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Viaje a los orígenes de Joan Guinjoan

El compositor catalán, que cumple 80 años, recorre con EL PAÍS los lugares que marcaron su niñez, adolescencia y juventud en Riudoms antes de consagrar su vida a la música

Después de días de lluvia, el sol ha vuelto a brillar en el cielo y el disgusto porque el mal tiempo arruine el viaje se ha desvanecido. Joan Guinjoan cruza con una sonrisa el portal del edificio del arquitecto vanguardista Sixte Illescas donde vive en Barcelona, bastón en la mano derecha y cartera negra de cartón, que ha recorrido mucho, en la izquierda. "He acertado al ponerme este jersey fino. No hace frío", dice satisfecho el compositor por la elección antes de iniciar la ruta que llevará a Riudoms (Tarragona) en busca de sus orígenes y de la luz de la comarca del Baix Camp, que él cantó en su ópera Gaudí en el Himno a la luz.

El próximo lunes, Joan Guinjoan cumple 80 años y se ha comprometido a festejarlo en la Residencia de Investigadores de Barcelona con un concierto en el que se interpretaran obras suyas y en el que, explica, él mismo acompañará al piano a la soprano María Hinojosa en la interpretación de su canción Canto espiritual indio. "Llevo un mes ensayando y no doy pie con bola, pero hago lo que puedo", dice riendo el compositor, que hasta 1960 fue concertista de piano. Abandonó la carrera para dedicarse a la composición y jamás se ha arrepentido. "Componer hace que me sienta vivo. Es mi razón de ser. Viviría igual sin escribir música, estoy convencido, pero sería una vida más aburrida".

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No le esperan unos meses nada aburrido al compositor, al que se le tributarán homenajes a lo largo de toda la temporada. Entre ellos destaca la Carta Blanca que le dedica la Orquesta Nacional de España el próximo mes de marzo en el Auditorio Nacional de Madrid con cinco conciertos, dos sinfónicos, dirigidos por Ernest Martínez-Izquierdo y Josep Pons, y tres de cámara, en los que se interpretarán obras suyas y de compositores que él ha elegido: Stravisnki, El pájaro de fuego, y Ravel, Dapnis y Cloe.

Joan Guinjoan se marchó de Riudoms, donde nació el 28 de noviembre de 1931, cuando tenía 21 años. Había terminado la carrera de piano al Conservatorio del Liceo de Barcelona y un buen día por la mañana le dijo a su madre que se había buscado una pensión en Barcelona y se iba de casa. En el bolsillo llevaba 700 pesetas. Quería ser concertista, carrera incompatible con ser agricultor, oficio que destrozaba sus manos. Al irse renunciaba también a su herencia, una masía y tierras de cultivo, que le correspondían como primogénito. En la capital, sin embargo, no le esperaba trabajo alguno. Quería ser músico, costara el que costara.

En la plaza del Conde Arnau, detrás de la iglesia, la espera su primo hermano Josep Forcadell, quien ha organizado el perfecto recorrido para rastrear su pasado en la población. Lo sabe la mitad del pueblo que Joan Guinjoan pasará el día recorriendo Riudoms. FemSafareig.cat, red de información riudomense, incluso ha avanzado la ruta que seguirá acompañado por EL PAÍS.

El Mas Barriac

En las afueras de Riudoms, el abuelo de Guinjoan levantó en 1919, junto a las tierras de cultivo, una masía donde la familia se instalaba cuando el frío dejaba paso al buen tiempo. Mas Barriac se llama, y del abuelo pasó al padre del compositor, y de aquel, a su hermano después de que él renunciara por la música. A las puertas le espera Josep Papió, actual propietario de parte de las tierras de cultivo que habían sido de la familia, quien ha ejercido de enlace con la pareja de británicos que compró la casa hace tres años. Stella McClure, que desde las caballerizas de la masía regenta un negocio on line de ropa y complementos vintage, recibe con curiosidad la visita del compositor sin saber muy bien de quién se trata. "Encuentro la casa cambiada, pero me acuerdo bien de todo", dice Guinjoan sobre la finca. "Aquella era una época maravillosa, comíamos aquí fuera y en el pozo", señala, "metíamos el vino para que se enfriara". Enterada ya de quién es el compositor, que escoltado por cuatro personas va de un lugar a otro del por el exterior de su vivienda en busca de las diferencias entre lo que recuerda y lo que ve, Stella llama a su pareja, Ben Froment, porque venga a la finca lo antes posible. No quiere que se lo pierda.

