"Para hacer una película se necesita tensión, excitación"
José Luis Guerin presenta en el festival de Venecia su última película 'Guest'
"Mis soliloquios urbanos". Así describe José Luis Guerin (1960, Barcelona) el núcleo narrativo y emocional de su última película, Guest, que se ha presentado hoy en el festival de Venecia. Guerin, tocado con su gorra habitual y con un tono de voz que destaca por su volumen (bajo) y su precisión (alta), habló con EL PAÍS de saxofones, pinceles y cámaras. Un trío imposible para una película pequeña y memorable, heredera de los libros de viajes, los recovecos humanos y la asombrosa mochila cinéfila de un hombre que huele a celuloide. El realizador reconoce con una sonrisa que "anda zarandeado por las entrevistas" pero enseguida se zambulle en su particular mundo de adoquines, a ambos lados del Atlántico. Los mismos adoquines que han encendido la mecha de su último filme: "Siempre tomo notas, catalogo, hago bocetos...Yo viajo, paseo, y de repente esos bocetos que estoy haciendo empiezan a relacionarse entre ellos en un momento que me parece fascinante. Eso desencadena una serie de correspondencias, de rimas, que trascienden la idea inicial. Es entonces cuando pienso en una composición fílmica".
En Guest, Guerin pasea su cámara, que usa -indistintamente- como cuaderno de apuntes o como pincel, por Hong Kong, Venecia, La Habana, Cartagena de Indias o Nueva York. En cada uno de esos lugares se las ingenia (cámara en mano) para darle la vuelta a las aceras y en el proceso subsiguiente cazar al vuelo una idea, un tipo, un paisaje y llevárselo en las alforjas sin moverlo de sitio. Así nace un retrato en movimiento de un subsuelo de narradores que parece haberse perdido ("una cultura que en Europa se ha extinguido" dice Guerin), de un universo que solo existe -durante un rato- en manos de este señor con gorra.
"Me gusta pensar en los primeros pintores impresionistas, cuando salían del estudio y capturaban el movimiento y la fugacidad. Ese intimismo cercano me inspira", dice el realizador catalán, que medita cada respuesta como si la masticara, a cuenta de su relación con la pintura y de la importancia de esta disciplina en Guest. "Siempre me gusta recordar la influencia del padre de los hermanos Lumière en el trabajo de estos. Y el padre de los Lumière era pintor" remacha el realizador con lógica impepinable.
"¿Improvisación? No, en realidad hay un trabajo de selección muy importante y algunas renuncias muy dolorosas: personajes extraordinarios que no consiguen cohesionarse con la estructura que vas creando. Yo he salido en cada ciudad al improviso, sin ideas predeterminadas pero con una predisposición a la revelación, a asistir a ella, ¿sabes?. Esa revelación puede venir de un vendedor ambulante, de un retratista callejero... para hacer una película se necesita ese grado de tensión, de excitación, de que en tus soliloquios urbanos puedes encontrar a alguien que te dé una frase esencial, algo revelador".
El director de Tren de Sombras o En construcción es capaz, rizando el rizo, de sacar del blanco y negro toda una paleta de sensaciones que se parecen sospechosamente a los colores. "Si haces una película en blanco y negro el color lo estás proyectando imaginariamente y según los materiales, las localizaciones, la luz... si eres coherente con todo ello puedes implementar esa sensación. El blanco y negro es fascinante para mí porque implica más al espectador, da más de sí porque el público está creando ese universo fílmico contigo". Guerin tira de Portrait of Jenny, de William Dieterle, de un anciano cubano o de una estatua romana, según la pieza del puzle que necesite cubrir. Los demás huecos los llena el jazz, un sonido que tiene mucho que ver con la propia concepción del séptimo arte que vive en el interior del cineasta: "El jazz y el cine son un gran binomio. Este encaja de un forma mucho más natural con el magma más natural y por otro lado está esa idea en paralelo entre creación e improvisación: la creatividad del instante, como te apropias de algo que se desarrolla frente a ti". El saxofón de Gorka Benítez se convierte así en brújula y compás, el rastro de migas de pan que devuelve al director a casa, sano y salvo. "¿ Si seguiré con mis soliloquios urbanos después de Guest?... no podría dejarlos, lo que no sé es si los haré en solitario o con mi cámara. Va a ser una decisión muy dura".
Babelia
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