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Una leyenda muda

El actor sueco Max von Sydow habla sobre su papel en 'Tan fuerte, tan cerca', sobre el 11-S, y rememora su carrera de seis décadas

Toni García
El actor sueco Max Von Sydow en una rueda de prensa para presentar la película 'Tan fuerte, tan cerca', durante la pasada Berlinale
El actor sueco Max Von Sydow en una rueda de prensa para presentar la película 'Tan fuerte, tan cerca', durante la pasada BerlinaleMORRIS MAC MATZEN (REUTERS)

“Estábamos en un pueblo de Suecia y nuestro hijo Cedric nos llamó desde París para decirnos que volviéramos inmediatamente a casa, que había estallado la guerra, que estaban atacando América alguien estaba bombardeando Nueva York. Mi mujer le contestó que no dijera estupideces pero él insistía y gritaba que no cogiéramos ningún avión, que condujéramos a casa. Nos paramos en un restaurante y estuvimos mirando en la televisión lo que pasaba”. Max von Sydow (1929, Lund, Suecia) comparte con EL PAÍS sus recuerdos del 11-S mientras se sirve un té. Es un hombre grande, viste de negro y en su rostro, aparte de esos diminutos ojos azules, destacan unas cejas superlativas. El intérprete parece cansado pero bromea constantemente, luce un pañuelo al cuello para protegerse del frío y habla un inglés exquisito, lleno de matices, a los que hay añadir una voz inconfundible para los amantes del cine. Si el actor sueco habla del 11-S es porque su última película, Tan fuerte, tan cerca, arranca justo después de la caída de las Torres Gemelas: “Esta película no habla del 11-S aunque lo que pasó impregne toda la película. La película habla del sentimiento de perdida, de todo lo que pasa cuando alguien de repente ya no está allí”.

Von Sydow atesora sesenta años de carrera, ha trabajado con docenas de directores de todas las épocas

Von Sydow atesora sesenta años de carrera, ha trabajado con docenas de directores de todas las épocas. La gente le recuerda –sobre todo aquellos con buena memoria y cierto empuje cinéfilo- por ser uno de los actores fetiches del legendario director sueco Ingmar Bergman. Pero Von Sydow es mucho más que eso: Steven Spielberg, William Friedkin, Ridley Scott, Martin Scorsese, Woody Allen o David Lynch han contado con sus servicios y ha sido –entre otras muchas cosas- un exorcista, un villano de manual, un rey bárbaro, un oficial nazi enamorado de Pelé o el emperador Ming. “He tenido suerte, nunca he dejado de trabajar en lo que me gusta y eso me ha hecho un hombre feliz. ¿Sabes? Yo me hice actor casi por casualidad porque en Lund, mi pueblo, no teníamos cine y de hecho el teatro lo empezamos unos amigos para tener algo que hacer los sábados por la tarde. Cuando empecé a hacer teatro me enganché a ello y sin darme cuenta empecé a actuar… de eso hace más de 60 años”. El sueco sonríe al recordarlo, y volverá a sonreír cuando se le pregunta por Evasión y victoria o su paso por España de la mano de Juan Carlos Fresnadillo con Intacto. De hecho, al acabar la entrevista el actor le pedirá al periodista si le apetece hablar de vinos españoles o de lo que está pasando con la crisis en nuestro país. La invitación sirve para descubrir que al sueco no le gustan las prisas y que hoy se mueve más lentamente de lo acostumbrado. “Me he roto una costilla y tengo que ir con cuidado, normalmente lo hago todo bastante más rápido”, confiesa entre risas.

Tan fuerte, tan cerca hablar de la esperanza. Es cierto, también habla de esas heridas abiertas que es casi imposible cerrar, pero en realidad es una historia de amor, es la historia de un niño que persigue un imposible: recuperar a su padre. No lo consigue, pero en ese camino difícil que parece no llevar a ninguna parte encuentra muchas otras cosas que le hacen recuperar la fe en la vida”, comenta. La película, que el sueco consigue explicar en pocas palabras, le ha conseguido su segunda candiatura al Oscar (“Me da igual, es un honor, pero me da igual”) después de la que recibió por Pelle, el conquistador. Su personaje, el de un vecino casi invisible que ha decidido dejar de hablar, es lo mejor del filme para la mayor parte de la crítica mundial, pero a Von Sydow lo de ser mudo por exigencias del papel no le quitó el sueño: “Para mí no había ninguna diferencia, fue casi mejor que lo que hago normalmente porque no tuve que aprenderme ningún diálogo. Hablando seriamente, creo que un actor tiene que estar preparado para actuar sin utilizar la palabra, usando su cuerpo, su rostro, en cierto modo es el retorno a un modo primigenio de hacer las cosas, a aquellos tiempos del cine mudo donde la expresión lo era todo… Ha sido una gran experiencia”.

He tenido suerte, nunca he dejado de trabajar en lo que me gusta y eso me ha hecho un hombre feliz

Sentarse al lado de un hombre que ha trabajado con Bergman conlleva un peaje que al actor le resulta perfectamente comprensible: “¿Que si puedes preguntarme por Bergman? Por supuesto. ¿Qué quieres saber? Él fue mi maestro, era un hombre paciente que me enseñó todo lo que uno puede aprender. Lo curioso es que parece que la gente piensa que era un señor serio que no sonreía nunca y mantenía un rostro compungido. En realidad era un hombre divertidísimo y muy gracioso que solo tenía una manía: cuando el rodaje empezaba exigía el silencio más absoluto, si respetabas eso era imposible que te llevaras mal con él. Y su cine… pues su cine sigue siendo maravilloso, no ha envejecido ni un poquito. El hecho de que cincuenta años después me sigan preguntando por él es la mejor señal de lo que representa”.

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