Los años pasados en el Mas Barriac están, en el recuerdo de Guinjoan, ligados a la tierra; a la cosecha de la avellana y la vendimia a comienzos del otoño i de la aceituna, en diciembre. Al colegio, en el pueblo, y al terminar las clases, ayudar a su padre en el campo. Así desde los cinco años y a partir de los 14, compaginando los estudios musicales con el pesado trabajo en la tierra que le provocaba grietas en las manos con las que después tenía que tocar el piano. "Todavía las tengo agrietadas y cayos ni siquiera se han ido con el paso del tiempo", dice mostrando sus rugosas y gastadas manos. De aquellos años, que califica de duros, extrajo una lección vital para la vida futura: la tenacidad, cualidad que le ha permitido no darse nunca por vencido ni en el peor de los momentos de su carrera, primero como concertista de piano y después como compositor.

El Instituto Joan Guinjoan

El 7 de junio de 1997 el presidente de la Generalitat Jordi Pujol inauguró el Instituto de Enseñanza Secundaria Joan Guinjoan de Riudoms. Es la niña de sus ojos. Él nunca cursó el bachillerato. "Entonces el bachillerato se estudiaba si querías hacer una carrera. Si hubiera querido, mi familia me habría pagado los estudios. Para una familia agrícola, tener un hijo con carrera le permitía subir un peldaño en el estatus social. Pero yo lo que quería era estudiar música y eso me convirtió en la oveja negra", explica el compositor en el concurrido despacho de la directora del instituto, Maria Teresa Molas, mientras se deja querer por los profesores que no dejan de entrar para saludarlo y come trozos de una exquisita coca de pastelería que le sirven en la mesa del despacho para desayuna. "Hice mi bachillerato escribiendo críticas musicales en el 'Diario de Barcelona'".

Guinjoan ha hecho siempre gala de haber nacido Riudoms y desde que el instituto abrió sus puertas está convencido de que ha hecho añicos la maldición de "nadie es profeta en su tierra". En esta población de 6.500 habitantes todo parece demostrar que es así. La prueba del algodón son los adolescentes que, en el patio, al verle entrar acompañado por la profesora de música, Pilar López, se arremolinan a su alrededor para hacerse fotografiarse con el móvil con él como si de un cantante de moda se tratara. Entre los profesores corre la noticia que ha llegado y se acercan a saludarlo, al igual que Mercè Vilella, la señora que se encarga de limpiar las aulas, quién le dice "hola" cuando Guinjoan se dirige en las aulas de música y se despide efusivamente de él cuando se marcha del centro, justo después de que la Montserrat Cassamayor y el Gino Rachitti, de 4t de ESO, le hayan entrevistado para La Mòbila, la revista del instituto. No es nada habitual que un centro de enseñanza pública lleve el nombre de una persona que todavía vive. Cuando el entonces alcalde de Riudoms Josep Maria Vallès comunicó al Departamento de Enseñanza de la Generalitat que el instituto se llamaría Joan Guinjoan, un cargo del departamento le recriminó que fuera el nombre de una persona todavía viva. El alcalde replicó: "Por eso lo hacemos". I el compositor lo visita siempre que puede y procura no perderse nunca los fines de curso.

La iglesia

Cuando a finales de la década de 1980 Guinjoan empezó a componer su ópera Gaudí se trasladó unos días a Riudoms para ambientarse y visitar la masía donde vivió el célebre arquitecto modernista y, de paso, se llevó referencias musicales del Baix Camp para incluirlas en la partitura. Cantos populares de raíz religiosa como los Gozos del beato Bonaventura, el Canto del Non, Non de Navidad y campanadas y elementos extraídos de la procesión del Viernes Santo de Riudoms. La visita en la iglesia parroquial, donde se conservan los restos del beato Bonaventura, que este 24 de noviembre, fecha de su nacimiento el 1620, salen en procesión, resulta obligada en el recorrido. Además de hacer en la comunión, como recuerda, se casó en la parroquia con la Monique Gispert, cultísima francesa hija de un pintor riudomense, Josep Gispert, que durante la segunda década del siglo XX se marchó a París huyendo de la guerra del Rif. Él es precisamente el autor de las pinturas murales del templo que ilustran escenas de la vida del beato.

