Timothée Parrique, economista: “La estrategia europea del crecimiento verde no funciona, la transición no ha comenzado”
Este experto en decrecimiento, que defiende reducir el consumo y la producción para luchar contra el cambio climático, considera que “medir la prosperidad en puntos de PIB es tan absurdo como medir la felicidad en kilómetros”
El mundo de hoy sigue midiendo la prosperidad de los países a través del Producto Interior Bruto (PIB). Si sube este indicador, se considera que la economía crece y que todo va bien. Si baja, se disparan las alarmas. Por eso para muchos resulta casi sacrílego el decrecimiento, la corriente que defiende que para solucionar la crisis climática y otros graves problemas ambientales del planeta no queda más remedio que frenar las máquinas que mueven la economía y decrecer. Sin embargo, algo está cambiando, la semana pasada se celebró una conferencia con algunas de las principales voces del decrecimiento en la mismísima sede del Parlamento Europeo en Bruselas, cita a la que asistió la propia Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. En este encuentro, una de las intervenciones que suscitaron más interés fue la de Timothée Parrique (Versalles, Francia, 34 años), investigador de la Universidad de Lund (Suecia) y autor del libro Ralentir ou périr. L’économie de la décroissance (Frenar o morir. La economía del decrecimiento), que aprovechó su presentación para cargar contra la idea de crecimiento verde en Europa, la actual estrategia que trata de reducir las emisiones de CO₂ sin dejar de aumentar el PIB. “El ritmo de reducción de emisiones en Europa está a años luz de lo que hace falta”, asegura el economista francés.
Pregunta. ¿Que se debata de decrecimiento en la sede del Parlamento Europeo es una muestra de que se está perdiendo el miedo a este concepto?
Respuesta. Es un avance notable. El concepto se populariza rápidamente, es algo de este momento. Desde 2008, ha habido más de 700 artículos científicos sobre decrecimiento y numerosos libros. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el título de la conferencia era ‘Beyond Growth’ (’Más allá del crecimiento’), un enfoque más vago y menos controvertido que el de decrecimiento.
P. Asegura que el decrecimiento supone reducir la producción y el consumo para disminuir la huella ecológica, teniendo en cuenta la justicia social y el bienestar. ¿Cómo se consigue esto?
R. Es sobre esta cuestión que trabajan muchos investigadores en este momento. Para llevarlo a cabo, hace falta movilizar una panoplia de intervenciones a distintos niveles: hay más de 380 instrumentos en la literatura del decrecimiento.
P. ¿Puede poner algún ejemplo de esos instrumentos?
R. Si utilizamos un sistema de cuotas a la energía fósil, al cabo de un tiempo esto contraerá la cantidad disponible y va a ser más difícil de producir y consumir los bienes y servicios que demandan más combustibles fósiles. Una forma de lograr sobriedad es cerrar las rutas aéreas en las que hay una alternativa en tren disponible. Es lo que hemos intentado en Francia, aunque el resultado final está muy desvirtuado, pero la lógica es sólida. Otro ejemplo es limitar la publicidad. Si se suprime toda la publicidad de los aviones o de los productos que son más intensos en energías fósiles, se suprime una incitación a consumir y se provoca una bajada del consumo. Cuando se suman todos los instrumentos, es decir, la prohibición de publicidad, el cierre de algunas líneas áreas nacionales, las cuotas a la energía fósil, lo que hemos estudiado como economistas especialistas en macro es que el resultado agregado de todos estos cambios sería una reducción en la producción y en el consumo. Pero esta reducción sería selectiva.
P. ¿Por qué es un error medir la prosperidad en función del crecimiento del PIB?
R. Hoy seguimos empeñados en acumular puntos de PIB a pesar de que este indicador ignora las cosas más esenciales, comenzando por la naturaleza. La verdadera prosperidad no es apilar billetes de banco, sino la buena salud, el acceso a bienes y servicios esenciales, la participación democrática, la convivencia amigable y la resiliencia de los ecosistemas sin los cuales ninguna sociedad podría funcionar realmente. Medir la prosperidad en puntos de PIB es tan absurdo como medir la felicidad en kilómetros. Debemos pasar de una lógica de maximización a una de satisfacción. El objetivo: mejorar nuestra capacidad para satisfacer las necesidades de todos sin superar nunca nuestros techos ecológicos.
P. ¿El decrecimiento no nos empobrece?
R. Para empezar, el crecimiento económico no es una medida de riqueza, si no de agitación económica. Y además mide una agitación económica que no va obligatoriamente a enriquecer a todo el mundo. En el último decenio, de cada 100 euros de ingreso nacional suplementario en Francia, solo ocho llegan a los bolsillos del 50% de los ciudadanos más pobres. Con el decrecimiento, podemos reducir el ingreso nacional total de una economía a la vez que se enriquece la mitad más pobre de la población si se redistribuye la riqueza. Pero, además, enriquecerse o empobrecerse no es solo una cuestión de euros. No defendemos el decrecimiento porque sí, si seguimos en esta carrera insostenible vamos a empobrecernos en servicios ecosistémicos, en sequías, en olas de calor…
P. Pero reducir el consumo y la producción supone más desempleo.
R. Imaginemos que se divide por dos todo lo que se produce en España, entonces habría dos opciones: despedir a la mitad de los empleados o reducir la jornada laboral de todo el mundo. En un caso, la mitad de la población activa del país se iría al paro, en el otro, todo el mundo mantendría su trabajo a la vez que se encuentra con más tiempo libre. La reducción del tiempo de trabajo es uno de los instrumentos del decrecimiento para evitar el desempleo. Por supuesto, luego harían falta otros instrumentos para evitar que determinados salarios se vuelvan insuficientes para el coste de la vida. Sobre esto, se ha hablado mucho de servicios básicos universales, asignaciones de autonomía, de garantías de empleo…, instrumentos de este tipo para controlar los precios y transferencias de algunos bienes y servicios a empresas sin ánimo de lucro, en sectores como la salud o el inmobiliario, para conseguir la misma calidad de vida, pero con menos. Es aquí donde vemos que el decrecimiento pide un cambio del sistema.
