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Jeremy Rifkin: “Será el mercado el que nos saque del atolladero climático”

El economista y sociólogo alerta sobre el fin de la civilización hidráulica y propone un gobierno biorregional para hacer frente a la crisis por el calentamiento global

Jeremy Rifkin, el pasado noviembre en Bethesda (Maryland), tras su entrevista con EL PAÍS.
Jeremy Rifkin, el pasado noviembre en Bethesda (Maryland), tras su entrevista con EL PAÍS.Gabriela Passos
Iker Seisdedos

Jeremy Rifkin (Denver, Colorado, 79 años) es un influyente economista y sociólogo cuyas ideas escuchan los poderosos de Bruselas a Pekín y uno de los pronosticadores más fiables de nuestro tiempo, pero también una oficina con sede en Bethesda, barrio acomodado a las afueras de Washington, ya en el Estado de Maryland. Tal vez por eso, Rifkin, autor de una veintena de libros, habla en plural. No es una figura retórica, ni el síntoma de un trastorno de personalidad múltiple. “Mi trabajo siempre es en equipo”, explicó recientemente en una larga entrevista celebrada en una sala de juntas de un edificio de cristal. “Cuando hablo de nosotros, lo hago también de los Gobiernos con los que colaboro, y de un grupo llamado TIR Consulting, en el que participan las mejores mentes del mundo en materia climática”.

TIR son las siglas en inglés de Tercera Revolución Industrial, a la que Rifkin dedicó un exitoso ensayo en 2011. Acaba de publicar Planeta Aqua (traducido Pedro Pacheco González y, como el resto, publicado en Paidós), un libro de objetivo no precisamente modesto: hacer que repensemos nuestro lugar en el universo. Conseguir sacar a la Humanidad de “un error en el que ha estado metida durante seis mil años”, que son los que, desde Mesopotamia, suma la “civilización hidráulica”. Lograr que cunda la conciencia de que en realidad no vivimos en el Planeta Tierra, sino en el Planeta Agua. Solo así podremos hacer frente a lo que se avecina, según Rifkin: “La hidrosfera se está rebelando”.

El ensayo salta de las ideas de Adam Smith y John Locke al concepto de lo sublime, de modo parecido al que en la conversación pasa de la agricultura neolítica a la creación de los parques Nacionales en Estados Unidos y el movimiento climático juvenil que pareció capaz de cambiar las cosas justo antes de la pandemia. “Nuestra mayor arrogancia ha sido pensar que podíamos tener secuestrada durante tanto tiempo el agua del planeta para cubrir las necesidades de una sola especie, la nuestra, que representa menos del 1% de la biomasa, pero emplea el 25% del agua; pronto más del 40%. Como consecuencia del calentamiento global provocado por los combustibles fósiles, los estudios auguran que la gran mayoría de las presas colapsará, ya sea por inundaciones o sequías, para 2050. Y nadie quiere enfrentar ese problema”, advierte.

Pregunta. ¿Por dónde sugiere que empecemos a abordarlo?

Respuesta. Por ejemplo, enseñando a los niños desde pequeños que viven en el Planeta Agua. ¿Por qué no enseñarles también que los ríos, lagos y arroyos deben circular libremente y que, como ya lo han reconocido en algunos lugares, de Australia a Quebec, tienen derecho a existir y a fluir? El agua no es un recurso; el agua es una fuente de vida.

P. ¿No concede demasiado poder a las palabras?

R. En absoluto. Los astronautas lo entendieron hace mucho. Fue en 1972. La tripulación del Apolo 17 tomó una fotografía de la Tierra, y fue una sorpresa. Pensábamos que saldría un bello planeta, con todas las variantes del verde, pero no. Resultó una esfera azul bañada por el sol. En 2021, mientras escribía este libro, la Agencia Espacial Europea introdujo la expresión planeta Aqua. No entiendo por qué las Constituciones no pueden reconocerlo. Sería el primer paso para enfrentar un grave problema, dado que el agua ya está empujando a una masiva migración global. En 2050, 4.700 millones de personas vivirán en países que sufrirán amenazas ecológicas extremas.

P. ¿Qué opina de los planes de Elon Musk de fundar una civilización en Marte?

R. Son absurdos. Necesitamos un pacto verde y otro azul para este planeta, que es nuestra responsabilidad. El primero es fundamental; si no eliminas los combustibles fósiles, las sequías, las inundaciones, las olas de calor y los incendios no remitirán. Pero al mismo tiempo es necesario un pacto azul, porque ya nos estamos enfrentando a esos problemas.

Jesús Hernández con su nieta Angelina en una calle inundada tras el paso del huracán Helene en Batabano, provincia de Mayabeque, Cuba, el 26 de septiembre del 2024
Jesús Hernández con su nieta Angelina en una calle inundada tras el paso del huracán 'Helene', que asoló Estados Unidos, antes de su llegada, en Batabano, provincia de Mayabeque, Cuba, el 26 de septiembre del 2024.Ramon Espinosa (AP)

P. ¿Son compatibles esos planes con el estilo de vida estadounidense, la pasión por el césped y los campos de golf, incluso en zonas semidesérticas del Sudoeste del país?

R. Tendrán que serlo, porque las compañías aseguradoras dejarán de cubrir ciertas zonas. FEMA [la agencia que se encarga de la recuperación tras los desastres naturales] lleva años permitiendo la reconstrucción en los mismos lugares. Una y otra vez. Es realmente estúpido. Será el mercado el que nos saque del atolladero climático.

