Las lecciones del desastre del Mar de Aral para Doñana: “Si se seca puede convertirse en una fuente de CO₂”
El ecólogo Enrique Moreno-Ostos, especializado en ecosistemas acuáticos, considera que la pretendida legalización de regadíos en el entorno del parque nacional va a “profundizar mucho más” los problemas de este humedal
Enrique Moreno-Ostos (Granada, 45 años) es profesor de Ecología de la Universidad de Málaga y miembro del grupo de Ecología Marina y Limnología de esta institución andaluza. Se ha especializado en el estudio de las emisiones de efecto invernadero a la atmósfera vinculadas a la desecación de grandes masas de agua, algo que ha estudiado in situ en el mar de Aral, una antigua laguna salada endorreica de Asia central que el ser humano convirtió en un gran desierto. Atiende a EL PAÍS por teléfono desde el mar Menor, en Murcia, donde este viernes tomaba muestras para sus investigaciones, pero con la mente puesta también en otro humedal amenazado: Doñana.
Pregunta. ¿Cómo se llegó al desastre en el mar de Aral?
Respuesta. Es uno de los mayores desastres medioambientales del siglo XX y surge a partir de la idea que se tiene en la Unión Soviética en los años sesenta de derivar el caudal de los dos ríos que alimentaban al cuarto mayor lago del mundo, que era el mar de Aral en aquel momento. Se decidió desviarlos a la zona de Uzbekistán para irrigar campos de algodón, un cultivo de regadío que tiene una demanda importante de agua. Así se hizo y a partir de los años sesenta el nivel del mar de Aral empieza a descender vertiginosamente hasta que se transforma en un desierto del tamaño de la isla de Irlanda.
P. ¿Y ahora queda algo de agua?
R. Queda una pequeña parte en la zona norte porque, cuando se quisieron dar cuenta del desastre, construyeron una presa que retiene agua y se han ralentizado el descenso y el incremento de salinidad ahí. Y luego hay otra pequeña parte cerca de la frontera de Kazajistán y Uzbekistán donde todavía no se ha secado del todo. Pero, debido a la importante desecación y a las grandes tasas de evaporación, la salinidad se ha disparado hasta valores altísimos, de unos 300 gramos por litro, que es como ocho veces la salinidad del mar Mediterráneo. Claro, el número de especies de peces ha caído enormemente. Cuando el Mar de Aral era un gran lago, la población podía pescar hasta 20 especies diferentes y ahora prácticamente no hay ninguna.
P. ¿Este es solo un desastre medioambiental?
R. Este desastre hay que analizarlo desde una doble vertiente. Desde la vertiente ecológica ha supuesto secar un lago de una enorme extensión con una importante biodiversidad. Pero, además, el lago daba provisión de pesca y de alimento a la población. De manera que es un desastre ambiental y un desastre social de primera magnitud, porque poblaciones importantísimas que vivían de la pesca —ahí se pescaba más de la mitad del pescado que consumía toda la Unión Soviética— de repente ven sus barcos varados en mitad de un desierto. Algunas personas fueron reubicadas en otras zonas pesqueras y otras son emigrantes ambientales directamente. Otras se quedan en poblaciones depauperadas y deprimidas, y tienen que vivir de ocupaciones tan diferentes como ser pastores de camellos en mitad del desierto.
P. Es decir, una crisis social.
R. Y una crisis sanitaria, porque todos los sedimentos del mar de Aral quedaron expuestos. Son sedimentos que durante muchísimo tiempo recibieron a través de los ríos cargas de contaminantes de todo tipo procedentes de la industria e, incluso, de pruebas armamentísticas. Esos residuos han quedado al descubierto y cuando hay tormentas de arena son inhalados por la gente. Se ha disparado la incidencia de cáncer, de enfermedades respiratorias, de afecciones cardiovasculares, de problemas prenatales y abortos, y de enfermedades relacionadas con la visión.
