Parco en palabras, magistral en el escenario
El pianista Keith Jarret agradece en San Sebastián el premio del Festival de Jazz con una actuación memorable
El pianista Keith Jarret recibió en la noche del domingo en San Sebastián el premio del Festival de Jazz y lo agradeció con una magistral actuación que abrió una jornada de jazz sin aditivos que completaron por la noche, bajo la lluvia, Kenny Barron Quartet y los heterogéneos Medeski, Martin & Wood.
Jarret no dijo ni una sola palabra durante su esperada tercera comparecencia en la capital donostiarra, ni siquiera cuando el director del Festival de Jazz de San Sebastián, Miguel Martin, le entregó, antes del concierto, la placa que le distingue como merecedor del galardón honorífico del certamen. El virtuoso pianista sacó las manos de sus bolsillos, asió durante apenas tres segundos la placa y, como si quemara sus delicadas manos, se la devolvió a Miguel Martín sin pronunciar si quiera una palabra de agradecimiento, tras lo que volvió la espalda al público para iniciar su recital.
Pero lo que pareció el desprecio de un hombre que no necesita este premio para agrandar su figura quizá no lo fue tanto. Tal vez, Jarret, poco amigo de apariciones públicas, prefirió agradecer el reconocimiento con el lenguaje que mejor domina, con el que se expresa realmente en toda su dimensión: la música. No dijo nada, ni siquiera saludó al público, pero ofreció una hora y media de lección magistral de jazz, en la exprimió su sabiduría hasta entusiasmar a los espectadores que abarrotaron el auditorio del Kursaal, quienes le despidieron en pie.
Jarret, junto al bajo Gary Peacock y al batería Jack De Johnette, las otras dos patas de un trío que lleva casi de 20 años de trayectoria musical, protagonizó un recital en dos partes pleno de sutileza y emoción que convenció rotundamente al público, al que correspondió con dos bises.
Bajo la lluvia
Más tarde, en la plaza de la Trinidad, otro pedazo de historia del Festival, Kenny Barron, quien recibió el premio del certamen hace cinco años, protagonizó un elegante concierto al frente de un cuarteto que completaban Ray Drummond al bajo, Ben Riley a la batería y Anne Drummond con la flauta.
Bajo el inevitable sirimiri que cada año riega alguna jornada del festival y que la organización combate eficazmente con engorrosos chubasqueros plegables, los aficionados degustaron la sensibilidad de este pianista, considerado uno de los más grandes del género, quien no tuvo la necesidad de exhibir alardes técnicos para impartir su magisterio.
Cuando comenzó chaparrón, los extravagantes Medeski, Martin & Wood se hicieron con el escenario, entre una gran ovación del plastificado público que guarda en el recuerdo las magníficas actuaciones que este trío presentó hace dos años en San Sebastián.
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