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Cary Grant, el seductor atormentado

Una nueva biografía sostiene que el actor cayó en el alcoholismo y temió ser considerado homosexual

"Incluso yo quiero ser Cary Grant". Así definía el célebre actor su admiración hacia quien aparentaba ser, una fachada tras la que se escondía un hombre atormentado entre la estrella y la persona, y en cuya vida se sumerge ahora el escritor Marc Eliot.

En Cary Grant. La biografía (Lumen), Eliot define al actor como un tipo simpático, elegante, obsesionado con su aspecto físico, enamoradizo, fantasioso, tacaño hasta la médula -incluso cobraba 25 centavos por cada autógrafo que firmaba-, de personalidad adictiva con tendencia a la autodestrucción y a veces inestable.

No es difícil imaginar que Grant reunía todos los ingredientes para ser un cebo fácil de la prensa sensacionalista, en donde, sin tapujos, en más de una ocasión se chismorreó sobre su relación, abiertamente homosexual, con el atlético actor de westerns Randolph Scott.

A Grant y Scott les unía, como afirma Eliot, "su gusto por beber, fumar, la ropa cara, el humor socarrón y que ambos, sexualmente, no eran especialmente tórridos, ya que consideraban el sexo como algo accesorio".

La sombra de la homosexualidad

Pero si había un rumor que podía dañar la imagen de una estrella era el de ser homosexual, algo a lo que Grant, obsesionado con triunfar, pondría punto y final casándonse con Virginia Cherrill, protagonista del filme de Chaplin Luces de la ciudad.

Incapaz de olvidar a Scott, éste fue el primero de los cuatro divorcios de Grant a lo largo de su vida. El actor incluso llegó a asegurar que sus fracasos matrimoniales se debían a que sólo se enamoraba de las mujeres que suplían la dolorosa ausencia de su madre, quien, supuestamente, murió cuando Grant tenía 10 años, aunque dos décadas después el actor descubriría una verdad trágica: su madre estaba viva y encerrada en un manicomio.

El refugio del alcohol y el LSD

Incapaz de sentirse feliz, el inseguro Grant, "el hombre más amado de la faz de la tierra que luchó a lo largo de su vida por encontrar el amor", amortiguaba su dolor a base de litros de alcohol. Con los años, llegó a superar su alcoholismo medicándose, durante casi dos décadas, con dosis de LSD en terapias controladas junto a otras celebridades como el escritor Aldous Huxley.

Pero si hubo un drama personal que siempre persiguió a Grant fue la negativa de la Academia de Hollywood a concederle un Oscar, a pesar de sus magistrales interpretaciones en películas como La fiera de mi niña, Historias de Filadelfia o Encadenados.

Demasiado independiente y de izquierdas

Y es que, en la época del star-system, que Grant osara trabajar de manera independiente, e incluso impusiera condiciones a las Majors, hizo ganarse la antipatía de los miembros de la Academia, una enemistad que se acentuó después de la guerra cuando le acusaron de estar "demasiado a la izquierda" por, entre otras cosas, su defensa de Charles Chaplin o Ingrid Bergman, marginados de Hollywood el primero por antiamericano, inmoral y comunista y la segunda por adúltera.

Finalmente, en 1970, cuando uno de sus sucesores, Gregory Peck, presidía la Academia de Cine y comenzaron a respirarse vientos de cambio, Grant recibió el Oscar honorífico a una carrera "sin precedentes". Dicen que, el día que le comunicaron el premio, Grant rompió llorar.

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