P. ¿Por qué su equipo ha estado trabajando en el Mar de Aral?
R. Lo que nos llevó al Mar de Aral fue una investigación que ya habíamos probado en distintos ecosistemas acuáticos ibéricos, tanto en humedales como en embalses e, incluso, en ríos. Cuando los ecosistemas acuáticos tienen agua y mantienen su estructura, normalmente actúan como sumideros de carbono. Captan el dióxido de carbono de la atmósfera por un proceso de fotosíntesis, lo transforman en materia orgánica que acaba sedimentada y así actúan como sumideros.
P. ¿Hasta que se quedan sin agua, verdad?
R. Eso es. La situación revierte completamente porque el agua desaparece y lo que queda es un sedimento muy rico en materia orgánica que ha estado almacenando carbono durante siglos e, incluso, durante milenios, como en el caso de Aral. Entra en contacto directo con el oxígeno de la atmósfera y se pone en marcha el proceso de degradación. Ese carbono se convierte en CO₂ y pasa a la atmósfera contribuyendo al calentamiento global. Y lo que eran grandes aliados en la mitigación del cambio climático, esos humedales, lagos y sistemas acuáticos continentales, se tornan en fuentes y empiezan a emitir en tasas muy considerables de CO₂ a la atmósfera. De momento, estas emisiones no se tienen en cuenta en los balances del IPCC, pero nosotros estimamos que pueden suponer hasta un 10% del total de las emisiones que están contabilizadas ahora mismo. Es decir, que es una cantidad muy significativa que debe tenerse en cuenta.
P. ¿Cree que lo que ocurrió en el desastre del mar de Aral nos debe servir de advertencia en casos como el de Doñana?
R. Totalmente, y además ya tenemos casos previos. A Doñana le ha precedido Daimiel, donde pasó algo similar. Es verdad que son distintas escalas, aunque hay que recordar que Aral era el cuarto mayor del mundo y Doñana es el mayor humedal de Europa, y tiene un valor ecológico incalculable. También Doñana, con una buena integridad ecológica, puede actuar como un importante sumidero de carbono. Pero seco, por la sobreexplotación de los acuíferos, puede convertirse en una fuente de emisiones. Los sedimentos de las lagunas de Doñana son muy ricos en materia orgánica. Respecto a las causas, aunque se trata de lugares distintos —uno está en Asia central y otro en Andalucía—, la lección vuelve a ser la misma: se ha optado por un uso productivista y extractivista del recurso hídrico que no ha considerado la conservación del ecosistema acuático y, como consecuencia, tenemos la enorme pérdida de servicios ecosistémicos. Es decir, a la vez ese daño ambiental horrible y ese daño social que a veces cuesta más que la población lo perciba. Pero hay que hacer ese esfuerzo para comprender que nuestro bienestar depende enormemente de que los ecosistemas funcionen bien. Al final, es un problema de un modelo donde no se gestiona con criterios de sostenibilidad. Y es una política absolutamente miope que solamente nos puede llevar a callejones sin salida y a situaciones muy problemáticas, no solo desde el punto vista de la conservación, sino desde el del bienestar social.
P. ¿Qué le parece la proposición de PP y Vox para legalizar los regadíos irregulares en el entorno de Doñana?
R. No tiene ningún sentido. Hemos diagnosticado ya que tenemos un problema, que además venimos arrastrando desde hacer mucho tiempo, como es la sobreexplotación del acuífero de Doñana. La causa es el exceso de extracción de agua del acuífero por una serie de agricultores con pozos legalizados y por otros que tienen pozos ilegales. El hecho de considerar que vas a arreglar el problema legalizando lo que es ilegal tiene poco sentido desde un punto de vista científico. Desde la parte de la ecología, de la sostenibilidad, es una medida a todas luces equivocada que no ayuda en absoluto a resolver los problemas de Doñana. Al revés, lo que va a hacer es profundizar mucho más en ellos y llevarlos a una situación peor aún más si cabe de la actual. Esto no es una opinión mía, es compartida por toda la comunidad científica, por todas las personas que en este país estamos trabajando en temas de ecología acuática y de hidrología. Sociedades científicas enteras están escribiendo manifiestos de repulsa.
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