Música, literatura y fiesta en la Noche de los Libros
Madrid celebra por cuarto año consecutivo la fiesta de la lectura con actividades hasta la madrugada
A Carlos Torres Torres los libros le gustan de verdad. Empezó a leer los que le prestaba el panadero. Y como aquello era una pasión, empezó a venderlos con 14 años en el Rastro. Por 14 pesetas. Hoy, con 74 años, es el vendedor más antiguo de la feria del libro usado y de ocasión de Madrid. En las 33 ediciones se ha plantado ahí en su caseta. Con el único cambio en el tiempo de la extinción de la maldita censura. Y así comenzó este jueves la Noche de los Libros. A la una de la tarde. Con Carlos, que un día fue boxeador y dice que no hay un solo libro malo, ahí de pie, buscando el cuerpo del lector, con los mejores precios del mercado.
Y Carlos tiene mucho en común con el que fue, con el permiso de Steig Larsson, la estrella de esta edición. Juan Marsé no se subió nunca a un ring, pero sí tiene pinta de viejo púgil. Sufrió en sus carnes la censura y también empezó con literatura de quiosco y mucha pasión por devorarlo todo. Se compró a plazos El Quijote y engulló entera la colección del Coyote. Y por ahí y por la música, dice Carlos, es donde comienza todo.
Marsé inauguró la lectura de El Quijote el miércoles, recibió el jueves por la mañana el Premio Cervantes y por la tarde se plantó en el Círculo de Bellas Artes para charlar "con sus lectores", como rezaba el programa. Y el auditorio, abarrotado de chavales de menos de 20 años, le recibió con un aplauso impresionante que sonó a verdad. Él, que no es amigo del mundillo literario, ni de la promoción, que no le gusta hablar en público ni da conferencias porque, dice, se dormiría, fue lo mejor de la tarde.
Y así fue cómo contó cuando pensó en escribir por primera vez con 12 años en el pueblo de sus abuelos, viendo a los gitanos cantar. Y cómo percibió la vocación, leyendo Las nieves del Kilimanjaro de Hemingway, y lo poco que piensa en los lectores, porque suficiente trabajo tiene ya con escribir. "Lo que más me gustaría es que otro me escribiera las novelas y yo corregirlas", reveló acerca de su obsesión por revisar cada reedición que se hace de sus libros. ¿Autor obrero? ¿Azote de la burguesía barcelonesa? "La burguesía catalana me la trae floja. Últimas tardes con Teresa no era contra ellos".
Fuera, la Gran Vía parecía el Sena con los libreros a un lado y otro del río. Si hubiera habido barcas podrían haberse amarrado en las grandes columnas de la trilogía de Stieg Larsson que se amontonaban en cada mesa. Indiscutible número uno y dos. El tercer puesto, decían algunos, era para La soledad de los números primos, de Paolo Giordano. Y si el libro fue el del sueco, la única rosa fue la Aguilar. Pocas flores se vieron. Quizá, aunque Madrid haya encontrado una buena receta para adaptar el día del libro catalán, eso ya era demasiado importar.
En el Jardín Botánico la cosa iba de experimento. Homenaje al silencio de Mallarmé. La Escuela de Escritores calló a 13 escritores durante cinco minutos, los repartió en dos glorietas del jardín y luego les hizo escribir 15 líneas. Silencio, reflexión y escritura automática. "No hago silencio. Entro en él", escribió Javier Sáez de Ibarra. El resultado podrá verse en www.silenciopormallarme.org.
Y mientras, en el barrio de las Letras, en las calles de Cervantes o Lope de Vega, sólo se respiraba literatura en la librería Iberoamericana. Y gracias. En Callao, en la FNAC, se musicaba la fiesta de las heridas literarias. A las nueve le tocó el turno a Adanowsky; el hijo del psicomago Jodorowsky. Y si tener un padre famoso ayuda, Adanosky puso el resto para triunfar. "Las chicas están hechas para hacer el amor", proclamó en homenaje a Charlotte Lesile después de repartir un centenar de beso. Y "si ustedes no quieren bailar, se pierden mis movimientos sexys", advirtió agarrándose los genitales. Esta vez en homenaje no se sabe a quién.
En la calle, menos vitoreada, andaba María Antonia Iglesias. La colocaron en una esquina de El Corte Inglés para firmar sus Memorias de Euskadi. La gente de la miraba de reojo, comentaba mucho, y no se atrevía a acercarse. "Quizá es por la tele. Cuarenta años en la profesión y te conocen por salir en La Noria", dedujo antes de sacar el programa de la Noche de los Libros para repasarlo.
También sonaron The Cabriolets, o las Electroperras y dj EME en La Fábrica. Todo ello en una Noche de los Libros más austera (600.000 euros de presupuesto) y más nacional que en otras ediciones. Pero un éxito de convocatoria para celebrar lo que a muchos ya les parece un cadáver. Queda demostrado que a Madrid se le da bien lo de sacar a la gente a la calle por la cultura. Eso sí, siempre que sea de noche.
Concierto de cómic
Voz del actor Fele Martínez, piano de José Ramón García y rotulador y tijera en las prodigiosas y góticas manos del ilustrador español (pese a su nombre artístico) Jack Mircala. Y en la calle, el cartel de "no quedan localidades". Un éxito total fue la puesta en escena de lo que dieron en llamar concierto de cómic. Algo nunca visto hasta ahora en España y experiencia primera de los tres artistas. La cosa iba de celebrar el bicentenario del nacimiento del escritor de cuentos de terror y fantásticos, Edgar Allan Poe, con tres de sus relatos: El cuento mil y dos de Sherezade, Eleonora y El gato negro. Mezclados, en directo, con ilustración en movimiento y piano.
El primero fue el más espectacular. Fele Martínez, al principio un poco nervioso, se soltó y consiguió meter al público en la historia del Califa y Sherezade. Las manos de Mircala, enfocadas por una cámara subjetiva cenital, dibujaron un fondo con rotulador y fueron colocando durante todo el relato siluetas recortadas que se movían al compás y sentido de la historia.
Mircala tiene un estilo gótico, muy parecido al de Tim Burton, de quien reconoce su influencia. Ideal para Poe. Perfecto para el segundo relato. "Eleonora supo que, en su hermosura, había sido creada sólo para morir", recitaba Fele Martínez mientras Mircala añadía cada vez detalles a un dibujo que parecía cobrar vida al tiempo que enfilaba su muerte.
El tercero fue el más simpático. El del hombre que asesinó a su gato y al que ayer vistieron con camiseta de Depeche Mode. De la mano de Mircala y el felino se convertía en letras, y las letras en llamas. Y el piano se aceleraba. Todo muy terrorífico.
La gente salió encantada y aplaudió a rabiar. "Estábamos dentro de la historia", le decía un hombre muy motivado a su esposa. Ella no lo veía tan claro. "Bueno, sí. Pero, ¿vamos a tomar algo o qué?". Pero a la noche, la de los libros, ya no le quedaba nada.
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