El subidón de los humedales: así se ve desde el espacio el antes y el después tras las extraordinarias lluvias
El agua de marzo ha dado un respiro a estos ecosistemas, pero no resuelve el problema estructural de unos acuíferos sobreexplotados, sobre todo por la agricultura intensiva

Las marismas de Doñana rebosan agua; la laguna de Fuente de Piedra se prepara para recibir a miles de flamencos; las llanuras de inundación de Las Tablas de Daimiel, no tan afortunadas, se han encharcado algo más e incluso la laguna de La Janda, completamente cultivada, se ha cubierto de una lámina durante algún día. Son los efectos del tren de lluvias que ha atravesado la península en marzo y que ha aumentado el agua de los embalses un 22,7% en tan solo tres semanas, además de suponer un respiro para los humedales. “Pero no ha llenado los acuíferos, que soportan una sobreexplotación permanente, debido principalmente a la agricultura intensiva”, advierte Santos Cirujano, biólogo y presidente de la Fundación Global Nature. “Hace falta una política efectiva y consensuada con los agentes sociales, más allá de un año de alta pluviosidad, de declaraciones y buenas intenciones”.
A pesar de no ser la panacea, las insólitas precipitaciones de marzo dan vida a estos ecosistemas clave para la biodiversidad, que absorben el dióxido de carbono e intervienen de manera decisiva en el ciclo del agua (reciben, almacenan y liberan agua limpia).
Doñana rebosa agua


En Doñana, la joya de la corona de los humedales españoles, la marisma está casi completamente inundada (33.112 hectáreas de las 34.000 totales), algo que no se veía desde 2011. “Ahora mismo es como un mar”, responde Javier Bustamante, vicedirector de la Estación Biológica de Doñana (EBD- CSIC). Ha sido el marzo más lluvioso desde que comenzaron los registros en 1978, con 286 litros por metro cuadrado. Con estos datos, se espera que las lagunas de Santa Olalla y La Dulce, aguanten sin secarse, porque en 2024 se quedaron sin agua por tercer año consecutivo y la EBD concluyó que en Doñana ya solo se podía hablar de un humedal temporal. Las precipitaciones han llenado, además de la marisma, otra serie de lagunas temporales, que acabarán desapareciendo cuando el agua se infiltre en el acuífero, que sigue bajo. A pesar de haber subido 55 centímetros por las lluvias de marzo, con datos de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, acumula un déficit en algunos lugares de 20 metros.
La inundación ha llegado tarde para las aves invernantes, símbolo del estado de la reserva, que ya han emprendido su marcha, pero se espera una buena temporada para las especies residentes o que pasan allí la primavera. Agua no les va a faltar y tampoco vegetación, que también beneficia a anfibios y otros vertebrados. Los últimos años han sido muy malos, sobre todo el invierno de 2024, cuando las aves cayeron hasta su mínimo histórico: se censaron solo 120.649 ejemplares, menos de la mitad que un año antes. Este enero, la cifra ha subido algo, a 178.907.
Bustamante advierte de que en un sistema como Doñana “lo realmente importante es la variabilidad en el patrón de precipitaciones, que haya años secos y húmedos, porque cada especie está adaptada a unas condiciones, tan malos son diez años de sequía como diez de lluvia seguidos”. Y añade que es muy optimista pensar “que estas lluvias han arreglado los problemas del humedal, porque se continúa extrayendo más agua de la que entra”.
La Janda, la laguna que se niega a desaparecer


