Sergio Larraín, el gran fotógrafo chileno que dio la espalda al mundo
El chileno, exmiembro de Magnum cuya obra está en museos como el MoMa, falleció ayer a los 81 años
Sergio Larraín ,el fotógrafo chileno más reputado, exmiembro de Magnum, falleció el martes a los 81 años en su casa de Tulahuén, Chile. Había dado la espalda a la fotografía de primera línea al inicio de los 70, tras adquirir su prestigio en tan solo dos décadas. Su obra, acogida en museos como el MoMa, está enmarcada en temas como la injusticia social y en retratos a personajes claves de su época, como Pablo Neruda y Pelé.
"El juego es partir a la aventura, como un velero, soltar velas", escribió a su sobrino Sebastián Donoso en una carta datada en 1982 sobre cómo trabajaba, hoy citada por el periódico chileno La Tercera. "Vagar y vagar por partes desconocidas, y sentarse cuando uno está cansado bajo un árbol, comprar un plátano o unos panes y así tomar un tren, ir a una parte que a uno le tinque, y mirar, dibujar también, y mirar. Salirse del mundo conocido, entrar en lo que nunca has visto, dejarse llevar por el gusto, mucho ir de una parte a otra, por donde te vaya tincando. De a poco vas encontrando cosas y te van viniendo imágenes, como apariciones las tomas". La misiva es hoy reproducida en muchos blogs y foros de fotografía, como testimonio en primera persona de alguien que se retiró del mundo.
Larraín nace en Santiago de Chile en 1931, dentro de una familia acomodada. Pudo estudiar ingeniería forestal en Universidad de Berckley, California. Una cámara Leica le hace romper con sus estudios. "Lo primero de todo es tener una máquina que a uno le guste, la que más le guste a uno", confiesa a su sobrino en esa carta "porque se trata de estar contento con el cuerpo, con lo que uno tiene en las manos y el instrumento es clave para el que hace un oficio, y que sea el mínimo, lo indispensable y nada más". Las injusticias sociales serán un tema recurrente en su obra. Su fotografía tiene un marcado estilo desde su primer gran reportaje, sobre niños marginales que viven a orillas del Río Mapocho. El fotógrafo se hace invisible. Los retratados no parecen cambiar su actitud por tener a un hombre con una cámara en la mano, que encuadra de manera poco convencional, con planos contrapicados, a nivel de suelo.
Larraín quemó parte de sus negativos tras dejar Magnum. Sus obras se salvaron gracias a las copias que tenía Koudelka
Sus fotografías son más que bien acogidas desde el principio. Salta a formar parte de la colección iberoamericana del MoMa de Nueva York y consigue en 1958 una beca del British Council, que le permite desarrollar un reportaje sobre Londres. El trabajo impresiona a Henri Cartier Bresson, dueño de las llaves del Olimpo fotográfico: la agencia Magnum. Pero para entrar al selecto club, tiene que pasar al menos una prueba. El francés le encarga al chileno una misión casi imposible: retratar a Giuseppe Russo, un mafioso italiano huido de la justicia y acusado de varios asesinatos. Larraín no se amedrenta y comienza una investigación en Roma que le lleva hasta Sicilia mientras fotografía y fotografía todo lo que ve, pero sin encontrar al huido. Un abogado, amigo del prófugo, le presenta finalmente a Russo en Caltanissetta. Quince días en su círculo de guardaespaldas y desconfianzas sin tomar la cámara. El fotógrafo se hace pasar por un simple interesado en el arte antiguo y se hace tan invisible que a ninguno de los matones le parece raro que retrate finalmente al capo con una Leica de 35 mm. El reportaje se pública en Life, Paris Match y toda suerte de revistas de primera línea. Larraín termina entrando en Magnum en 1962, tres años después.
El fotógrafo tiene todo. Tiene ojo, tiene talento, publica su primer libro, El rectángulo en la mano, trabaja en la mejor agencia, que le abre las puertas para retratar a Pablo Neruda, Pelé, hace reportajes sobre la exclusión social, disecciona la ciudad de Valparaiso, retrata la Argelia que quiere romper con el colonialismo, y hasta dicen que inspira a Julio Cortázar para su cuento Las babas del diablo.
Pero Larraín se cansa de todo y se repliega hacia su interior en 1970, tras conocer al boliviano Óscar Ichazo, cuya doctrina le llevó al aislamiento. Rompe con Magnum, retira todos sus negativos, los quema y parte de su obra se salva gracias a las copias que celosamente guardó su compañero de firma, el checo Josef Koudelka.
Desde entonces Pasa la mayor parte de su vida entre montañas, recluido en su interior y enseñando a otros meditación y yoga; no abandona su retiro ni siquiera cuando estrenan una gran retrospectiva sobre su obra en 1999 en Instituto Valenciano de Arte Moderno. Los que le visitan para preguntarle sobre su pasado, como la periodista Verónica Torres que escribió uno de los mejores reportajes sobre este genio en la revista chilena The Clinic, solo reciben respuestas metafísicas y algún ejemplar de las publicaciones que él mismo edita. Sus fotografías, reveladas en un cuarto oscuro instalado en el sótano de su casa, solo las ven los más cercanos. Así, la mayor parte de su vida.
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