Fallece a los 75 años el actor Paul Naschy, icono del terror
Jacinto Molina Álvarez, conocido por su nombre artístico, fue también guionista y director.- Participó en un centenar de películas
Paul Naschy era Dios. O al menos, lo parecía. Físicamente era un prodigio, y seguía yendo al gimnasio tras cumplir 70 años. Así que verlo en los últimos tiempos postrado en silla de ruedas por un cáncer sonaba a injusticia. Hoy ha muerto a los 75 años, tras haber disfrutado del cariño de millones de fans por todo el mundo, y un cierto desprecio por parte de la industria cinematográfica española, que nunca supo cómo encasillarle.
Calificar a Jacinto Molina -su verdadero nombre- como el Lon Chaney español es restar méritos a un cineasta que escribía sus guiones, levantaba la producción y dirigía y actuaba en sus filmes. Molina nació en Madrid en 1934, y antes de dedicarse al cine -una pasión que le surgió cuando vio Frankestein y el hombre lobo-, fue dibujante y levantador de pesas. En 1960 empezó en el cine, en películas en las que él empezó poco a poco a sacar partido a su talento. "Ahora hay un exceso de tecnología, y no es nada bueno. Yo estoy harto de efectos especiales, que además no dan ningún miedo. El miedo de verdad lo provoca el ser humano, que es mucho más pavoroso que cualquier bicho gigante generado por ordenador. En eso School killer es una película más bien artesanal. Y una película de actores", aseguraba en el estreno de ese filme en 2001. Naschy logró la fama mundial gracias a su personaje del doctor Waldemar Daninsky, el hombre-lobo que arrancó en 1968 su mítica saga sobre el licántropo con La marca del hombre lobo.
Dirigió 14 películas, escribió más de 40, actuó en casi 100... Defensor del terror, apasionado de su trabajo, Molina aprovechó el resurgir de este género en España: los nuevos valores le llamaron para aparecer en películas como School killer, Rojo sangre, Rottweiler... "En España hubo dos décadas doradas para este tipo de cine, cuando la dictadura empezó a decaer, pero luego se cargaron la industria y el género a base de leyes elitistas y empezaron a hacer películas metafísicas tremendamente aburridas, puro onanismo mental. A mí me gusta el cine para soñar y ejercitar la imaginación, no para revivir los problemas de cada día". Así eran sus películas, filmes hoy míticos como La noche de Walpurgis (la mejor de la saga de Daninsky).
En los ochenta insistió en sus temas favoritos -Inquisición, El retorno del hombre lobo, El caminante, Latidos de pánico-, así como en temas lindantes con lo macabro -El huerto del francés, El último kamikaze-, e incluso dramas realistas -Madrid al desnudo-. Su colaboración con empresas productoras japonesas le llevó al terreno del documental cultural, así como a largometrajes de fantasía y horror marcados por las preferencias niponas como La bestia y la espada mágica.
Sin embargo, a pesar de que luchaba porque se reconociera su figura en España, Molina tampoco se quedó anclado en su pasado. Famosísimo en Japón y Estados Unidos, en el año 2000 había mejorado suficientemente su inglés como para plantearse ir a rodar a Hollywood -llegó a filmar Lágrimas de sangre y State on mind-. Por actuar, trabajó hasta en el primer filme dogma español. Entre los múltiples reconocimientos, entró en el Hall of fame del cine fantástico y de terror, recibió el premio Carl Lammle junto a Janet Leight y el director y productor Roger Corman, y fue homenajeado en los dos grandes certámenes de su cine: el Fantasporto de Oporto y el de Sitges.
El próximo 22 de enero se estrenará su última actuación, La herencia Valdemar, y será buen momento para disfrutar de la pasión de un creador singular.
Babelia
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