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Béjart, en manos de un creador

Gil Roman, heredero del coreógrafo, defiende en Peralada su papel como nuevo responsable del Ballet de Lausana

El coreógrafo y ex bailarín francés Gil Roman (Alès, 1960) se apoya en la silla con las dos manos y, como si estuviese a punto de encarnar a la muerte en Le presbytère, empieza a estirar. Primero un pie. Después el otro. Calza unas bambas negras que le permitirían echar a correr en cualquier momento. Lleva una chaqueta, también negra; unos vaqueros, negros; un jersey, de nuevo negro, y luce un collar que le llega a la mitad del pecho. Fuma. Y sí, es tabaco negro, como su pelo y sus ojos. La perilla canosa de una semana suaviza la imagen del artista, que asegura que inventa porque se siente desgraciado: "El mundo como está no me conviene. Creo porque tengo la necesidad de un nuevo mundo".

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"Si lo llego a saber, me afeito", le dice al fotógrafo que le apunta, sentado en un sofá blanco frente a una ventana en el hotel Golf Peralada (Girona). Quizá va en serio. En cualquier caso, el sucesor del gran coreógrafo Maurice Béjart (Marsella, 1927-Lausana, 2007), no se queja. Roman ha regresado a Cataluña por segunda vez desde que en 2007 murió su maestro, uno de los más grandes nombres de la danza en el siglo XX. Desde entonces, él dirige el Béjart Ballet Lausanne. Esta noche actúa en el Festival de Peralada, inaugurando la semana dedicada a la danza. El jueves le seguirá Víctor Ullate con su compañía, que bailará Wonderland.

A la muerte de Béjart le siguió la incertidumbre. Cuatro bailarines se sublevaron y abandonaron la compañía. Incluso se puso en duda el futuro de la municipalidad de Lausana. Hoy ya no queda nada de eso. "Peace and love", resume Roman, haciendo el signo de la victoria con los dedos. La compañía ha renovado su convenio hasta 2014 con la ciudad suiza y él tiene una chistera llena de proyectos, como recuperar el Dionisio de Béjart o montar nuevas coreografías con el ballet de Tokio. "Béjart dejó la compañía en manos de un creador. Nunca se la hubiese dejado a un repetidor", constata.

Cualquiera se lo discute. De estatura media, delgado y fibroso, Gil Roman no es la clase de persona a la que uno le rechista. "No hay arte sin exigencia", sentencia, fijando la mirada en el otro, bajo las cejas espesas. "Soy más exigente que el propio Béjart. Más exigente con sus ballets que él mismo", añade. Se hace el silencio. Y cuando uno está ya dispuesto a gritar: "¡Señor, sí, señor", entonces sonríe. Una sonrisa franca, con carcajada incluida. "¡Pero no voy con el látigo! No soy cruel. Con amor la exigencia es bella. Sin amor puedes llegar a destruir a las personas".

El futuro no le preocupa, "lo excitante es no saber qué me espera mañana. Si lo supiese, no me interesaría", y el presente le gusta porque está revuelto: "El mundo es excitante porque es muy inestable". Partiendo de esa idea, Gil Roman asegura que crea "para embellecer el mundo" y lo hace porque es infeliz. "Si fuese feliz, me rascaría la barriga y cantaría. No tendría la necesidad de crear ni hacer coreografías".

Un mundo de invención que basa en el "esfuerzo", la "voluntad" y el "talento". "No hay nada imposible cuando se quieren hacer cosas. La dificultad forma parte de la vida", constata de nuevo. Y de nuevo mira como acorralando al interlocutor, que no puede más que asentir. A él le ha tocado una misión complicada: gestionar el legado de Maurice Béjart. Podría convertir la compañía en una suerte de museo, que interpretase una y otra vez las coreografías de su fundador. Pero él se niega. "No quiero eso". Asegura que la "evolución está hecha", aunque admite que el Béjart Ballet interpreta sobre todo las obras del maestro.

Pero lo asume como algo natural. "El Béjart Ballet es el Béjart Ballet Lausanne. No estoy aquí para que se convierta en el Gil Roman Ballet Lausanne", repite, gesticulando de tal manera que la pulsera de plata de la mano baila arriba y abajo. Su trabajo diario consiste en "actualizar" las obras del maestro y en "crear" otras. "Poco a poco conocerán mis creaciones y las pedirán", desea. Con su coreografía Aria ha viajado ya por Italia, Francia y Bélgica.

Pero por ahora es casi todo Béjart. Esta noche y mañana los más de 30 bailarines de la compañía se subirán al escenario de Peralada para interpretar Le presbytère, que Béjart creó en 1997 para un amante y bailarín que murió de sida, Jorge Donn. "El ballet es efímero por esencia. Está hecho para un momento concreto. La excepción es que Le presbytère siga teniendo el mismo impacto. Quizá algún día se acabe", reflexiona. Pero mientras siga, el Béjart Ballet continuará interpretándolo. Y Gil Roman seguirá pensando en Maurice. "Todos los días le echo de menos. Pienso en él. Para todo", dice, tras una hora de conversación.

El director de Béjart Lausane, Gil Roman, ayer en Peralada
El director de Béjart Lausane, Gil Roman, ayer en PeraladaPERE DURAN

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