A Monique, recuerda, la conoció un verano en que ella pasó en el pueblo con sus padres. Paseaba por la calle Mayor cuando escuchó a alguien ensayar una sonata de Mozart. "¿Quién es este?", preguntó, sorprendida. El 1954 Guinjoan viajó por primera vez en París. Fue a hacer turismo invitado por la familia de la Monique. Volvió al año siguiente para hacer un concierto a la sala Cortot de la École Normale de Musique. Se lo había organizado quien después sería su suegro, que ejercía de secretario de los intelectuales españoles en París. "Había estudiado piano en el Conservatorio del Liceo y había ganado todos los premios de carrera. Pensaba que era un gran pianista, pero la víspera del concierto, por suerte o por desgracia, asistí a una clase magistral de Alfred Cortot ?que había formado parte de un mítico trío con Pau Casals y Jacques Thibaud?, donde había algunos alumnos de la Juilliard School de Nueva York. Unos auténticos monstruos: cuando los escuché me acojoné. Y yo tenía que tocar después. Al día siguiente hice el concierto y decidí que debía empezar de nuevo. Tenía 24 años e ingresé en la École Normal para aprender una buena técnica", rememora. Y cotillea con las mil y un trabajos que tuvo que hacer para ganarse la vida en París mientras empezaba de nuevo a estudiar piano: tocar los sábados y domingos con un acordeonista ruso y un batería negro música de baile en el bistrot de Les Halles Au Père Tranquille, hacer bolos en el entonces pecaminoso barrio de Pigalle, responsabilizarse de la corresponsalía en París de la revista madrileña La Estafeta Literaria, dar clases de castellano y, cuando ya había aprendido una nueva técnica y empezaba a hacer conciertos, incluso ejerció como secretario del infante Don Jaime de Borbón y Batenberg, hermano de Don Juan, padre del rey Juan Carlos. "Como a Monseigneur', nombre con el que nos dirigíamos al infante, le gustaban mucho las zarzuelas, conseguí que comprara un piano de cola para poder tocar música de zarzuela", recuerda.

El Ayuntamiento

Guinjoan se despide del párroco, Pascual Gasol, que amablemente ha abierto las puertas de la iglesia para él y con el concejal de Cultura del Ayuntamiento, Eudald Salvat, y el exalcalde, Josep Maria Vallès, sumado a la comitiva, enfila camino del Ayuntamiento pasando por la casa familiar de la calle Mayor, número 17, y haciendo una breve parada por el antiguo casal de Acción Católica, que fue luego fue casino y ahora es un caserón cerrado y ruinoso. "Aquí hice mi primer concierto público cuando tenía 17 años. Toqué 'Invitación al vales', de Carl Maria von Weber", rememora risueño en compositor en lo que en otro tiempo fuera una sala de actuaciones.

En el Ayuntamiento le recibe su sobrina Anna Maria Guinjoan. Justo a la izquierda de la entrada y en la buhardilla, estaban las aulas del colegio público donde el compositor estudió. "Fui muy afortunado de tener el señor Jaume Seró como maestro. Enseñaba muy bien la ortografía castellana, cosa que años después me sirvió mucho para escribir de arte desde París y redactar mis críticas de música para el 'Diario de Barcelona' desde 1967 a 1972, año en qué lo deje, pese a que me pagaban 7.000 pesetas al mes, porque consideraba que no era ético que como compositor criticara las obras de mis colegas".

En la sala de plenos, de cuyas paredes cuelga el retrato del compositor -frunce el ceño al verlo- como hijo ilustre de la villa desde el 2000, sale de su despacho a saludarlo el joven alcalde de la población, Josep Maria Cruset, camisa blanca y texanos ajustados, lo acompaña hasta la buhardilla, cuyas estrechas escaleras de acceso el compositor sube fatigosamente. Allí, el tiempo parece haberse parado a mitad del siglo XX y todavía puede verse fosilizada la fórmula de la hipotenusa a una de las pizarras pintadas a la pared.

