¿Mejor así o así?
"Recomiendo 'El monstruo amable', de Raffaele Simone, cuyo subtítulo es una pregunta retórica: '¿el mundo se vuelve de derechas?, con prólogo de Joaquín Estefanía"
Veo tan encantados a estos chicos y chicas de la neoderecha hegeliana instalados por doquier, que no puedo dejar de acordarme de aquella escena de Gigante (George Stevens, 1956) en la que Jett Rink (James Dean) se afana felicísimo midiendo a zancadas la parcela de tierra tejana (y petrolífera) del rancho Reata, que ha heredado de su protectora Luz Benedict (Mercedes McCambridge). Así se me antojan los amables tecnócratas recién llegados: acotando su parcela y averiguando las concesiones que deben hacer para que los ciudadanos no ideologizados contesten a la implícita pregunta "¿mejor así o así?", que es la misma que formula todo oftalmólogo a su paciente mientras le corrige la visión haciéndole mirar alternativamente a través de cristales de distinta graduación. Suavemente, eso sí: sin pisar callos, incluso recurriendo sin complejos a gente de distinto signo ideológico que se preste a serles útil. Leo que Rogelio Blanco, director general del Libro durante ocho excesivos años merced a su amistad con Zapatero, ha aceptado colaborar con la nueva gente como vocal asesor. No acabo de creérmelo: suponía que su lema, como el de Don Lockwood (Gene Kelly) en Cantando bajo la lluvia, era "dignidad, siempre dignidad". En todo caso, y si así fuera (sin duda por extravío pasajero), espero que el reiterado funcionario leonés asesore a quien corresponda acerca del modo de deshacer el entuerto administrativo que ha llevado a la interrupción del programa de ayuda a la difusión de las revistas culturales. Sería de agradecer que nadie pretendiera que esos imprescindibles, pero minoritarios, instrumentos culturales se mantengan vivos solo por la "racionalidad" del mercado: la subvención institucional servía, entre otras cosas, para que pudieran llegar a las bibliotecas, donde podían ser consultadas por los ciudadanos. Mientras los sonrientes sorayos toman medidas, recomiendo a los escépticos la lectura de El monstruo amable (Taurus), de Raffaele Simone, cuyo subtítulo es una pregunta retórica: ‘¿El mundo se vuelve de derechas?’. En el prólogo, Joaquín Estefanía se refiere con lucidez a esa neoderecha globalizada que se "presenta moderna, afable y trendy mientras que la izquierda se ve polvorienta, aburrida y out". Y todo ello en medio de lo que cada día se revela como la crisis más profunda del capitalismo desde 1929. Si alguno de mis improbables lectores desea hacerse una idea de posiciones más radicales en el análisis y diagnóstico de la situación, puede bajarse de Internet —gratuita y legalmente—, el pdf del libro Hay alternativas, firmado por Vicenç Navarro, Juan Torres López y Alberto Garzón, y prologado por Noam Chomsky. De nada.
Auster
La culpa es solo mía. Llevado por la impaciencia que me produce el anuncio de un nuevo libro de Paul Auster, la semana pasada me referí a él como "novela". Pero no lo es. Cuando recibí el ejemplar de Diario de invierno (Anagrama), ya era demasiado tarde, de modo que he tenido que esperar para pedir disculpas. Auster regresa (en realidad nunca lo ha dejado del todo) al género memorialístico. Precisamente su debut como escritor (dejando aparte Jugada de presión, un thriller prescindible que firmó como Paul Benjamin) tuvo lugar con un libro del que este es, en cierto modo, lejana continuación: La invención de la soledad (1982), oportunamente reeditado por Anagrama. Ahora, y desde el umbral de la vejez (64 años), el escritor vuelve la mirada a su vida: alternando tiempos, anécdotas, reflexiones y peripecias —incluyendo esas "cadenas de contingencias" a las que siempre ha prestado particular atención (como sus maestros surrealistas)—, Auster se autorretrata en segunda persona sin complacencias ni empalagosas nostalgias. Y para ese autorretrato sincopado vale todo: desde las zozobras sexuales de la adolescencia ("batiendo el récord norteamericano de masturbación") hasta la descripción de las viviendas "permanentes" en las que ha vivido, desde la primera en Nueva Jersey hasta la actual, "en cierto lugar de Park Slope", Brooklyn, cuya dirección exacta no revela para que ninguna guía la incluya como hito de turismo cultural. Diario de invierno está muy lejos de ser el mejor libro de Auster (tardé tres días en acabarlo), pero permite abrigar la ilusión de que con el próximo lo consiga. Por cierto, el que sí les recomiendo como libro de memorias es ¿Por qué ser feliz cuando se puede ser normal? (Lumen), un relato autobiográfico, a veces divertido e irónico, otras opresivamente angustioso, de Jeanette Winterson. El título es la transcripción de la pregunta que le hizo su madrastra cuando la joven Winterson se atrevió a confesarle que estaba enamorada de la mujer que le hacía feliz.
Ahorros
Cuando los editores se ponen a ahorrar no hay quien los pare. Siguen editando torrencialmente, eso sí, como si viviéramos en la Jauja de los hábitos lectores. Según la Agencia del ISBN (director: Miguel Jiménez), que este año ha suministrado cifras con insólita prontitud, en 2011 se produjeron casi 132.000 títulos en todos los soportes, lo que representa un incremento del 4% sobre el año anterior. Los distribuidores, agrupados en FANDE, no son tan rápidos, pero en su informe de 2010 ya registraban un porcentaje de devoluciones (invendidos) superior al 28%, un 6% más que en 2009. De modo que no es aventurado conjeturar que en 2011, uno de los peores años que se recuerdan, las devoluciones aumentarán exponencialmente. En todo caso, los editores ahorran en todo lo que pueden: en las tiradas, por ejemplo, más raquíticas cada año. Pero también en otros conceptos: papel, encuadernación (cada vez hay menos libros cosidos), anticipos, traducción (con tarifas congeladas desde hace mucho tiempo), corrección (cada vez más erratas), revisión, etcétera. A veces, el ahorro bordea la picaresca. Ahí tienen, por ejemplo, el Esquilo, de Manuel Fernández Galiano, publicado con honores de novedad por Gredos (RBA), que últimamente se ha puesto a la cabeza de los reciclajes de catálogo. En realidad, se trata del estudio que antecedía a la edición de las Tragedias publicadas en la Biblioteca Clásica en 1986, pero no crean que se han cortado a la hora de fijar el precio: 26 eurillos. Otro ejemplo de construir catálogo ahorrando lo encontramos en la nueva serie de Clásicos Universales de Castalia, un sello propiedad de Edhasa. Para sus dos primeros volúmenes (Romeo y Julieta y Macbeth, de Shakespeare, y Aventuras de Pickwick, de Dickens) han desenterrado las respectivas traducciones de Menéndez y Pelayo y Pérez Galdós, que quedan antiguas, son poco fiables y adolecen de cortes y arbitrarias censuras y supresiones. Pero, gracias al truco de exhumar traducciones "históricas", completan el ahorro que supone editar obras extranjeras en derecho público. Si lo que pretende Castalia es hacerle la competencia a otras series debería pensarse lo de las traducciones; primero porque cada generación se merece leer los clásicos desde su propio tiempo y, después, porque la arqueología literaria resulta disuasoria.
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