Con condón no siento lo mismo
Hablar del condón es tan ochentas, tan poco polémico como hablar de la menstruación o del tamaño del pene. Sin embargo, lo que menos queremos hacer los defensores del elástico artilugio es justamente crear polémica. Sí, me encuentro entre esa minoría fundamentalista del condón que no incurre en el uso de la goma por algo tan utilitario como la prevención, ni por nada tan elevado como la responsabilidad demográfica o la corrección política. Es amor al condón por el condón mismo. Soy pro-condón, probablemente por la misma razón por la que los ingleses lo llaman cariñosamente "Johnny" y los brasileños "camisinha".
Estoy un poco cansada de la mentira extendida de que el condón es al sexo lo que la celulitis es al verano. Existe la opinión general de que son temas de los que hay que hablar a manera de exorcismo y que, sobre todo, estamos condenados a tratar con humor para no llorar. Así, reír se vuelve un acto de obligación, algo así como ponerse un condón para hacer el amor. A esta campaña por la risa profiláctica se han sumado hasta los educadores sexuales, que han dado un paso más allá, utilizando criterios cada vez más lúdicos para impartir conocimientos en la materia, como es el caso de esta señorita que enseña a poner el condón con la boca. (Mira el vídeo aquí )
De más está decir que humor y condón son casi sinónimos en la red, plagada de vídeos graciocillos como el de esa rana sabionda y salida que prueba in situ que con el cóndon sí que se siente lo mismo. Cuando no nos está enseñando cómo ir a comprar preservativos sin sentir ninguna vergüenza.
Aunque sé que existen máquinas dispensadoras en los bares de adolescentes, yo prefiero dar la cara en una farmacia 24 horas de La Rambla, a riesgo de ser confundida con una prostituta, que fue lo que me pasó (o lo que yo me imaginé que pasó) hace poco. Al preguntar por una caja de condones Durex de 24 unidades, con toda clase de aditivos para potenciar el placer, entablé una curiosa charla con el farmacéutico. Cada vez están más caros los condones, ¿no?, le comenté con genuina preocupación. A lo que el hombre contestó: "Echar un polvo ahora con la crisis es un lujo". Pero con lo importantes que son, ¿no?, continué, deberían ser más económicos, deberían regalarlos en todas las esquinas. "Yo no me fiaría de esos que te dan en las manis, ni en los que valen seis euros, a saber lo que podrías pillar, con la de enfermedades que hay por ahí", dijo el buen vendedor. Total, que terminé pagando 36 euros y ni siquiera eran ultrasensitivos.
Está claro que vender algo que tiene tan mala prensa, o se hace a manera de chantaje o amenaza, o se es la mar de creativo. El condón sigue siendo una fuente inagotable de inspiración y un reto para las efervescentes mentes de los publicistas. Si al principio de la década pasada, los anuncios de preservativos tenían todavía ese tufillo didáctico y aburridón del que intenta convencernos de que la cosa en cuestión será buena para nosotros aunque no nos guste, ahora, hasta un niño punki sirve para vender condones.
El odioso poncho (en Perú), otrora obstáculo de sensaciones, puede convertirse también en una providencial arma de seducción como queda claro en este vídeo de condones africanos XL.
Pero mientras que algunos todavían señalan su condición de cosa prohibida. Otros más bien se burlan de su normalización:
Y a nosotros, qué nos queda sino compartir con ustedes todo lo que sabemos y lo que no.
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