La ermita de Sant Antoni

A la hora del almuerzo, y de mala gana, Guinjoan acepta de ir a comer a un restaurante que hay junto a la ermita de Sant Antoni, el Centro, donde pasaba las tardes de domingo con su pandilla de amigos cuando era joven y donde quería almorzar ha cerrado. En Sant Antoni está la pista de baile de la fiesta mayor. Fue precisamente en un baile donde el compositor vio por primera vez un acordeón-piano y se enamoró de él. Tenía 14 años y no paró hasta que consiguió que sus padres le llevaran a Reus con un maestro para aprender a tocarlo, pero en lugar de las teclas del acordeón tocó las del piano. "Me alquilaron una pianola que estaba a la estación del ferrocarril de Tarragona para que pudiera estudiar y con ella hice toda la carrera. Y todavía la guardo en casa", explica. En Sant Antoni, a Guinjoan se le ilumina la mirada mientras canturrea juguetón con su primo las surrealistas letras de las canciones de baile de fiesta mayor de su época.

Después de la sobremesa y antes de partir hacia Reus, el compositor pasa a saludar por su casa de su prima Maria Teresa, la madre de la cual, la tía Puerita, le avanzaba dinero cuando se trasladó a Barcelona. "Siempre los lo devolvía, aunque ella me decía que no hacía falta", señala Guinjoan, que, dice, siempre fue un chico muy serio y formal a pesar de dedicarse a la música. Y una parada más por casa de Josep Forcadell, donde su mujer, Conxita, le tiene preparado el encargo que le había hecho: coca de verduras y butifarra del pueblo. Conxita le invita a probar uno de los panellets talla XXL que le han sobrado de la fiesta de Todos Santos y el compositor, goloso, lo saborea tranquila y lentamente acompañado por una copita de moscatel.

El Teatro Fortuny de Reus

La última etapa del recorrido es el Teatre Fortuny de Reus, a la puerta del cual le espera Maria Bartolí, compañera de estudios de piano, tanto a Reus como en Barcelona, y el director de orquesta Marc Montcusí. "Maria y yo no hemos perdido nunca el contacto", asegura el compositor. En el Fortuny debutó el 10 de abril de 1959 con un programa de obras de Bach, Beethoven Chopin, Brahms, Liszt, Turina y Albéniz. "Aquí estrené un frac que me duró hasta que mi anatomía cambió", bromea de pie en platea junto al foso de la orquesta. Aquel día mi madre acudió al concierto, si. ¿Qué qué me decía? "Me decía que tendría que tocar una música algo más suave", recuerda.

La carrera de concertista de piano de Joan Guinjoan apenas duró una década, hasta 1960, el mes de abril del cual ofreció en Canarias sus últimos conciertos. "Llegué a ser un buen concertista, pero pensé que si bien musicalmente me defendía de fábula, técnicamente tenía limitaciones; por eso decidí dejarlo y dedicarme a la composición". Empezó así una travesía del desierto que duró cinco años. "Los peores de mi vida", los califica. Estudiaba composición pero ya no daba conciertos. Se quedó sin ingresos. "Hacía de todo para ganarme la vida, incluso llegué a tocar jazz en el Jamboree de Barcelona con Bonet de San Pedro, que entonces tocaba la guitarra eléctrica y todavía no cantaba. ¡A mí que el jazz me gusta oírlo pero no tocarlo!".

Gracias a Federic Mompou, que le dijo que tenía madera de compositor tras oírlo tocar sus propia obras en un concierto privado, pudo volver a París con la ayuda económica de un grupo de burgueses barceloneses melómanos y estudiar composición a la Schola Cantorum. Y, poco a poco se fue construyendo su propio mundo como compositor, que tuvo un punto de inflexión en la partitura para orquesta Ab origine (1974), verdadero inicio de una singular obra con voz propia con más de un centenar de partituras. "Y la ilusión para seguir componiendo está intacta", dice a punto de hacer 80 años. "Cuando termine el concertó para percusión que tengo entre manos quiero hacer una ópera en que, como Verdi con su Falstaff, que escribió cuando tenía 80 años, me pueda burlar de todo".

JOSEP LLUÍS SELLART
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