A la laguna gaditana de la Janda la desecaron a finales de los años sesenta del siglo pasado con fines agrícolas, cuando era el humedal interior de mayor extensión de la península Ibérica. La laguna abarcaba entonces 4.000 hectáreas. Aun así, La Janda se niega a desaparecer del todo. Las lluvias de marzo volvieron a sacar algo de ella a la luz con un encharcamiento breve, de tres días, pero suficiente para ser captado por satélite. El agua se va por los canales de desecamiento construidos para evitar que se pierdan los cultivos. José Manuel López Vázquez, presidente de la Asociación Amigos de la Janda, explica que hace unos 20 años se duplicó la capacidad de drenaje. “Antes, si llovía mucho como ha pasado en marzo, la inundación permanecía entre 15 y 20 días y ahora solo unos días, lo que tarda en salir por los canales, pasar por debajo de la N-340 y desembocar en las marismas del río Barbate”.
La asociación lucha por recuperar 6.000 hectáreas de La Janda que consideran terrenos públicos porque el Estado los deslindó del resto en 1964. “Ese rescate no se ha llevado a la práctica y se siguen ocupando al margen de la ley”, concreta López Vázquez. Sin embargo, la Junta de Andalucía entiende que el terreno es privado y que “ese deslinde fue meramente instrumental y el Estado no pretendía tomar posesión de él”. Ahora la pelota está en el tejado del Ministerio para la Transición Ecológica, “que es el que debe determinar si son de dominio público o no”, remarca. El área se encuentra en plena ruta migratoria del Estrecho de Gibraltar y sigue atrayendo a miles de aves que utilizan los canales y los arrozales cuando están inundados.
Un alivio para Las Tablas de Daimiel, pero insuficiente


En el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel (Ciudad Real) ni la situación es tan boyante, ni ha llovido tanto como en otros lugares, pero está experimentando una ligera mejoría con la entrada de agua por el río Gijüela, lo que propicia que se estén encharcando algo los tablazos: se estima que hay unas 500 hectáreas anegadas. Una superficie similar a la primavera del año pasado y muy lejos de las 1.400 hectáreas que señala el plan rector del parque para estas fechas. El ecosistema solo se podría recuperar si saliera agua de los Ojos del Guadiana (considerado el nacimiento del río) cuando rebosa el acuífero, pero en la actualidad está a 18 metros, con un déficit de 2.000 hectómetros cúbicos.
“El objetivo es que entraran 38 hectómetros cúbicos, pero el aporte desde hace años es cero”, explica Miguel Mejías, jefe de Área de Hidrogeología Aplicada del del Instituto Geológico Minero de España (IGME-CSIC) y responsable de la cuenca hidrográfica del río Guadiana. Restablecer ese sistema es imposible hoy en día por la sobreexplotación estructural del acuífero por la agricultura de regadío. Si no se eliminan cultivos de regadío, la única solución para esta llanura de inundación casi única en Europa, sería conducir agua de forma artificial con trasvases del Tajo, algo que permite la ley, pero que rechazan los ecologistas.
La parte positiva es la respuesta biológica e inmediata del ecosistema a la llegada del agua, tanto por la llegada de aves acuáticas como por la aparición de plantas subacuáticas. Este año 10.000 grullas han pasado allí el invierno, y en el último censo contaron a 1.123 ejemplares de pato colorao, 24 de porrón pardo en peligro crítico de extinción, 16 de cerceta pardilla también amenazada o 110 del escaso ánade rabudo.
La laguna de Fuente de Piedra, el criadero de flamencos


“Está todo lleno y las especies que aparecen en primavera ya están, incluidos flamencos, de los que podemos tener hasta 15.000 ejemplares”, señala Javier Álvarez, coordinador del grupo local SEO-Guadalteba. En la laguna de Fuente de Piedra (Málaga), la segunda más extensa de Andalucía, con 1.400 hectáreas, crían miles de flamencos si las condiciones son las adecuadas y este año gracias a las lluvias las perspectivas son buenas. Aunque el invierno ha sido malo, el nivel de la laguna ―temporal y somera― ha subido a 53 centímetros, señala la Consejería de Sostenibilidad y Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. La mayoría de los años no supera los 50 centímetros y hay que remontarse a los años 2018 y 2019 para encontrar registros de 120 centímetros. El año pasado se secó a mediados de mayo y muchas de las aves que la frecuentan no pudieron reproducirse. Allí aterrizan especies como el tarro blanco, el pato cuchara, el porrón europeo y aves limícolas (de patas y picos alargados) en la ruta migratoria que une África con Escandinavia.
Como en la mayor parte de estos ecosistemas acuáticos, el acuífero está sobreexplotado por las explotaciones agrícolas, advierte Álvarez. Se alimenta de la lluvia, y antiguamente de dos o tres arroyos que ahora “prácticamente no llevan agua”. También recibe agua reciclada de una depuradora.
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