Enriquecerse o empobrecerse no es solo una cuestión de euros. No defendemos el decrecimiento porque sí, si seguimos en esta carrera insostenible vamos a empobrecernos en servicios ecosistémicos, en sequías, en olas de calor…
P. ¿Cree que se puede hablar de decrecimiento en una sociedad en la que se aspira a cambiar de teléfono móvil todos los años?
R. No hay que culpabilizar a los consumidores. No estoy seguro de que hubiera mucha gente dispuesta a sacrificar gran parte de su tiempo de vida para ganar un salario que le permita comprarse un teléfono todos los años si no fuera por la publicidad o la obsolescencia programada. La solución es estructural: hay que cambiar de sistema e inventar una economía de la suficiencia. Hay que deconstruir la lógica comercial y consumista que consiste en vender siempre más para maximizar los beneficios del lado de las empresas y ganar siempre más para poder maximizar las compras del lado de los consumidores.
P. ¿Qué es una economía de la suficiencia?
R. En Quebec hablan de simplicidad voluntaria, en el Reino Unido de hedonismo alternativo, en Francia de sobriedad feliz… Hay toda una filosofía detrás. La idea es que podemos vivir bien sin tener que caer en una deriva consumista o materialista. Es un poco el mal del infinito que decía [Émile] Durkheim, que es encontrarnos siempre insatisfechos con las cosas que tenemos y querer emprender todo el rato para tener más, sabiendo que en realidad esto es algo que nos vuelve miserables. Una economía de la suficiencia, o del bienestar, es una economía que da valor a aquello que nos permite vivir bien con lo que tenemos sin necesidad de más.
P. ¿Tener que cambiar todo el sistema no ralentiza demasiado la lucha contra la emergencia climática?
R. No solamente es más rápido, sino también más eficaz. Hay que darse cuenta que la estrategia europea seguida hoy del crecimiento verde no funciona, la transición no ha comenzado. Por otro lado, si volvemos al ejemplo de la aviación, hoy en día tenemos dos alternativas si queremos reducir las emisiones: invertir en investigación y desarrollo para intentar conseguir, por ejemplo, un avión que funcione con hidrógeno, o hacer que vuelen menos aviones, el enfoque del decrecimiento. Si se opta por reducir los vuelos, ahí las emisiones bajan inmediatamente. Si se opta por la innovación, eso quiere decir que se va trabajar durante años para inventar un prototipo de hidrógeno que quizá un día se convierta en una patente que quizá un día se transforme en un producto que quizá un día se vuelva económicamente viable para quizá un día sustituya aviones térmicos para quizá acabar un día por reemplazar a la tecnología actual. Las estrategias de crecimiento verde son extremadamente lentas porque se basan en mecanismos de mercado y estos no están hoy para nada organizados para permitir la sobriedad.
P. ¿Por qué considera que no se puede desacoplar las emisiones de CO₂ y el PIB para seguir creciendo con menos emisiones?
R. La sostenibilidad no es solamente cuestión del CO₂. Para que el crecimiento económico sea realmente sostenible deberíamos desacoplar por completo la producción y el consumo (no vale solo en términos relativos) de todas las presiones ambientales (no solo del CO₂) allá donde se produzcan (teniendo en cuenta los impactos importados) a un ritmo suficientemente rápido para evitar un colapso ecológico y manteniéndolo en el tiempo para evitar un reacople. Este crecimiento económico verdaderamente verde nunca ha existido y no he visto ninguna prueba convincente de que pueda materializarse.
P. No todo el mundo tiene la misma responsabilidad por la crisis climática. ¿Quién debe decrecer?
R. Cuando se mira a escala planetaria, el 10% de los más ricos, cerca de 700 millones de personas, son responsables de la mitad de las emisiones globales. El decrecimiento debe ser de este lado. En la Unión Europea es igual, hay divergencias enormes, las emisiones del 10% de personas más ricas son iguales que las del 50% más pobres. Aquí también se va a tocar a una minoría.
P. ¿Hasta qué punto hay que decrecer?
R. El objetivo no es hacer bajar la huella ecológica a cero, lo que sería imposible. El objetivo es volver a un umbral en el que la economía pueda funcionar de forma sostenible. El decrecimiento es como ponerse a régimen, durante unos años hay que producir y consumir menos. Hoy España es un país obeso desde el punto de visto biofísico, como Francia, Estados Unidos, Australia. Pero una vez que alcancemos cierto metabolismo económico, no hay necesidad de seguir decreciendo y llegamos a una economía estacionaria.
“El decrecimiento es como ponerse a régimen, durante unos años hay que producir y consumir menos. Hoy España es un país obeso desde el punto de visto biofísico”
P. Algunos expertos consideran que el término ‘decrecimiento’ asusta demasiado.
R. La fuerza del término es su claridad. Muestre una curva de trayectoria de 1,5 °C a un niño de 12 años y pregúntele si se parece más a un decrecimiento, a un “crecimiento verde” o a una “economía circular”. Luego podemos agregar adjetivos, sostenible, justo, próspero... Pero la idea está ahí: producir y consumir menos. Algunos piensan que el término asusta a la gente, pero con los datos científicos sobre la degradación de la vida por nuestras actividades económicas, es la palabra “crecimiento” la que debería darnos miedo.
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