Diez años sin Paz
Los jóvenes escritores mexicanos analizan la figura del escritor a diez años de su muerte
Eran las primeras horas del 19 de abril de 1998, cuando Ernesto Zedillo, presidente de México en ese entonces, se dirigió a la parte posterior del avión que lo devolvía al país de una cumbre, para anunciar a los periodistas el fallecimiento "del más grande pensador y poeta mexicano". La voz y el pensamiento de Octavio Paz se habían apagado para siempre. La muerte del escritor y único Premio Nobel de Literatura mexicano, causada por un cáncer de huesos, conmocionó a un país que quedaba huérfano de su caudillo cultural más influyente en la segunda mitad del siglo XX.
"Era un activo interventor en polémicas políticas", dice el escritor Juan Villoro. La última discusión en la que ha estado presente el poeta ha tenido lugar recientemente, después de que dos diputados del conservador partido en el gobierno Acción Nacional propusieran que el nombre de Octavio Paz fuera grabado con letras de oro en el hemiciclo de la Cámara de Diputados. Tras el debate, la idea fue desechada. El argumento de los legisladores es que el escritor no "colaboró en la construcción del Estado mexicano", uno de los requisitos para figurar en el muro. El desaire, un claro agravio al mundo cultural (poetas como Nezahualcoyotl y Sor Juana figuran en el monumento) desató una discusión nacional. Ahora, la cámara baja estudia resarcir el error, mientras que en todo el país se inauguran inscripciones con el nombre del escritor en vallas, paredes, paredones y tapias.
A una década de su muerte la figura de Paz -el "gran soldador", como le llamó Carlos Fuentes- continúa un recorrido vital por la conciencia. Su obra intenta ser catalogada, etiquetada a veces, pero al hacerlo su esfuerzo se ve diluido como quien quiere retener agua con las manos. Sus ensayos desbordan toda convención. Pueden versar sobre el arte moderno de Duchamp, el esbozo de un pachuco, los Contemporáneos, el cine de Buñuel o el misticismo hindú.
El Laberinto de la Soledad es probablemente su obra en prosa más conocida. Su publicación en 1950, cuando México vivía uno de sus episodios de modernización, embonó como un lúcido ensayo sobre lo mexicano. Su influencia fue tal que durante las décadas posteriores fue incluido en las escuelas como una lectura obligada. "Lamentablemente es su libro más leído y está rebasadísimo, es bochornosamente elemental y hasta peligroso por los estereotipos que manipula", afirma Álvaro Enrigue, también escritor. En cambio, Villoro lo defiende, recordando que el propio Paz decidió "actualizar" sus ideas con la publicación de Postdata, que señalaba: "Lo mexicano no es una esencia, sino una historia".
La diversidad de temas es probablemente una de las principales monedas de su obra, a la que el mundo de las letras hispánicas adeuda. Sobre su obra poética las cosas son más claras y el consenso es mayor. "Lo que queda del legado de Paz es sobre todo su poesía y su enorme libro sobre Sor Juana Inés de la Cruz (Las Trampas de la Fe)", dice el escritor Fabrizio Mejía Madrid. "La obra poética es esencial: es incuestionablemente un poeta mayor, sin el que la segunda mitad del siglo XX mexicano es inexplicable", señala Enrigue.
Todo lo que tiene que ver con Paz está sujeto al terreno de la ambivalencia. En lo político ha jugado un papel peculiar. A pesar de siempre se definió como un liberal de izquierdas, se le miraba con recelo tras su posición crítica con la revolución sandinista de Nicaragüa y su abierto rechazo al "socialismo autoritario". Del otro lado, la derecha lo consideraba ajeno y contestatario.
En distintas etapas de su vida, y en varios los escenarios, el intelectual nunca dio razones para reprochar su conducta. En 1936 estuvo en Valencia, donde lucho con el bando republicano. En octubre de 1968, renunció a su cargo como embajador de México en la India, tras la matanza de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco a manos del Gobierno mexicano. En el levantamiento zapatista de 1994, recriminó a los intelectuales la irresponsabilidad con la que se pronunciaban sobre los hechos de Chiapas. Sólo puede generar suspicacias algunos de sus proyectos, uno de ellos "el grupo de poder que se hizo en torno suyo, un sólido monopolio cultural que no permitió crecer a los escritores que estaban al margen", destaca Jordi Soler, en referencia a la creación de revistas como Plural yVuelta, con las que Paz se hizo un caudillo omnipresente en la vida y cultura hispana.
En su discurso de aceptación del Nobel, Paz describió uno de los gestos más antiguos del hombre, "que repetimos diariamente, alzar la cabeza y contemplar, con asombro, el cielo estrellado. Casi siempre esa contemplación termina con un sentimiento de fraternidad con el universo". Ocho años después, esa imagen vivía en la mente de Mejía Madrid. Era la imagen que tenía México de su poeta: "Lo recuerdo en su última casa, en Coyoacán, en silla de ruedas hablando del sol. Es decir, este poeta que se metió en todas las discusiones posibles -estéticas, políticas, religiosas, morales- al final llegaba a su gran tema: el sol. Había parado de crecer el árbol -esa metáfora tan cara de toda su poesía- y sus ojos se dirigían al cielo como calor sobre la piel. A mí ese es el Paz que me conmueve".
Paz es el escritor de la obra "apasionada e íntegra", como la calificó el jurado del Nobel. También es el pensador que abrió y renovó el ensayo, logrando al mismo tiempo arraigarlo a lo mexicano y volverlo cosmopolita. Es tan grande que el 24 de julio de 1997 desmintió su propia muerte después de ser informada en el telediario. ¿Por qué? Porque no se hablaba de él. Octavio Paz no tendrá que volver a morir para estar presente.
Babelia
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