas rutas. Aire de Dylan es así la más novelesca de sus novelas de los últimos años, con uso y hasta abuso de elementos narrativos y anecdóticos vulgares (quiero decir, extraños al mundo habitual de Vila-Matas), y sin embargo todo está subordinado a la especulación fundamental: la creación literaria.

Hay un gesto fuerte nuevo, aunque vaya vestido de ironía y buen humor, de esa 'nonchance' y ese encanto de sus disquisiciones

Pero hay un gesto fuerte nuevo, aunque vaya vestido de ironía y buen humor, de esa nonchalance y ese encanto inconfundible de sus disquisiciones y ocurrencias. La novela contiene una reivindicación frontal de una idea de la literatura que coincide con la que ha desarrollado desde hace más de treinta años, a la que no renuncia y de la que se siente legítimamente orgulloso frente a las rutinas mentales o la miopía de demasiados lectores y escritores atados a formas más convencionales. El recurso central es eficaz para armar una estructura de novela compleja y divertida como sólo lo son las suyas: la voz de un narrador (crecientemente audible) y que es el propio Vila-Matas conduce el relato dejando espacio para otros narradores y otras historias que son las que constituyen los espejos en los que se va proponiendo una reflexión sobre las condiciones de la literatura. Un escritor muerto que fue un malabar de las identidades múltiples, del extravío y del experimento —otro vila-matas: lo pongo así porque no es él pero podría serlo— pesa en la memoria de un hijo que lucha por superar esa sombra (y es clavadito a Bob Dylan) pero es al mismo tiempo militante de la indolencia (como el mismísimo Oblómov de Goncharov). Y esa pesada losa es la misma que le hace creyente fiel e inocente en valores tradicionales y, sobre todo, uno: la autenticidad, el ser uno mismo, la identidad estable y firme.

El propio autor barcelonés conduce el relato dejando espacio para otros narradores y otras historias

La gracia del invento está por supuesto en que nada queda resuelto y cerrado, excepto por una novedad: la subestructura (¡perdón!) de la novela sigue el patrón de personajes y temas de Hamlet, como si la dispersión digresiva tantas veces común en Vila-Matas hubiese encontrado en esa atadura shakespeareana su límite o su forma de controlarse. Es probable que eso haya forzado a veces los engarces del relato y que algunas de las suturas o transiciones sean algo abruptas o sin hilván, pero eso no va estorbar al lector de Vila-Matas porque es parte de su código y su lenguaje narrativo. La trama de asesinatos y amores y amantes del padre y también del hijo es deliberadamente inverosímil y a menudo festiva; las asociaciones y analogías se establecen con el cine, en algún caso muy brillantemente, y en la novela el autor juega con los lectores como tantas veces se juega en las novelas de Vila-Matas (en el recurso del padre muerto infiltrándose en la memoria del hijo me ha parecido escuchar a John Banville pero no por la novela que menciona Vila-Matas sino por Los infinitos).

En apretada síntesis, me parece un meditado bromazo contra aquellos que no han sabido leer en su obra anterior nada más que un juguete posmoderno y de poca consistencia mientras caricaturiza el ansia de cándida autenticidad del hijo. Más en breve aún: una autodefensa de su literatura frente a la abulia resentida de demasiado joven sólo ocurrente y también frente a la narrativa demasiado vulgar y previsible (tanto de jóvenes como de viejos). O

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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