P. ¿Qué pasará con Trump en la Casa Blanca?

R. Soy optimista. ¿Sabe por qué? Porque las políticas climáticas están en realidad en manos de los Estados, que son los dueños del 92% de las infraestructuras. A ellos les interesan los coches eléctricos, la energía solar, la eólica. A ese nivel, la discusión no es política, sino que se trata de saber lo que es bueno para los agricultores. Son los Estados republicanos los que se están entregando a la energía eólica. Si tienes un terreno y pones molinos puedes sacarle un rendimiento extra. Por eso es un movimiento imparable, por mucho que a Trump no le guste.

P. O sea que el mercado nos salvará de Trump.

R. Es el mercado, son los puestos de trabajo. Es la energía solar y eólica, la movilidad con transporte eléctrico, las microrredes de agua, el internet de las cosas. También la Inteligencia Artificial, aunque ahí tenemos un problema. No hay agua para la IA. Para fabricar un chip de ordenador, se necesitan 30 litros. El año pasado se fabricaron 1,3 billones de chips. Insisto: nos falta el agua.

P. ¿Cómo se convirtió el Green New Deal, el pacto verde del que usted se erigió en apóstol, en otro frente de la guerra cultural?

R. Por ciertos intereses. El sector los combustibles fósiles y las tabacaleras hicieron lo mismo en el pasado.

Planta de extracción de gas licuado por la técnica del fracking, en California.
Planta de extracción de gas licuado por la técnica del fracking, en California. AFP

P. Usted predijo que los combustibles fósiles serían historia en 2028. No parece que el poco tiempo que queda vaya a darle la razón.

R. La Agencia Internacional de la Energía también dijo hace dos años que en torno al final de esta década [la industria del] carbón acabaría. Eso es un hecho. Es cierto que no anticipamos lo que ha sucedido con el gas y el petróleo en los dos últimos años, que han protagonizado un resurgir realmente terrible. Trump ha hecho bandera de eso, pero nunca lograrán amortizar las inversiones que prometen. Además, no están explorando nuevas prospecciones, sino que están pensando en agotar las que hay.

P. ¿Le vence a veces el pesimismo?

R. No soy optimista ni pesimista. Tengo una esperanza moderada, pero no soy ingenuo. Puede que no lo logremos, pero también puede que sí. En dos años lo sabremos. La gente se comporta ante este problema como esa rana en la olla de agua que aún no ha empezado a hervir. Está entumecida, y no sabe muy bien cómo acabó ahí. La primera revolución industrial tomó 25 años. La segunda, unos 30. Así que cuando los padres me preguntan, preocupados por sus hijos, si seremos capaces, yo les digo que sí, siempre y cuando cambiemos totalmente el modo en el que lidiamos con la vida cotidiana. La gobernanza tiene que ser biorregional, como corresponde a esta era glocal. Los eventos climáticos no entienden de fronteras políticas, las inundaciones, las sequías y las olas de calor atraviesan ecosistemas comunes. Los países tienen que colaborar para hacer frente a esos problemas. En Estados Unidos tenemos experiencia en eso. Hay dos grandes gobiernos bioregionales que han estado aquí durante 30 años, el de Cascadia ―Washington, Oregon, Montana, Idaho, Saskatchewan, Yukon, Columbia Británica― y los Grandes Lagos. Juntos representan el 20% de toda el agua dulce que queda en todo el planeta. Europa solo tiene una. ¿Y sabe dónde está?

P. ¿En el Mediterráneo?

R. Así es. España es un actor esencial en el Mediterráneo. Es un país con muchas posibilidades, porque es una nación de regiones, lo que es idóneo para establecer una gobernanza biorregional. Además, ustedes tienen un papel esencial en Europa. Me gustaría que España fuera el primer país que diera un segundo nombre oficial a este planeta como Planeta Agua. Creo que otros países seguirían ese ejemplo. Europa es el continente más amenazado del mundo en la actualidad y el Mediterráneo se está moviendo mucho más rápido, el calor aumenta mucho más, y eso trae más inundaciones, sequías, olas de calor e incendios forestales.

Coches destrozados tras el paso de la Dana, el pasado mes de noviembre.
Coches destrozados tras el paso de la Dana, el pasado mes de noviembre. JOSÉ MANUEL VIDAL (EFE)

P. La dana de Valencia sería un ejemplo trágico de eso...

R. Efectivamente. El Mediterráneo, y España en particular, son los canarios en la mina. Una biorregión con 540 millones de habitantes, que se extiende por tres continentes, además del escenario en el que se libra la última guerra geopolítica...

P. ¿La última?

R. La geopolítica está dando sus últimos coletazos, se diría que hacia el hundimiento del mundo. Todos luchan contra todos, como en una última partida. Vivimos en una biosfera global. La única forma en que podemos enfrentarnos al futuro es a través de la gobernanza biorregional. Repito: las inundaciones, las sequías, las olas de calor o los incendios forestales no entienden de fronteras.

P. ¿Y cómo casa eso con el rearmamiento del nacionalismo en todo el mundo y el América Primero de Trump?

R. Son las últimas bocanadas de un mundo que se muere. La civilización hidráulica urbana está derrumbándose. No podemos seguir viviendo así, secuestrando el agua para nuestros intereses. Esa es mi llamada de atención. Solo espero que alguien la escuche.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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