Fallece el cineasta italiano Mario Monicelli
El maestro de la comedia italiana se suicida a los 95 años de edad
Hubo un tiempo en que la comedia italiana tenía sustancia, como un buen guiso, con todos sus ingredientes en su justa cantidad. En aquel tiempo no se llamaba comedia italiana, sino commedia all'italiana (comedia a la italiana), y Mario Monicelli era su cocinero estrella, el cineasta que dominaba los ingredientes de la risa como nadie. Ayer, Monicelli decidió acabar con su vida saltando desde una ventana de la quinta planta del hospital romano San Giovanni. A sus 95 años, casi ciego, Monicelli sufría un cáncer de próstata en fase terminal, y decidió acabar con su vida, como hace 70 años hizo su padre. Hoy Italia se ha levantado conmocionada con el fallecimiento de su último gran director, de un cineasta que dirigió 65 películas y que fue cinco veces candidato al Oscar: dos veces como guionista por las películas Camaradas (1963) y Casanova 70 (1965) y otras tres en la categoría de mejor película en habla no inglesa: Rufufú (1958), La gran guerra (1959) y La ragazza con pistola (1968).
Repasar la carrera de Monicelli es echar un vistazo a la historia del cine italiano. Nacido en Viareggio (Toscana), en 1915, Monicelli fue el segundo hijo de un periodista que sufrió en carne propia el fascismo de Mussolini. "Mi padre había dirigido un periódico en los años veinte. Era antifascista, se puso contra Mussolini y le echaron, no le dejaron escribir más. Estuvo muchos años sin poder hablar, viendo a sus amigos adaptados al fascismo. Pensó que cuando acabara Mussolini podría volver, pero se habían olvidado de él. Esa amargura le pudo. Yo era un soldado, estaba recién regresado de la guerra, y entendí perfectamente que se suicidara". Antes de participar en la II Guerra Mundial, Monicelli ya había trabajado en el mundo del cine: rodó su primer corto en 1934, una adaptación de El corazón delator, de Poe, que codirigió con Cesare Civita y su íntimo amigo Alberto Mondadori, y un año después llegó su primer mediometraje -mudo-: I ragazzi della via Paal, que logró en premio en el festival de Venecia. Por fin debutó con un largo en 1937, Pioggia d'estate, pero el filme solo se distribuyó en el sur de Italia.
De 1939 a 1942, antes de irse a la guerra, Monicelli trabajó como ayudante de dirección. Después, fue llamado a filas. "Me destinaron a Yugoslavia, a caballería, pero nunca luché". Hasta 1949 no volvió a ponerse detrás de las cámaras, en compañía de Stefano Vanzina, con Totò busca piso. En los siguientes cuatro años Monicelli y Fanzina codirigieron ocho filmes más protagonizados por el cómico Totò. "Era muy particular. Un gran mimo, movía todo el cuerpo además de la cara. Los grandes actores recitan con el cuerpo, trabajan la entonación y el cuerpo...". Monicelli, que era un gran fan de Buster Keaton y Charles Chaplin ("eran la voz de los perdedores que se eleva contra las normas sociales"), aplicó todo lo aprendido en pantalla. Eran también años de cafés en Roma, de tertulias con los guionistas Age y Scarpelli, con los aún incipientes directores Luigi Comencini, Steno, Pietro Germi... "Hablábamos de todo, de las noticias del día, el cine quedaba en algo secundario. Hoy, tristemente, los directores ven la vida a través del cine". En 1951 ya llamó la atención con Vida de perros y con Guardias y ladrones, premiado en Cannes, y en 1957 logra un premio en Berlín con Padres e hijos, pero el gran aldabonazo lo dio en 1958 con Rufufú (Concha de plata al mejor director en San Sebastián), con Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni, Totò y Claudia Cardinale. "Nuestra mirada era así. Sarcasmo, ironía. El humor es la forma más penetrante de mirar. Un bisturí que va al fondo de las cosas. La comedia a la italiana surgió al contar argumentos muy dramáticos con humor". El mejor ejemplo, su obra maestra, llegó al año siguiente con La gran guerra (León de Oro en Venecia), la comedia sobre la I Guerra Mundial con Alberto Sordi y Gassman, que le consagra como gran cineasta. "Pusimos un espejo delante de los italianos para reflejar su lado más innoble".
Durante treinta años, Monicelli no bajó el pistón de la producción: I compagni (1963), La armada Brancalone (1966), La chica con la pistola (1968), Amici miei (1970) o Un burgués pequeño pequeño (1978)... "No teníamos pretensiones, aunque es cierto que sin quererlo, hacíamos política. Pero luego llegaron los críticos y organizaron teorías, buscaron significados, intelectualizaron la comedia, lo que en sí mismo es una contradicción". Monicelli fue el mago de contar las cosas de forma directa, y contó con algunos de los mejores actores del siglo XX: colaboró con muchos de los actores italianos más importantes del siglo XX: Monica Vitti, Totò, Anna Magnani, Vittorio Gassman, Vittorio de Sica, Giancarlo Giannini, Stefania Sandrelli, Sofia Loren, Nino Manfredi, Gian Maria Volonté, Marcello Mastroianni... "No éramos conscientes de la importancia de lo que estábamos haciendo. Era una vida dura. Los horarios no son como los de ahora. Te levantabas al alba y trabajabas de siete a siete. Llevábamos pan con salami y eso comíamos. Durante 15 años fuimos el centro de la creatividad, duró un par de generaciones".
En 2006, tras dirigir Las rosas del desierto, decidió retirarse -aún dirigió un último documental- tras una carrera llena de obras de teatro, trabajos televisivos, decenas y decenas de guiones y 65 largometrajes. "Ya ha sido suficiente, ¿no?". Hace dos años el festival de San Sebastián recuperó en una antológica toda su obra, un canto al hombre y al humor como forma de vida.
Babelia
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